Quien peregrina a Tierra Santa usualmente se deja llevar por
una triste ilusión: pensar que Nuestro Señor Jesucristo hablaba la misma lengua
que la gente que hoy ocupan los Santos Lugares. Es más, el error se extiende
incluso a quienes - por motivos que desconozco y no puedo comprender - se
empeñan en fundar sociedades católicas con nombres en hebreo.
Hoy en día, el hebreo es la lengua oficial del moderno estado
de Israel. Con una sabia determinación, se ha impuesto esta lengua como una
forma de unificar a los habitantes del territorio y formar la unidad nacional.
Sin embargo, este espectáculo se diferencia mucho del que ofrecía a la vista
del peregrino de hace dos mil años.
Diremos, para comenzar, que el hebreo vivo es una lengua
moderna, nacida de los esfuerzos del publicista Ben Yehuda durante el siglo
pasado, pensando en la creación del ‘Hogar’ sionista que posteriormente se
constituyó sobre una porción de Palestina. Ahora bien, esto NO significa que
porque el hebreo no fuera usado por el Pueblo Elegido no sea una lengua
antigua, considerada por los lingüistas dentro de las lenguas semíticas. Todas
estas lenguas son parientes entre sí, como el francés lo es de las románicas,
del italiano, español o rumano.
Quienes acompañaban a Abraham hablaban un dialecto semítico
análogo al babilónico de la baja Mesopotamia. Los cananeos, en cambio, hablaban
uno más preciso, mejor construido. Al regresar de Egipto, los hebreos ‘fijaron’
su idioma adoptando construcciones del cananeo. Y así como en la Francia
medieval existían los de ´oil´ y de ´oc´, los de Judea pronunciaban ´ch´ la ´s´
de los efraimitas. Por esto el cántico de la profetiza Débora está basado en un
vocabulario tan particular. Y como el Libro Sagrado fue redactado casi
exclusivamente en Judea, el hebreo judaico prevaleció sobre el resto.
El Rey-Profeta David y Salomón hablaban este hebreo. Y así
fue hasta la deportación a Babilonia. Al regreso se produjo un lento declinar
de esta lengua y fue suplantada por un dialecto local. Sin embargo los sabios y
escritores de las Sagradas Escrituras utilizaban este hebreo como ‘lengua
santa’ al modo que los escolásticos y la Santa Iglesia utiliza el latín como
lengua sagrada. El hebreo se convirtió, por tanto, en ‘lengua de santidad’,
leshon da kodesh, o ‘la lengua de los sabios’. Los doctores de la Ley enseñaban
en hebreo como nuestros teólogos enseñaban en latín. Las plegarias y rogatorios
se pronunciaban en hebreo al modo de nuestro Pater o el Ave María.
Es notable ver que poco antes de la venida del Salvador, el
hebreo conoció un resurgimiento. Se cree que en la comunidad de los esenios,
amigos del Señor, se hablaba en hebreo. Nuestro Señor, según nos cuenta San
Lucas, enseñaba en el Templo, “desenrollando el libro del profeta Isaías y
leyendo”. Por tanto para Sus prédicas a los doctores, utilizaba la lengua
sacra. Pero en la vida corriente, se utilizaba otro idioma: el arameo. Para Sus
prédicas populares, es creíble que el Divino Redentor no utilizase el hebreo
sino el arameo para expresarse.
Ahora bien, el arameo no era una lengua corrompida como
muchos progresistas ‘expertos’ propagan sin empacho, incluso en libros o
documentales de televisión. Ellos dicen que el arameo es una degradación de la
lengua, un dialecto degenerado que habrían traído del exilio en Babilonia. Pero el arameo es una lengua tan original como lo es
el hebreo. Era la lengua que hablaban las tribus nómades que fundaban reinos
efímeros a lo largo y ancho de la Fértil Medialuna, si lograr jamás unificarse.
A causa de esto los israelitas les llamaban ‘allegados’. Por razones poco
comprendidas, esta lengua no se perdió cuando el esplendor político de los
arameos decayó, sino que, por el contrario, ingresó a una prodigiosa expansión.
En toda el Asia anterior, del mar de Irán, de las fuentes del Éufrates al golfo
Pérsico, el arameo sustituyó todas las lenguas nativas. Tan impresionante fue esto que los Reyes de los Reyes
persas la adoptaron como lengua administrativa, lo que contribuyó aún más a
imponerlo. Israel no fue ajeno a esta dominación.
Aprecie el lector la magnitud del cambio: en el siglo VIII
A.C. solamente los grandes hablaban arameo y el pueblo hablaba hebreo; en
tiempos del Señor, el pueblo hablaba masivamente el arameo y sólo los grandes
hablaban hebreo.
El arameo era una lengua más civilizada que el hebreo, mucho más
flexible, más apta para expresar los matices y circunstancias de un relato o
las evoluciones del pensamiento. Además contaba con muchísimas sutilezas: los
galileos no pronunciaban como la gente del Jerusalén. Recuerde el lector que la
noche dolorosa del Jueves Santo, San Pedro es reconocido como galileo por una
criada.
Los evangelios están poblados de numerosos vocablos arameos,
utilizados incluso por el propio señor: Abba, haceldama, Gabbata, Gólgota,
Mamonas, Mestriah, Pascha y hasta frases enteras como el mandamiento ‘thalita
qumi’, que Cristo da a la hija muerta de Jairo. O el célebre ‘Eloi, Eloi, lamma
sabachtani’, de la suprema angustia.
Por muestra tenemos que en ciertas partes del libro de Esdras
y de Jeremías, los de Daniel y San Mateo se empleó el arameo en la primera
redacción, antes de su traducción al griego.
La literatura talmúdica se sirve de las Targum (targumin),
que son ‘traducciones’ al arameo del original hebreo. En la época de Nuestro Señor
en cada sinagoga habían un ‘targoman’ o traductor al arameo de las enseñanzas y
preceptos divinos, que explicaba y traducía al arameo los textos para quienes
no sabían o no dominaban el hebreo.
Hoy en día subsiste el arameo oriental, o más bien ‘arameos’
en la zona de Mesopotamia. Al sur de Damasco, en Maamula (Mamula) se habla el
arameo occidental y gracias a esta preservación se ha podido transcribir el
Pater en arameo.
Pero, ¿esto quiere decir que el hebreo y el arameo eran las
dos únicas lenguas que se hablaban en la época del Redentor? Los relatos evangélicos
nos cuentan que Pilatos ordenó clavar un letrero sobre la Cruz que estaba
escrito en tres idiomas: hebreo, griego y latín.
El latín era la lengua de los invasores y tenía muy poco uso,
pero era el idioma oficial del Imperio y se utilizaba para todas las
comunicaciones oficiales. Flavio Josefo concuerda con esto y añade que todas
las comunicaciones y decretos se acompañaban de una traducción en griego.
El griego estaba muy difundido en el Cercano Oriente y en
todo el Imperio. Los rabinos levantaban una lucha cultural contra el invasor que
imponía costumbres paganas: “Quien enseña griego a su hijo - decían - es
maldito al igual que el que come puerco”. Pero esto no impedía que sus grandes
sabios, como Gamaliel, lo conocieran perfectamente. El Libro de Hechos narra
cómo, por darle el gusto a la población de Jerusalén tras su detención, San
Pablo habla en arameo y no en griego, ya que el griego era la lengua de la
gente culta, distinguida, de los ricos, la lengua de Herodes y la lengua
internacional de los negocios.
Los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, casi todas las
Epístolas y el Apocalipsis, fueron escritos en lengua griega, o al menos
traducidos inmediatamente a ésta.
¿Hablaba griego el Mesías Esperado? En ninguno de los
discursos que registran los Evangelios le escuchamos pronunciar una sola cita
griega, ni siquiera una alusión, como sí lo hace San Pablo. Pero cuando es
interrogado por Poncio Pilato no se sirve de ningún traductor. Y Pilatos no se
tomaba la molestia de estudiar la lengua de los sometidos y esclavos. ¿Qué tipo
de griego se hablaba en Palestina? El que a partir de Alejandría se había
impuesto a los idiomas locales: ático, jonio, dorio, eolio y se difundió en el
mundo helenístico no sin sufrir deformaciones.
El griego de la Koiné se había simplificado, suprimiéndole
palabras difíciles y se dejaron de lado las particularidades de las
declinaciones y conjugaciones: utilizaba las construcciones analíticas con
preposiciones de preferencia a las formas del griego clásico, pero ante todo
había adoptado muchas palabras latinas y formas sonoras orientales.
Definitivamente no era el griego de Platón, pero era cómodo y muy bien adaptado
para el papel internacional que habría de desempeñar.
Esta pequeñísima introducción nos permite abrir una nueva
visión del mundo que contemplaron los Divinos Ojos del Creador. Este mundo que le recibió y no le acogió fue
perfeccionándose gradualmente y depurando, gracias a las saludables influencias
de la Santa Iglesia, todos los resabios de paganismo y maldad que eran
costumbres incuestionadas por los hombres de aquella época. Sirva decir que fue
gracias a la Iglesia y no a las bravatas masónicas de la ilustración, sino más
de diecisiete siglos antes, que se comenzó a luchar por el fin de la esclavitud
y que fue la Iglesia quien consiguió abolir esa práctica infame. Sólo con el
Renacimiento de los errores antiguos, hacia el fin de la Edad Media, resurge el
esclavismo de manos de personas, consagradas al culto del dinero y del poder.
Fue la Iglesia, recordémoslo siempre, quien creó el concepto de persona y
dignidad, y no es ésta una invención moderna.
Comencemos, pues, a amar y estudiar más nuestra historia para
desterrar las idear perversas que nos introducen las creaciones literarias y
hollywoodenses sobre nuestro pasado y en particular del contexto histórico y de
la Sagrada Persona de Nuestro Señor Jesucristo.
Hoy en día, en que se quiere hacer creer y sentir que la
Iglesia erró por dos mil años y que, por tanto, debe volver a sus primeros
tiempos, es momento oportuno para recordar, divulgar y defender. IWC
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