Un día de balance. Nuestro tiempo es
breve. Es parte muy importante de la herencia recibida de Dios. Actos de
contrición por nuestros errores y pecados cometidos en este año que termina.
Acciones de gracias por los muchos beneficios recibidos.
Propósitos para el año que comienza
I. Hoy, es un buen momento para hacer balance del año
que ha pasado y propósitos para el que comienza. Buena oportunidad para pedir perdón
por lo que no hicimos, por el amor que faltó; buena ocasión para dar gracias
por todos los beneficios del Señor. La Iglesia nos recuerda que somos
peregrinos. Ella misma está presente en el mundo y, sin embargo, es peregrina.
Se dirige hacia su Señor peregrinando entre las persecuciones del mundo y los
consuelos de Dios.
Nuestra vida es también un camino
lleno de tribulaciones y de consuelos de Dios. Tenemos una vida en el tiempo,
en la cual nos encontramos ahora, y otra más allá del tiempo, en la eternidad,
hacia la cual se dirige nuestra peregrinación. El tiempo de cada uno es una
parte importante de la herencia recibida de Dios; es la distancia que nos
separa de ese momento en el que nos presentaremos ante nuestro Señor con las
manos llenas o vacías. Sólo ahora, aquí, en esta vida, podemos merecer para la
otra. En realidad, cada día nuestro es un tiempo que Dios nos regala para
llenarlo de amor a Él, de caridad con quienes nos rodean, de trabajo bien
hecho, de ejercitar las virtudes…, de obras agradables a los ojos de Dios.
Ahora es el momento de hacer el tesoro que no envejece. Este es, para cada uno,
el tiempo propicio, éste es el día de la salud. Pasado este tiempo, ya no habrá
otro.
El tiempo del que cada uno de
nosotros dispone es corto, pero suficiente para decirle a Dios que le amamos y
para dejar terminada la obra que el Señor nos haya encargado a cada uno. Por
eso nos advierte San Pablo: andad con prudencia, no como necios, sino como
sabios, aprovechando bien el tiempo, pues pronto viene la noche, cuando ya nadie
puede trabajar. Verdaderamente es corto nuestro tiempo para amar, para dar,
para desagraviar. No es justo, por tanto, que lo malgastemos, ni que tiremos
ese tesoro irresponsablemente por la ventana: no podemos desbaratar esta etapa
del mundo que Dios confía a cada uno.
San Pablo, considerando la brevedad
de nuestro paso por la tierra y la insignificancia que tienen las cosas en sí
mismas, dice: pasa la sombra de este mundo. Esta vida, en comparación de la que
nos espera, es como su sombra.
La brevedad del tiempo es una llamada
continua a sacarle el máximo rendimiento de cara a Dios. Hoy, en nuestra
oración, podríamos preguntarnos si Dios está contento con la forma en que hemos
vivido el año que ha pasado. Si ha sido bien aprovechado o, por el contrario,
ha sido un año de ocasiones perdidas en el trabajo, en el apostolado, en la
vida de familia; si hemos abandonado con frecuencia la Cruz, porque nos hemos
quejado con facilidad al encontrarnos con la contradicción y con lo inesperado.
Cada año que pasa es una llamada
para santificar nuestra vida ordinaria y un aviso de que estamos un poco más
cerca del momento definitivo con Dios. No nos cansemos de hacer el bien, que a
su tiempo cosecharemos, si no desfallecemos. Por consiguiente, mientras hay tiempo
hagamos el bien a todos.
II. Al hacer examen es fácil que encontremos, en este año que termina, omisiones
en la caridad, escasa laboriosidad en el trabajo profesional, mediocridad
espiritual aceptada, poca limosna, egoísmo, vanidad, faltas de mortificación en
las comidas, gracias del Espíritu Santo no correspondidas, intemperancia, mal
humor, mal carácter, distracciones más o menos voluntarias en nuestras
prácticas de piedad… Son innumerables
los motivos para terminar el año pidiendo perdón al Señor, haciendo actos de
contrición y de desagravio. Miramos cada uno de los días del
año y cada día hemos de pedir perdón, porque cada día hemos ofendido. Ni un
solo día se escapa a esta realidad: han sido muchas nuestras faltas y nuestros
errores. Sin embargo, son incomparablemente mayores los motivos de
agradecimiento, en lo humano y en lo sobrenatural. Son incontables las mociones
del Espíritu Santo, las gracias recibidas en el sacramento de la Penitencia y
en la Comunión eucarística, los cuidados de nuestro Ángel Custodio, los méritos
alcanzados al ofrecer nuestro trabajo o nuestro dolor por los demás, las
numerosas ayudas que de otros hemos recibido. No importa que de esta realidad
sólo percibamos ahora una parte muy pequeña. Demos gracias a Dios por todos los
beneficios recibidos durante el año.
Es menester sacar fuerzas de nuevo
para servir y procurar no ser ingratos, porque con esa condición las da el
Señor; que si no usamos bien del tesoro y del gran estado en que nos pone, nos
lo tornará a tomar y nos quedaremos muy más pobres, y dará Su Majestad las
joyas a quien luzca y aproveche con ellas a sí y a los otros. Pues, ¿cómo
aprovechará y gastará con largueza el que no entiende que está rico? Es
imposible, conforme a nuestra naturaleza, a mi parecer, tener ánimo para cosas
grandes quien no entiende está favorecido de Dios; porque somos tan miserables
y tan inclinados a cosas de tierra, que mal podrá aborrecer todo lo de acá de
hecho con gran desasimiento, quien no entiende tiene alguna prenda de lo de
allá.
Terminar el año pidiendo perdón por
tantas faltas de correspondencia a la gracia, por tantas veces como Jesús se
puso a nuestro lado y no hicimos nada por verle y le dejamos pasar; a la vez,
terminar el año agradeciendo al Señor la gran misericordia que ha tenido con
nosotros y los innumerables beneficios, muchos de ellos desconocidos por
nosotros mismos, que nos ha dado el Señor.
Y junto a la contrición y el
agradecimiento, el propósito de amar a Dios y de luchar por adquirir las
virtudes y desarraigar nuestros defectos, como si fuera el último año que el
Señor nos concede.
III. En estos últimos días del año que termina y en
los comienzos del que empieza nos desearemos unos a otros que tengamos un buen
año. Al
portero, a la farmacéutica, a los vecinos…, les diremos ¡Feliz año nuevo! o
algo semejante. Un número parecido de personas nos desearán a nosotros lo mismo,
y les daremos las gracias.
Pero, ¿qué es lo que entienden
muchas gentes por un año bueno, un año lleno de felicidad, etcétera? Es, a no
dudarlo, que no sufráis en este año ninguna enfermedad, ninguna pena, ninguna
contrariedad, ninguna preocupación, sino al contrario, que todo os sonría y os
sea propicio, que ganéis bastante dinero y que el recaudador no os reclame
demasiado, que los salarios se vean incrementados y el precio de los artículos
disminuya, que la radio os comunique cada mañana buenas noticias. En pocas
palabras, que no experimentéis ningún contratiempo. Es bueno desear estos
bienes humanos para nosotros y para los demás, si no nos separan de nuestro fin
último. El año nuevo nos traerá, en proporciones desconocidas, alegrías y
contrariedades. Un año bueno, para un cristiano, es aquel en el que unas y otras
nos han servido para amar un poco más a Dios. Un año bueno para un cristiano no
es aquel que viene cargado, en el supuesto de que fuera posible, de una
felicidad natural al margen de Dios. Un año bueno es aquel en el que hemos
servido mejor a Dios y a los demás, aunque en el plano humano haya sido un
completo desastre. Puede ser, por ejemplo, un buen año aquel en el que apareció
la grave enfermedad, tantos años latente, y desconocida, si supimos
santificarnos con ella y santificar a quienes estaban a nuestro alrededor.
Cualquier año puede ser el mejor año
si aprovechamos las gracias que Dios nos tiene reservadas y que pueden
convertir en bien la mayor de las desgracias. Para este año que comienza Dios
nos ha preparado todas las ayudas que necesitamos para que sea un buen año. No
desperdiciemos ni un solo día. Y cuando llegue la caída, el error o el
desánimo, recomenzar enseguida. En muchas ocasiones, a través del sacramento de
la Penitencia.
¡Que tengamos todos un buen año! Que
podamos presentarnos delante del Señor, una vez concluido, con las manos llenas
de horas de trabajo ofrecidas a Dios, apostolado con nuestros amigos,
incontables muestras de caridad con quienes nos rodean, muchos pequeños
vencimientos, encuentros irrepetibles en la Comunión… Hagamos el propósito de
convertir las derrotas en victorias, acudiendo al Señor y recomenzando de
nuevo.
Pidamos a la Virgen la gracia de
vivir este año que comienza luchando como si fuera el último que el Señor nos
concede. FFC
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