La droga no es el problema principal del toxicodependiente.
El consumo de droga es sólo una respuesta falaz a la falta de sentido positivo
de la vida. Al centro de la toxicodependencia se encuentra el hombre, sujeto
único e irrepetible, con su interioridad y específica personalidad, objeto del
amor de Dios.
¿Por qué se recurre a las drogas?
Los motivos personales al origen del consumo de sustancias
estupefacientes son muchos. Pero en todos los toxicodependientes, prescindiendo
de la edad y de la frecuencia con que las usan, se constata un motivo constante
y fundamental: la ausencia de valores morales y una falta de armonía interior
de la persona.
Quien hace uso de la droga vive en una condición
mental equiparada a una adolescencia interminable. Tal estado de inmadurez
tiene origen y se desarrolla en el contexto de una falta de educación. La
persona inmadura proviene con frecuencia de familias que no consiguen
transmitir los valores, sea por la falta de una adecuada autoridad, sea porque
viven en una sociedad «pasiva», con un estilo de vida consumístico y permisivo,
secularizado y sin ideales.
¿Cómo es un adicto para la Iglesia?
Fundamentalmente el toxicodependiente es un «enfermo de
amor»; no ha conocido el amor; no sabe amar en el modo justo porque no ha sido
amado en el modo justo.
¿Por qué muchos jóvenes consumen
drogas?
Frecuentemente se encuentra en ellos el temor del futuro o en
el rechazo de nuevas responsabilidades. El comportamiento de los jóvenes es con
frecuencia revelador de un doloroso descontento debido a la falta de confianza
y de expectativas frente a estructuras sociales en las cuales ya no se
reconocen.
¿Les han sido ofrecidos motivos suficientes para
esperar en el mañana, para invertir en el presente mirando al futuro, para
mantenerse firmes sintiendo como propias las raíces del pasado?
¿Qué tipo de familia favorece el
inicio en drogas?
El toxicodependiente viene frecuentemente de una familia que
no sabe reaccionar al stress porque es inestable, incompleta o dividida. Hoy
van en preocupante aumento las salidas negativas de las crisis matrimoniales y
familiares: facilidad de separación y de divorcio, convivencias, incapacidad de
ofrecer una educación integral para hacer frente a problemas comunes, falta de
diálogo, etc.
Pueden preparar una elección de la droga, el
silencio, el miedo de comunicar, la competitividad, el consumismo, el stress
como resultado de excesivo trabajo, el egoísmo, etc. En síntesis, una
incapacidad de impartir una educación abierta e integral. En muchos casos los
hijos se sienten no comprendidos y se encuentran sin el apoyo de la familia.
Además, la fe y los valores del sufrimiento, tan importante para la madurez,
son presentados como antivalores. Padres no a la altura de su tarea,
constituyen una verdadera laguna para la formación del carácter de los hijos.
¿Qué características sociales
facilitan la drogadicción?
Nuestra época exalta una idea equivocada de libertad que
exalta el utilitarismo y el hedonismo, y con ellos el individualismo y el
egoísmo. Y así, la referencia a los valores morales y a Dios mismo, son
cancelados en la sociedad y en la relación entre los hombres. En una sociedad
que busca la gratificación inmediata y la propia comodidad a toda costa, en la
cual se está más interesado en «tener» que en «ser», se ha perdido el sentido
de la vida, y se vacía la persona de su dignidad, llevándola a la frustración y
a la vía de la autodestrucción. En una sociedad así descrita, la droga es una
fácil e inmediata, pero mentirosa, respuesta a la necesidad humana de
satisfacción y de verdadero amor.
¿Qué respuesta ofrece la Iglesia al
drogadicto?
En su actitud decididamente pastoral la Iglesia se acerca al
toxicodependiente con su radiante concepción de la verdad sobre Cristo, sobre
sí misma y sobre el hombre. La
propuesta de la Iglesia es un proyecto evangélico sobre el hombre. Anuncia a
cuantos viven el drama de la toxicodependencia y sufren una existencia
miserable, el amor de Dios que no quiere la muerte sino la conversión y la
vida. Al toxicodependiente, carente
fundamentalmente de amor, hay que hacer conocer y experimentar el amor de
Cristo Jesús. En medio de una desazón atormentada, en el vacío profundo de la
propia existencia, el itinerario hacia la esperanza pasa por el renacer de un
ideal auténtico de vida. Todo esto se
manifiesta plenamente en el misterio de la revelación del Señor Jesús. Quien
toma sustancias estupefacientes debe saber que, con la gracia de Dios, es capaz
de abrirse a quien es «el camino, la verdad y la vida». Puede así comenzar un itinerario de liberación
descubriendo que él es imagen de Dios, en la realidad de hijo, que debe crecer
en la similitud de la imagen por excelencia que es Cristo mismo.
¿Qué ideales hay que proponerle al
adicto?
Los seguros y nobles ideales necesarios para el crecimiento
del toxicodependiente como sujeto activo son aquellos que responden a la
necesidad extrema del hombre de saber si hay un porqué que justifique su
existencia terrena. Por este motivo,
es necesaria la luz de la Trascendencia y de la Revelación cristiana. La
enseñanza de la Iglesia, anclada en la palabra indefectible de Cristo, da una
respuesta iluminadora y segura a los interrogantes sobre el sentido de la vida,
enseñando a construirla sobre la roca de la certeza doctrinal y sobre la fuerza
moral que proviene de la oración y de los sacramentos. La serena convicción de la inmortalidad del alma, de
la futura resurrección de los cuerpos y de la responsabilidad eterna de los
propios actos es el método más seguro también para prevenir el mal terrible de
la droga, para curar y rehabilitar a sus pobres víctimas, para fortalecerlas en
la perseverancia y en la firmeza sobre las vías del bien.
¿Qué modelo de familia necesitan los
adictos?
La experiencia de cuantos trabajan con especial competencia
en el mundo de la toxicodependencia (psiquiatras, psicólogos, sociólogos,
médicos, asistentes sociales, etc.), confirma en modo unánime que el modelo
cristiano de la familia permanece como el punto de referencia prioritario sobre
el cual insistir en toda acción de prevención, recuperación e inserción de la
vitalidad del individuo en la sociedad. Este modelo radica en el amor auténtico: único, fiel,
indisoluble de los cónyuges. Es necesario volver a la concepción cristiana del
matrimonio como comunidad de vida y de amor. Desde la primera adolescencia los hijos miran a los padres y a la
familia como modelos de vida. La familia, debe regresar a ser el lugar donde
ellos puedan tener la experiencia de la unidad que los refuerza en su peculiar
personalidad. Las familias deben ser objeto y sujeto de educación en la
solidaridad y en el amor-don. La familia,
«Iglesia Doméstica», es capaz de afrontar todo a la luz de la Palabra de Dios.
Y si Dios ocupa realmente el primer puesto, llega a ser el lugar del
crecimiento y de la esperanza pues en ella cada día se reconstruye la vida
cristiana con amor, fe, paciencia y oración. FyF
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