Texto del
Evangelio (Mt 28,16-20): En aquel
tiempo, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había
indicado. Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron. Jesús se acercó
a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la
tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo
lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días
hasta el fin del mundo».
«Me ha sido dado todo poder en el
cielo y en la tierra»
Comentario:
+Dr. Josef ARQUER (Berlin, Alemania)
Hoy, contemplamos unas manos que bendicen —el
último gesto terreno del Señor (cf. Lc
24,51). O unas huellas marcadas sobre un montículo —la última señal visible
del paso de Dios por nuestra tierra. En ocasiones, se representa ese montículo
como una roca, y la huella de sus pisadas queda grabada no sobre tierra, sino
en la roca. Como aludiendo a aquella piedra que Él anunció y que pronto será
sellada por el viento y el fuego de Pentecostés. La iconografía emplea desde la
antigüedad esos símbolos tan sugerentes. Y también la nube misteriosa —sombra y
luz al mismo tiempo— que acompaña a tantas teofanías ya en el Antiguo
Testamento. El rostro del Señor nos deslumbraría.
San León Magno nos ayuda a profundizar en el
suceso: «Lo que era visible en nuestro Salvador ha pasado ahora a sus
misterios». ¿A qué misterios? A los que ha confiado a su Iglesia. El gesto de
bendición se despliega en la liturgia, las huellas sobre tierra marcan el
camino de los sacramentos. Y es un camino que conduce a la plenitud del
definitivo encuentro con Dios.
Los Apóstoles habrán tenido tiempo para
habituarse al otro modo de ser de su Maestro a lo largo de aquellos cuarenta
días, en los que el Señor —nos dicen los exegetas— no ‘se aparece’, sino que
—en fiel traducción literal— ‘se deja ver’. Ahora, en ese postrer encuentro, se
renueva el asombro. Porque ahora descubren que, en adelante, no sólo anunciarán
la Palabra, sino que infundirán vida y salud, con el gesto visible y la palabra
audible: en el bautismo y en los demás sacramentos.
«Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la
tierra» (Mt 28,18). Todo poder.... Ir
a todas las gentes... Y enseñar a guardar todo... Y El estará con ellos —con su
Iglesia, con nosotros— todos los tiempos (cf.
Mt 28,19-20). Ese ‘todo’ retumba a través de espacio y tiempo, afirmándonos
en la esperanza.
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