Texto del Evangelio (Mt 23,1-12): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente y a los
discípulos: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los
fariseos. Haced, pues, y observad todo lo que os digan; pero no imitéis su
conducta, porque dicen y no hacen. Atan cargas pesadas y las echan a las
espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas. Todas sus
obras las hacen para ser vistos por los hombres; se hacen bien anchas las
filacterias y bien largas las orlas del manto; quieren el primer puesto en los
banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, que se les salude en las plazas
y que la gente les llame ‘Rabí’.
»Vosotros, en
cambio, no os dejéis llamar ‘Rabí’, porque uno solo es vuestro Maestro; y
vosotros sois todos hermanos. Ni llaméis a nadie ‘Padre’ vuestro en la tierra,
porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo. Ni tampoco os dejéis llamar
‘Guías’, porque uno solo es vuestro Guía: el Cristo. El mayor entre vosotros
será vuestro servidor. Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se
humille, será ensalzado».
«El que se ensalce, será
humillado; y el que se humille, será ensalzado»
Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i
Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
Hoy, Jesucristo nos dirige
nuevamente una llamada a la humildad, una invitación a situarnos en el
verdadero lugar que nos corresponde: «No os dejéis llamar ‘Rabí’ (...); ni
llaméis a nadie ‘Padre’ (...); ni tampoco os dejéis llamar ‘Guías’» (Mt 23,8- 10). Antes de apropiarnos de
todos estos títulos, procuremos dar gracias a Dios por todo lo que tenemos y
que de Él hemos recibido.
Como dice san Pablo, «¿qué
tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿a qué gloriarte cual si
no lo hubieras recibido?» (1 Cor 4,7).
De manera que, cuando tengamos conciencia de haber actuado correctamente,
haremos bien en repetir: «Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos
hacer» (Lc 17,10).
El hombre moderno padece una
lamentable amnesia: vivimos y actuamos como si nosotros mismos hubiésemos sido
los autores de la vida y los creadores del mundo. Por contraste, causa
admiración Aristóteles, el cual —en su teología natural— desconocía el concepto
de la ‘creación’ (noción conocida en
aquellos tiempos sólo por Revelación divina), pero, por lo menos, tenía
claro que este mundo dependía de la Divinidad (la ‘Causa incausada’). San Juan Pablo II nos llama a conservar la
memoria de la deuda que tenemos contraída con nuestro Dios: «Es preciso que el
hombre dé honor al Creador ofreciendo, en una acción de gracias y de alabanza,
todo lo que de Él ha recibido. El hombre no puede perder el sentido de esta
deuda, que solamente él, entre todas las otras realidades terrestres, puede
reconocer».
Además, pensando en la vida sobrenatural,
nuestra colaboración —¡Él no hará nada sin nuestro permiso, sin nuestro
esfuerzo!— consiste en no estorbar la labor del Espíritu Santo: ¡dejar hacer a
Dios!; que la santidad no la ‘fabricamos’ nosotros, sino que la otorga Él, que
es Maestro, Padre y Guía. En todo caso, si creemos que somos y tenemos algo,
esmerémonos en ponerlo al servicio de los demás: «El mayor entre vosotros será
vuestro servidor» (Mt 23,11).
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