domingo, 2 de mayo de 2021

¿Qué aconseja la Iglesia ante el problema de las drogas?

La droga no es el problema principal del toxicodependiente. El consumo de droga es sólo una respuesta falaz a la falta de sentido positivo de la vida. Al centro de la toxicodependencia se encuentra el hombre, sujeto único e irrepetible, con su interioridad y específica personalidad, objeto del amor de Dios. 
¿Por qué se recurre a las drogas? 
Los motivos personales al origen del consumo de sustancias estupefacientes son muchos. Pero en todos los toxicodependientes, prescindiendo de la edad y de la frecuencia con que las usan, se constata un motivo constante y fundamental: la ausencia de valores morales y una falta de armonía interior de la persona. Quien hace uso de la droga vive en una condición mental equiparada a una adolescencia interminable. Tal estado de inmadurez tiene origen y se desarrolla en el contexto de una falta de educación. La persona inmadura proviene con frecuencia de familias que no consiguen transmitir los valores, sea por la falta de una adecuada autoridad, sea porque viven en una sociedad «pasiva», con un estilo de vida consumístico y permisivo, secularizado y sin ideales. 
¿Cómo es un adicto para la Iglesia? 
Fundamentalmente el toxicodependiente es un «enfermo de amor»; no ha conocido el amor; no sabe amar en el modo justo porque no ha sido amado en el modo justo. 
¿Por qué muchos jóvenes consumen drogas? 
Frecuentemente se encuentra en ellos el temor del futuro o en el rechazo de nuevas responsabilidades. El comportamiento de los jóvenes es con frecuencia revelador de un doloroso descontento debido a la falta de confianza y de expectativas frente a estructuras sociales en las cuales ya no se reconocen. ¿Les han sido ofrecidos motivos suficientes para esperar en el mañana, para invertir en el presente mirando al futuro, para mantenerse firmes sintiendo como propias las raíces del pasado? 
¿Qué tipo de familia favorece el inicio en drogas? 
El toxicodependiente viene frecuentemente de una familia que no sabe reaccionar al stress porque es inestable, incompleta o dividida. Hoy van en preocupante aumento las salidas negativas de las crisis matrimoniales y familiares: facilidad de separación y de divorcio, convivencias, incapacidad de ofrecer una educación integral para hacer frente a problemas comunes, falta de diálogo, etc. Pueden preparar una elección de la droga, el silencio, el miedo de comunicar, la competitividad, el consumismo, el stress como resultado de excesivo trabajo, el egoísmo, etc. En síntesis, una incapacidad de impartir una educación abierta e integral. En muchos casos los hijos se sienten no comprendidos y se encuentran sin el apoyo de la familia. Además, la fe y los valores del sufrimiento, tan importante para la madurez, son presentados como antivalores. Padres no a la altura de su tarea, constituyen una verdadera laguna para la formación del carácter de los hijos. 
¿Qué características sociales facilitan la drogadicción? 
Nuestra época exalta una idea equivocada de libertad que exalta el utilitarismo y el hedonismo, y con ellos el individualismo y el egoísmo. Y así, la referencia a los valores morales y a Dios mismo, son cancelados en la sociedad y en la relación entre los hombres. En una sociedad que busca la gratificación inmediata y la propia comodidad a toda costa, en la cual se está más interesado en «tener» que en «ser», se ha perdido el sentido de la vida, y se vacía la persona de su dignidad, llevándola a la frustración y a la vía de la autodestrucción. En una sociedad así descrita, la droga es una fácil e inmediata, pero mentirosa, respuesta a la necesidad humana de satisfacción y de verdadero amor. 
¿Qué respuesta ofrece la Iglesia al drogadicto? 
En su actitud decididamente pastoral la Iglesia se acerca al toxicodependiente con su radiante concepción de la verdad sobre Cristo, sobre sí misma y sobre el hombre. La propuesta de la Iglesia es un proyecto evangélico sobre el hombre. Anuncia a cuantos viven el drama de la toxicodependencia y sufren una existencia miserable, el amor de Dios que no quiere la muerte sino la conversión y la vida. Al toxicodependiente, carente fundamentalmente de amor, hay que hacer conocer y experimentar el amor de Cristo Jesús. En medio de una desazón atormentada, en el vacío profundo de la propia existencia, el itinerario hacia la esperanza pasa por el renacer de un ideal auténtico de vida. Todo esto se manifiesta plenamente en el misterio de la revelación del Señor Jesús. Quien toma sustancias estupefacientes debe saber que, con la gracia de Dios, es capaz de abrirse a quien es «el camino, la verdad y la vida». Puede así comenzar un itinerario de liberación descubriendo que él es imagen de Dios, en la realidad de hijo, que debe crecer en la similitud de la imagen por excelencia que es Cristo mismo. 
¿Qué ideales hay que proponerle al adicto? 
Los seguros y nobles ideales necesarios para el crecimiento del toxicodependiente como sujeto activo son aquellos que responden a la necesidad extrema del hombre de saber si hay un porqué que justifique su existencia terrena. Por este motivo, es necesaria la luz de la Trascendencia y de la Revelación cristiana. La enseñanza de la Iglesia, anclada en la palabra indefectible de Cristo, da una respuesta iluminadora y segura a los interrogantes sobre el sentido de la vida, enseñando a construirla sobre la roca de la certeza doctrinal y sobre la fuerza moral que proviene de la oración y de los sacramentos. La serena convicción de la inmortalidad del alma, de la futura resurrección de los cuerpos y de la responsabilidad eterna de los propios actos es el método más seguro también para prevenir el mal terrible de la droga, para curar y rehabilitar a sus pobres víctimas, para fortalecerlas en la perseverancia y en la firmeza sobre las vías del bien. 
¿Qué modelo de familia necesitan los adictos? 
La experiencia de cuantos trabajan con especial competencia en el mundo de la toxicodependencia (psiquiatras, psicólogos, sociólogos, médicos, asistentes sociales, etc.), confirma en modo unánime que el modelo cristiano de la familia permanece como el punto de referencia prioritario sobre el cual insistir en toda acción de prevención, recuperación e inserción de la vitalidad del individuo en la sociedad. Este modelo radica en el amor auténtico: único, fiel, indisoluble de los cónyuges. Es necesario volver a la concepción cristiana del matrimonio como comunidad de vida y de amor. Desde la primera adolescencia los hijos miran a los padres y a la familia como modelos de vida. La familia, debe regresar a ser el lugar donde ellos puedan tener la experiencia de la unidad que los refuerza en su peculiar personalidad. Las familias deben ser objeto y sujeto de educación en la solidaridad y en el amor-don. La familia, «Iglesia Doméstica», es capaz de afrontar todo a la luz de la Palabra de Dios. Y si Dios ocupa realmente el primer puesto, llega a ser el lugar del crecimiento y de la esperanza pues en ella cada día se reconstruye la vida cristiana con amor, fe, paciencia y oración. FyF

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