sábado, 31 de marzo de 2018

Viernes Santo – Los Padres de la Iglesia nos iluminan

Hemos completado la travesía del ayuno y, por gracia de Dios, hemos llegado a buen puerto. Porque efectivamente, lo que es el puerto para quienes capitanean un barco, la recompensa para los corredores, la medalla para los atletas, lo es esta semana para nosotros, es el más grande y sumo bien, y en ella combatimos con la finalidad de obtener el premio. Por eso mismo la llamamos [Semana Santa], Semana Grande. Y no porque sus jornadas sean más prolongadas que las demás, ya que hay jornadas más largas en otras semanas; tampoco porque tenga más días que las demás, ya que [en eso] todas las semanas son iguales; sino porque durante esta semana el Señor ha hecho grandes cosas.
En el transcurso de esta semana, que llamamos Grande, la prolongada tiranía del diablo llegó a su término, la muerte se extinguió, el Fuerte fue vencido, sus bienes dispersados, el pecado fue rechazado, abolida la maldición, el paraíso está nuevamente abierto, y el acceso al cielo libre y expedito, los seres humanos han entrado en comunicación con los ángeles, el muro de separación ha sido derribado, el velo rasgado y el Dios de la paz nos ha traído la paz a cielo y tierra. Esas son las razones por las que denominamos Grande a esta semana.
Es comprensible que durante esta semana la multitud de los cristianos intensifique sus esfuerzos, algunos multiplican sus ayunos, otros sus vigilias santas, otros sus limosnas. Esta es una manera de atestiguar, a través del celo por las buenas obras, todo el bien que nos ha hecho el Señor. Cuando el Señor resucitó a Lázaro, la ciudad toda de Jerusalén atestiguaba de que había resucitado a un muerto a través de la multitud que salía al encuentro de Cristo, ya que el fervor de aquellos que salían a recibirlo atestiguaba la magnitud del milagro  realizado; del mismo modo, nuestro fervor en celebrar la Semana Grande prueba y atestigua la magnitud de las grandes obras realizadas antaño [a favor nuestro]. Porque nosotros, los que partimos actualmente al encuentro de Cristo, no salimos de una sola ciudad, únicamente de Jerusalén, sino que en el mundo entero las Iglesias, a millares, parten al encuentro de Jesús; no salen a recibirlo agitando ramos de palmera, sino que ofrecen a Cristo el Señor la limosna, el amor al prójimo, la virtud, el ayuno, las lágrimas, la oración, las vigilias y toda suerte de virtudes. JAP

Mujer, eres bella...


Las más bellas cosas...


Humildad... 13


Virgen junto a la Cruz


01 de Abril - María Egipcíaca

María Egipcíaca, Santa
Eremita Penitente, 01 de Abril

Martirologio Romano: En Palestina, santa María Egipcíaca, célebre pecadora de Alejandría, que por la intercesión de la Bienaventurada Virgen se convirtió a Dios en la Ciudad Santa, y llevó una vida penitente y solitaria a la otra orilla del Jordán (s. V). 
Etimológicamente: María = eminencia, excelsa. Es de origen hebreo.

Una hermosa tradición muy antigua cuenta que en el siglo V un santo sacerdote llamado Zózimo después de haber pasado muchos años de monje en un convento de Palestina dispuso irse a terminar sus días en el desierto de Judá, junto al río Jordán. Y que un día vio por allí una figura humana, que más parecía un esqueleto que una persona robusta. Se le acercó y le preguntó si era un monje y recibió esta respuesta: “Yo soy una mujer que he venido al desierto a hacer penitencia de mis pecados”. 
Según la tradición aquella mujer le narró la siguiente historia: Su nombre era María. Era de Egipto. Desde los 12 años llevada por sus pasiones sensuales y su exagerado amor a la libertad se fugó de la casa. Cometió toda clase de impurezas y hasta se dedicó a corromper a otras personas. Después se unió a un grupo de peregrinos que de Egipto iban al Santo Sepulcro de Jerusalén. Pero ella no iba a rezar sino a divertirse y a pasear.
Y sucedió que al llegar al Santo Sepulcro, mientras los demás entraban fervorosos a rezar, ella sintió allí en la puerta del templo que una mano la detenía con gran fuerza y la echaba a un lado. Y esto le sucedió por tres veces, cada vez que ella trataba de entrar al santo templo. Y una voz le dijo: “Tú no eres digna de entrar en este sitio sagrado, porque vives esclavizada al pecado”. Ella se puso a llorar, pero de pronto levantó los ojos y vio allí cerca de la entrada una imagen de la Santísima Virgen que parecía mirarla con gran cariño y compasión. 
Entonces la pecadora se arrodilló llorando y le dijo: “Madre, si me es permitido entrar al templo santo, yo te prometo que dejaré esta vida de pecado y me dedicaré a una vida de oración y penitencia”. Y le pareció que la Virgen Santísima le aceptaba su propuesta. 
Trató de entrar de nuevo al templo y esta vez sí le fue permitido. Allí lloró largamente y pidió por muchas horas el perdón de sus pecados. Estando en oración le pareció que una voz le decía: “En el desierto más allá del Jordán encontrarás tu paz”.
María egipcíaca se fue al desierto y allí estuvo por 40 años rezando, meditando y haciendo penitencia. Se alimentaba de dátiles, de raíces, de langostas y a veces bajaba a tomar agua al río. En el verano el terrible calor la hacía sufrir muchísimo y la sed la atormentaba. En invierno el frío era su martirio. Durante 17 años vivió atormentada por la tentación de volver otra vez a Egipto a dedicarse a su vida anterior de sensualidad, pero un amor grande a la Santísima Virgen le obtenía fortaleza para resistir a las tentaciones. Y Dios le revelaba muchas verdades sobrenaturales cuando ella estaba dedicada a la oración y a la meditación. La penitente le hizo prometer al santo anciano que no contaría nada de esta historia mientras ella no hubiera muerto. Y le pidió que le trajera la Sagrada Comunión. Era Jueves Santo y San Zózimo le llevó la Sagrada Eucaristía. 
Quedaron de encontrarse el Día de Pascua, pero cuando el santo volvió la encontró muerta, sobre la arena, con esta inscripción en un pergamino: “Padre Zózimo, he pasado a la eternidad el Viernes Santo día de la muerte del Señor, contenta de haber recibido su santo cuerpo en la Eucaristía. Ruegue por esta pobre pecadora, y devuélvale a la tierra este cuerpo que es polvo y en polvo tiene que convertirse”.
El monje no tenía herramientas para hacer la sepultura, pero entonces llegó un león y con sus garras abrió una sepultura en la arena y se fue. Zózimo al volver de allí narró a otros monjes la emocionante historia, y pronto junto a aquella tumba empezaron a obrarse milagros y prodigios y la fama de la santa penitente se extendió por muchos países.
San Alfonso de Ligorio y muchos otros predicadores narraron muchas veces y dejaron escrita en sus libros la historia de María Egipcíaca, como un ejemplo de lo que obra en un alma pecadora, la intercesión de la Santísima Madre del Salvador, la cual se digne también interceder por nosotros pecadores para que abandonemos nuestra vida de maldad y empecemos ya desde ahora una vida de penitencia y santidad.

¿Quién es Cristo para mí?

La dimensión interior del hombre debe ser buscada insistentemente en nuestra vida. En esta reflexión veremos algunos de los efectos que debe tener esta dimensión interior en nosotros. No olvidemos que todo viene de un esfuerzo de conversión; todo nace de nuestro esfuerzo personal por convertir el alma a Dios, por dirigir la mente y el corazón a nuestro Señor.
¿Qué consecuencias tiene esta conversión en nosotros? En una catequesis el Papa hablaba de tres dimensiones que tiene que tener la conversión: la conversión a la verdad, la conversión a la santidad y la conversión a la reconciliación.
¿Qué significa convertirme a la verdad? Evidentemente que a la primera verdad a la que tengo que convertirme es a la verdad de mí mismo; es decir, ¿quién soy yo?, ¿para qué estoy en este mundo? Pero, al mismo tiempo, la conversión a la verdad es también una apertura a esa verdad que es Dios nuestro Señor, a la verdad de Cristo.
Convertirme a Cristo no es solamente convertirme a una ideología o a una doctrina; la conversión cristiana tiene que pasar primero por la experiencia de Cristo. A veces podemos hacer del cristianismo una teoría más o menos convincente de forma de vida, y entonces se escuchan expresiones como: “el concepto cristiano”, “la doctrina cristiana”, “el programa cristiano”, “la ideología cristiana”, como si eso fuese realmente lo más importante, y como si todo eso no estuviese al servicio de algo mucho más profundo, que es la experiencia que cada hombre y cada mujer tienen que hacer de Cristo.
Lo fundamental del cristianismo es la experiencia que el hombre y la mujer hacen de Jesucristo, el Hijo de Dios. ¿Qué experiencia tengo yo de Jesucristo? A lo mejor podría decir que ninguna, y qué tremendo sería que me supiese todo el catecismo pero que no tuviese experiencia de Jesucristo. Estrictamente hablando no existe una ideología cristiana, es como si dijésemos que existe una ideología de cada uno de nosotros. Existe la persona con sus ideas, pero no existe una ideología de una persona. Lo más que se puede hacer de cada uno de nosotros es una experiencia que, evidentemente como personas humanas, conlleva unas exigencias de tipo moral y humano que nacen de la experiencia. Si yo no parto de la reflexión sobre mi experiencia de una persona, es muy difícil que yo sea capaz de aplicar teorías sobre esa persona.
¿Es Cristo para mí una doctrina o es alguien vivo? ¿Es alguien vivo que me exige, o es simplemente una serie de preguntas de catecismo? La importancia que tiene para el hombre y la mujer la persona de Cristo no tiene límites. Cuando uno tuvo una experiencia con una persona, se da cuenta, de que constantemente se abren nuevos campos, nuevos terrenos que antes nadie había pisado, y cuando llega la muerte y dejamos de tener la experiencia cotidiana con esa persona, nos damos cuenta de que su presencia era lo que más llenaba mi vida.
Convertirme a Cristo significa hacer a Cristo alguien presente en mi existencia. Esa experiencia es algo muy importante, y tenemos que preguntarnos: ¿Está Cristo realmente presente en toda mi vida? ¿O Cristo está simplemente en algunas partes de mi vida? Cuando esto sucede, qué importante es que nos demos cuenta de que quizá yo no estoy siendo todo lo cristiano que debería ser. Convertirme a la verdad, convertirme a Cristo significa llevarle y hacerle presente en cada minuto.
Hay una segunda dimensión de esta conversión: la conversión a la santidad. Dice el Papa, “Toda la vida debe estar dedicada al perfeccionamiento espiritual. En Cuaresma, sin embargo, es más notable la exigencia de pasar de una situación de indiferencia y lejanía a una práctica religiosa más convencida; de una situación de mediocridad y tibieza a un fervor más sentido y profundo; de una manifestación tímida de la fe al testimonio abierto y valiente del propio credo”. ¡Qué interesante descripción del Santo Padre! En la primera frase habla a todos los cristianos, no a monjes ni a sacerdotes. ¿Soy realmente una persona que tiende hacia la perfección espiritual? ¿Cuál es mi intención hacia la visión cristiana de la virtud de la humildad, de la caridad, de la sencillez de corazón, o en la lucha contra la pereza y vanidad?
El Papa pinta unos trazos de lo que es un santo, dice: “El santo no es ni el indiferente, ni el lejano, ni el mediocre, ni el tibio, ni el tímido”. Si no eres indiferente, lejano, mediocre, tímido o tibio, entonces tienes que ser santo. Elige: o eres esos adjetivos, o eres santo. Y no olvidemos que el santo es el hombre completo, la mujer completa; el hombre o la mujer que es convencido, profundo, abierto y valiente.
Evidentemente la dimensión fundamental es poner mi vida delante de Dios para ser convencido delante de Dios, para ser profundo delante de Dios, para ser abierto y valiente delante de Dios.
Podría ser que en mi vida este esfuerzo por la santidad no fuese un esfuerzo real, y esto sucede cuando queremos ser veleidosamente santos. Una persona veleidosa es aquella que tiene un grandísimo defecto de voluntad. El veleidoso es aquella persona que, queriendo el bien y viéndolo, no pone los medios. Veo el bien y me digo: ¡qué hermoso es ser santo!, pero como para ser santo hay que ser convencido, profundo, abierto y valiente, pues nos quedamos con los sueños, y como los sueños..., sueños son.
¿Realmente quiero ser santo, y por eso mi vida cristiana es una vida convencida, y por lo mismo procuro formarme para convencerme en mi formación cristiana a nivel moral, a nivel doctrinal? ¡Cuántas veces nuestra formación cristiana es una formación ciega, no formada, no convencida! ¿Nos damos cuenta de que muchos de los problemas que tenemos son por ignorancia? ¿Es mi cristianismo profundo, abierto y valiente en el testimonio?
Hay una tercera dimensión de esta conversión: la dimensión de la reconciliación. De aquí brota y se empapa la tercera conversión a la que nos invita la Cuaresma. El Papa dice que todos somos conscientes de la urgencia de esta invitación a considerar los acontecimientos dolorosos que está sufriendo la humanidad: “Reconciliarse con Dios es un compromiso que se impone a todos, porque constituye la condición necesaria para recuperar la serenidad personal, el gozo interior, el entendimiento fraterno con los demás y por consiguiente, la paz en la familia, en la sociedad y en el mundo. Queremos la paz, reconciliémonos con Dios”.
La primera injusticia que se comete no es la injusticia del hombre para con el hombre, sino la injusticia del hombre para con Dios. ¿Cuál es la primera injusticia que aparece en la Biblia? El pecado original. ¿Y del pecado de Adán y Eva qué pecado nace? El segundo pecado, el pecado de Caín contra Abel. Del pecado del hombre contra Dios nace el pecado del hombre contra el hombre. No existe ningún pecado del hombre contra el hombre que no provenga del pecado primero del hombre contra Dios. No hay ningún pecado de un hombre contra otro que no nazca de un corazón del cual Dios ya se ha ido hace tiempo. Si queremos transformar la sociedad, lo primero que tenemos que hacer es reconciliar nuestro corazón con Dios. Si queremos recristianizar al mundo, cambiar a la humanidad, lo primero que tenemos que hacer es transformar y recristianizar nuestro corazón. ¿Mis criterios son del Evangelio? ¿Mis comportamientos son del Evangelio? ¿Mi vida familiar, conyugal, social y apostólica se apega al Evangelio?
Ésta es la verdadera santidad, que sólo la consiguen las personas que realmente han hecho en su existencia la experiencia de Cristo. Personas que buscan y anhelan la experiencia de Cristo, y que no ponen excusas para no hacerla. No es excusa para no hacer la experiencia de Cristo el propio carácter, ni las propias obligaciones, ni la propia salud, porque si en estos aspectos de mi vida no sé hacer la experiencia de Cristo, no estoy siendo cristiano.
Cuaresma es convertirse a la verdad, a la santidad y a la reconciliación. En definitiva, Cuaresma es comprometerse. Convertirse es comprometerse con Cristo con mi santidad, con mi dimensión social de evangelización. ¿Tengo esto? ¿Lo quiero tener? ¿Pongo los medios para tenerlo? Si es así, estoy bien; si no es así, estoy mal. Porque una persona que se llame a sí misma cristiana y que no esté auténticamente comprometida con Cristo en su santidad para evangelizar, no es cristiana.
Reflexionen sobre esto, saquen compromisos y busquen ardientemente esa experiencia, esa santidad y ese compromiso apostólico; nunca digan no a Cristo en su vida, nunca se pongan a sí mismos por encima de lo que Cristo les pide, porque el día en que lo hagan, estarán siendo personas lejanas, indiferentes, tibias, mediocres, tímidas. En definitiva no estarán siendo seres humanos auténticos, porque no estarán siendo cristianos. CS

Evangelio del Domingo 01 de Abril

Día litúrgico: Domingo de Pascua (B)

Texto del Evangelio (Jn 20,1-9): El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto». 
Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos.

«Entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó»

Comentario: Mons. Joan Enric VIVES i Sicília Obispo de Urgell (Lleida, España)

Hoy «es el día que hizo el Señor», iremos cantando a lo largo de toda la Pascua. Y es que esta expresión del Salmo 117 inunda la celebración de la fe cristiana. El Padre ha resucitado a su Hijo Jesucristo, el Amado, Aquél en quien se complace porque ha amado hasta dar su vida por todos.
Vivamos la Pascua con mucha alegría. Cristo ha resucitado: celebrémoslo llenos de alegría y de amor. Hoy, Jesucristo ha vencido a la muerte, al pecado, a la tristeza... y nos ha abierto las puertas de la nueva vida, la auténtica vida, la que el Espíritu Santo va dándonos por pura gracia. ¡Que nadie esté triste! Cristo es nuestra Paz y nuestro Camino para siempre. Él hoy «manifiesta plenamente el hombre al mismo hombre y le descubre su altísima vocación» (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes 22).
El gran signo que hoy nos da el Evangelio es que el sepulcro de Jesús está vacío. Ya no tenemos que buscar entre los muertos a Aquel que vive, porque ha resucitado. Y los discípulos, que después le verán Resucitado, es decir, lo experimentarán vivo en un encuentro de fe maravilloso, captan que hay un vacío en el lugar de su sepultura. Sepulcro vacío y apariciones serán las grandes señales para la fe del creyente. El Evangelio dice que «entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó» (Jn 20,8). Supo captar por la fe que aquel vacío y, a la vez, aquella sábana de amortajar y aquel sudario bien doblados eran pequeñas señales del paso de Dios, de la nueva vida. El amor sabe captar aquello que otros no captan, y tiene suficiente con pequeños signos. El «discípulo a quien Jesús quería» (Jn 20,2) se guiaba por el amor que había recibido de Cristo.
“Ver y creer” de los discípulos que han de ser también los nuestros. Renovemos nuestra fe pascual. Que Cristo sea en todo nuestro Señor. Dejemos que su Vida vivifique a la nuestra y renovemos la gracia del bautismo que hemos recibido. Hagámonos apóstoles y discípulos suyos. Guiémonos por el amor y anunciemos a todo el mundo la felicidad de creer en Jesucristo. Seamos testigos esperanzados de su Resurrección.

viernes, 30 de marzo de 2018

Hipotiroidismo: Qué es, síntomas, causas, diagnóstico y tratamiento

¿QUE ES?
El hipotiroidismo se conoce como tiroides poco activa. Ocurre cuando su glándula tiroides no produce suficiente hormona tiroidea. Significa que tiene baja actividad tiroidea. La glándula tiroides tiene forma de mariposa. Está ubicada en la parte delantera de su cuello, debajo de su nuez. 
La tiroides produce hormonas que controlan la forma en que su cuerpo usa la energía. Afecta su ritmo cardíaco, así como sus músculos, huesos y otros órganos. 

SINTOMAS
El hipotiroidismo a menudo comienza lentamente. Sus síntomas pueden confundirse con estrés, depresión u otros problemas de salud. 
Los síntomas comunes incluyen:
  • Fatiga.
  • Aumento de peso inesperado.
  • Debilidad muscular.
  • Dolores musculares, calambres, sensibilidad o rigidez.
  • Aumento de la sensibilidad al frío.
  • Piel pálida y seca.
  • Cara hinchada.
  • Voz ronca.
  • Colesterol en sangre elevado.
  • Dolor, rigidez o hinchazón en las articulaciones.
  • Cambios en los patrones menstruales, como un flujo más denso.
  • Una glándula tiroides agrandada (llamada bocio), que puede aparecer como hinchazón en la base del cuello.
  • Cabello y uñas quebradizos.
  • Olvido o confusión.
Cualquiera puede tener una tiroides poco activa. Esto incluye bebés y adolescentes. Los bebés que nacen sin una glándula tiroides o con una tiroides que no funciona pueden no tener muchos síntomas al principio. Pueden tener coloración amarillenta de la piel y el blanco de sus ojos (ictericia). 
Su cara podría estar hinchada y su lengua puede agrandarse, causando asfixia. A medida que la enfermedad progresa, los bebés pueden tener problemas para alimentarse y pueden no crecer ni desarrollarse normalmente. También pueden estar estreñidos, somnolientos y tener un tono muscular deficiente. 
Si no se trata, el hipotiroidismo en los bebés puede provocar un retraso físico y mental. En los Estados Unidos, los recién nacidos se someten a exámenes de detección de hipotiroidismo antes de abandonar el hospital. 
Los niños y adolescentes que tienen hipotiroidismo tienen los mismos síntomas que los adultos. 

Además, podrían tener:
  • Crecimiento lento.
  • Desarrollo mental lento.
  • Retraso en la aparición de los dientes permanentes.
  • Retraso en la pubertad.
CAUSAS
La causa más común de hipotiroidismo es un trastorno autoinmune llamado enfermedad de Hashimoto. Normalmente, el sistema inmunitario ayuda a proteger el cuerpo contra virus, bacterias y otras sustancias. Una enfermedad autoinmune lo hace atacar los tejidos y/u órganos de su cuerpo. Con Hashimoto, el sistema inmune ataca la tiroides y evita que produzca suficientes hormonas. 
Otras causas comunes de hipotiroidismo incluyen: 
  • Ciertos medicamentos
  • Terapia de radiación
  • Cirugía de tiroides
  • Tratamiento para el hipertiroidismo (tiroides hiperactiva).
Algunas causas menos comunes de hipotiroidismo incluyen: 
Enfermedad congénita. Muchos bebés nacen con una tiroides defectuosa o sin tiroides. Se requiere que los médicos evalúen a los recién nacidos para detectar problemas de tiroides. 
Trastorno pituitario. La glándula pituitaria produce una hormona estimulante de la tiroides (TSH). Esta le dice a la glándula tiroides cuánta hormona tiroidea producir. Un trastorno pituitario puede impedir que la glándula pituitaria produzca la cantidad correcta de TSH para controlar las hormonas tiroideas. 
Algunas mujeres tienen hipotiroidismo durante o después del embarazo. Esto se debe a que sus cuerpos producen anticuerpos que atacan la glándula tiroides. Si no se trata, el hipotiroidismo puede ser perjudicial tanto para la madre como para el bebé. 
Deficiencia de yodo. El yodo es un mineral utilizado por el cuerpo para producir hormonas tiroideas. La falta de yodo puede evitar que la tiroides produzca suficientes hormonas. 

DIAGNÓSTICO
Comuníquese con su médico si tiene síntomas de tiroides poco activa. Le harán un análisis de sangre para medir la cantidad de hormona tiroidea y TSH en su sangre. Esto confirma el diagnóstico. 
Algunos médicos recomiendan evaluar a las mujeres mayores para verificar si tienen hipotiroidismo durante los exámenes físicos de rutina. Algunos también recomiendan el examen de detección en las mujeres embarazadas o que intentan quedar embarazadas. Esto se debe a que las bajas cantidades de la hormona tiroidea pueden interferir en la infertilidad. 

PREVENCIÓN
No hay forma conocida de prevenir el hipotiroidismo. Es más común en las mujeres, especialmente en aquellas mayores de 50 años, que en hombres. 
También corre un mayor riesgo si:
  • Tienen antecedentes familiares de enfermedad tiroidea.
  • Ha sido tratado con yodo radiactivo o medicamentos antitiroideos.
  • Ha recibido radioterapia en su cuello o parte superior del pecho.
  • Le han realizado una cirugía de tiroides.

TRATAMIENTO
El tratamiento para el hipotiroidismo es una hormona tiroidea sintética. Usted toma el suplemento diariamente en forma de píldora. Este medicamento regula los niveles hormonales y ayuda a aliviar los síntomas. Con el tiempo, su metabolismo vuelve a la normalidad. El medicamento ayuda a reducir el colesterol LDL y puede revertir el aumento de peso. 
La dosis correcta de medicamento varía para cada persona. Puede ser necesario realizar varios intentos para obtener la dosis correcta. Si no toma suficiente, puede continuar teniendo síntomas de hipotiroidismo. Si toma demasiado, puede tener síntomas similares a los del hipertiroidismo. Su médico podrá decirle cuánto tomar en función de sus síntomas, los resultados de los análisis de sangre y la causa. 
Algunos medicamentos y alimentos pueden afectar la capacidad del cuerpo para absorber la hormona tiroidea sintética. Los ejemplos de medicamentos incluyen: suplementos de hierro, suplementos de calcio, colestiramina e hidróxido de aluminio (que se encuentran en algunos antiácidos). Informe a su médico si consume grandes cantidades de productos de soja o si sigue una dieta alta en fibra. 
Vivir con hipotiroidismo
Si no se trata, el hipertiroidismo puede conducir a otros problemas de salud. Estas son algunas de ellas:
  • Es común tener una tiroides agrandada. Esto puede causar un bulto hinchado en el cuello llamado bocio. Un bocio puede afectar su apariencia e incluso puede hacer que sea difícil tragar o comer.
  • El aumento de peso es común en personas con tiroides poco activa. Esto se debe a que sus niveles de hormonas afectan su metabolismo. La dieta y el ejercicio pueden ayudar a controlar su peso.
  • Cardiopatías. Una tiroides poco activa causa altos niveles de colesterol “malo” (LDL).
  • Problemas de salud mental. La depresión que causa el hipotiroidismo puede empeorar con el tiempo.
  • Una afección rara, que pone en peligro la vida. Los síntomas son una sensibilidad intensa al frío y somnolencia o letargo severo. Esto puede llevar a la pérdida de consciencia y al coma. Consulte a un médico de inmediato si nota estas señales de advertencia.
  • Malformaciones congénitas. Los bebés que nacen de mujeres que tienen hipotiroidismo no tratado pueden tener malformaciones congénitas.
  • No tener suficiente hormona tiroidea puede dificultar el embarazo de algunas mujeres. Una tiroides poco activa también puede ser perjudicial para la madre y el bebé durante el embarazo. La mayoría de los médicos evalúan los niveles de hormonas tiroideas en esta etapa. NIH

Un amor de entrega y presencia en su Cuerpo y Sangre

Siempre que uno reflexiona sobre el misterio de la Eucaristía, podría dejar de lado que la Eucaristía es un misterio de presencia de Cristo, un misterio de entrega de Cristo. Una entrega que se hace presencia cada vez que el sacerdote pronuncia las palabras sacramentales sobre el pan; una presencia que se hace compañía cada vez que nosotros nos acercamos al sagrario.
Vamos a contemplar el misterio de la institución de la Eucaristía, pidiendo a Jesús entregarnos con Él, que se entrega; hacerme don con Él, que se da; dejar invadir mi corazón del corazón de Cristo entre los hombres. Un amor hecho entrega y presencia en su Cuerpo y su Sangre Eucarísticos.
“Cuando llegó la hora, se puso a la mesa con los apóstoles; y les dijo: con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros [...] Tomó luego pan, y, dando gracias, lo partió y se los dio diciendo: Éste es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío’. De igual modo, después de cenar, tomó la copa diciendo: Esta copa es la Nueva Alianza de mi sangre que es derramada por vosotros".
Un pan y un cáliz que yo sé, por la fe, que son su cuerpo y su sangre. Se ha realizado un milagro, el milagro más grande. La pasión de Cristo se ha realizado de una forma incruenta. Efectivamente su cuerpo y su sangre son su sacrificio. Cristo ha realizado su sacrificio, incluso antes de morir. Como si su amor fuese tan grande que fuese capaz de anticipar el misterio de la redención para mí. Y este don, este sacrificio se me da a mí como cristiano; se da a todos los hombres.
¿Qué es lo que hace Cristo? ¿Cómo se entrega Cristo? El pan, que es partido, roto, por las manos de Cristo, ese pan ya no es una mezcla de harina con levadura, sino que es su cuerpo. Se rompe Él mismo, se da Él mismo; y, al mismo tiempo, ese pan roto y dado es el gesto del Padre que da al Hijo, que entrega al Hijo como don a la humanidad.
Entre los judíos, la Pascua se celebraba en familia, y el que presidía la cena pascual representaba al padre de familia. En el misterio de la Eucaristía, Cristo -el Hijo- está al mismo tiempo siendo Padre que da al Hijo; el Padre -Dios-, que da al Hijo -Cristo— a los hombres, es el pan y el vino. El Padre que da al Hijo, que entrega al Hijo a la humanidad. La Eucaristía es así el pan roto y entregado, es el amor del Padre hasta el extremo de entregar al Hijo en sacrificio por los pecados. El pan que Cristo me da es su cuerpo que se entrega por mí; la sangre que Cristo derrama es derramada por mí. En ese cáliz, que el sacerdote tiene entre sus manos, está la sangre de Cristo, la sangre del Cordero, para que se produzca la conclusión de una Alianza Nueva, de un nuevo pacto puesto en favor de los hombres.
Debemos contemplar todo esto y dejar que nuestro corazón discurra sobre los gestos de Cristo, sobre las palabras de Cristo; sobre todo lo que está contenido en este misterio. Misterio que nos da una Alianza ofrecida sobre una persona. Una persona que no es simplemente una persona humana, es la persona del Hijo de Dios. Dios de Dios, Luz de Luz, y al mismo tiempo cuerpo entregado y sangre derramada.
¿Qué hay en el corazón de Cristo? ¿Cuál es el corazón de Cristo ante el misterio de la Eucaristía? Intentemos contemplar el corazón y el alma de Cristo; veamos su corazón que busca darse sin barreras. Un corazón que anhela, que desea dar todo lo que Él es. Y para lograrlo no encuentra otro camino mejor que darse en el pan y en el vino, como cuerpo y sangre; alma y divinidad.
Cristo se da sin barreras de tiempo y espacio. Cada vez que comulgamos, cada vez que recibimos la Eucaristía, se rompen todas las barreras físicas de la eternidad en el tiempo, de una época con otra, y entramos en misteriosa comunicación con Cristo. Y se cumple ese don, cuando misteriosamente, sacramentalmente, Jesucristo penetra en mi persona y se me entrega sin ninguna barrera. Cristo busca, además, manifestarme su amor, como dirá San Juan: “nos amó hasta el extremo”. Él me manifiesta su amor queriendo y pudiendo entrar en mi persona. Si el amor es la comunión de aquellos que se aman, ¿qué mayor comunión que la del cuerpo y la sangre de Cristo con mi espíritu, con mi alma, con mi persona? Cristo, en su corazón, busca continuar cerca de mí.
Él sabe, Él es consciente de que vivimos muchas veces en soledad, aunque estemos acompañados por mucha gente, aunque haya muchas personas a nuestro alrededor. Una soledad que no solamente la sentimos nosotros, sino que es muchas veces patrimonio de todos los hombres. Cristo quiere quebrar esa soledad con la Eucaristía. Cristo no quiere que yo esté solo, y quiere darse Él como acompañante para transmitirme su vida. “Quien me come vivirá por mí; aquél que me come no morirá para siempre”.
El misterio de la Eucaristía es promesa de vida eterna. Cada vez que recibo a Cristo en la Eucaristía, se me está entregando la promesa de la vida que no acaba para siempre. Éste es el gesto supremo del amor que busca la identificación de voluntades y de existencia. “¡Con qué anhelo he deseado comer esta Pascua con vosotros!" Cristo me busca más a mí, de lo que yo lo busco a Él. Cristo quiere estar más cerca de mí, de lo que yo quisiera estar cerca de Él. En su interior está el deseo de vivir esta Pascua, que es la antesala de la realización del Reino de Dios entre los hombres. La Pascua con la que Él va a llevar a plenitud su obra, con la que va a realizar el anhelo que le trajo al mundo.
En el corazón del Cristo, en la Última Cena, brilla radiante un deseo: comer la Pascua, cumplir la Pascua en el Reino de Dios. El anhelo de realizar la voluntad del Padre, el deseo ardiente de cumplir con lo que el Padre le pide. Para Cristo, comer la Pascua, no es sólo repetir un rito que recordaba a los hebreos su liberación de Egipto. Para Cristo, comer la Pascua, es realizarla en su persona; es ofrecer su persona como precio de la liberación de su pueblo; es partir en dos el pan del pecado con la sangre de sus venas, con el último latido de su corazón.
¿Qué es lo que yo hago ante este Cristo de la Eucaristía? Cuando el Hijo de Dios se hace pan y se hace vino entregado por mí, derramado por mí, no puedo sino suscitar en mí sentimientos y determinaciones de comunión, de identificación con mi misión redentora. ¿Qué otra cosa puedo hacer? ¿Acaso puedo llegar a captar plenamente, con mi inteligencia pequeña, limitada, todo lo que sucede en la Eucaristía? ¿No tendré más bien que determinarme a decir: “Señor, quiero comulgar contigo, quiero empaparme de ese sentimiento, de ese anhelo de realizar la Pascua, de tenerte cerca de mí, de estar tú y yo en comunión, en identificación”? Al recibir a Cristo debo animarme a un compromiso total ante el suyo, sin mediocridades, sin tibiezas, sin dudas. Tengo que saberme fortalecido en todas mis soledades y acompañado en mis fracasos y triunfos. CS

El ser humano es extraño...


Amigos sinceros hay pocos


Vivir con humildad...


Nunca dejes... 03


Mirar al cielo y sonreír...


El inteligente...


7 buenos consejos...


31 de Marzo - Natalia Tulasiewicz

Natalia Tulasiewicz, Beata
Mártir, 31 de Marzo

Martirologio Romano: En la aldea de Rawensbrück, en Alemania, beata Natalia Tulasiewicz, mártir, que al ser ocupada Polonia militarmente fue recluida en un campo de concentración por los nazis y, a causa de la inhalación de gases, entregó su alma al Señor (1945). 
Etimológicamente: Natalia = Aquella que ha nacido, es de origen latino.
Fecha de beatificación: 13 de junio de 1999, junto a otros 107 mártires polacos de la Segunda Guerra Mundial.

Natalia Tulasiewicz nació en la región polaca de Rzeszów en Polonia el 9 de abril de 1906. Se cría en un ambiente familiar católico y los valores aprendidos en el hogar no los perderá cuando más adelante se instale en la ciudad de Poznan. Todo lo contrario. Natalia no hace oposiciones entre sus ansias juveniles de entrega y de servicio con la vivencia sincera de su fe. Ella ha entendido que la vida y la fe van de la mano y que la santidad puede ser vivida en lo cotidiano. Por estos tiempos los laicos van tomando mayor conciencia de su misión de santificar el mundo y Natalia se une al gran movimiento de apostolado laical que se da en la Iglesia, convirtiéndose en una entusiasta animadora de este tipo de apostolado. 
A mediados de septiembre de 1939, la católica Polonia va a sufrir uno de los períodos más dolorosos de su historia. Casi simultáneamente es invadida por el oeste por la Alemania nazi de Hitler y por el este por el Ejército Rojo soviético de Stalin. Estos dos regímenes eran abiertamente contrarios al catolicismo y en el lapso de pocos años exterminaron a más de seis millones de polacos.
A Natalia, como a toda su generación, le tocó presenciar con impotencia como su nación era aniquilada. Ella confiaba en Dios y sabía que el mal nunca tiene la última palabra, por más que por momentos parezca invencible. Cargada de valor se entrega a infundir esperanza entre sus compatriotas, animándoles a esperar en el Señor y a confiarse a su protección. Pero su apostolado no solo se quedó en los consejos, al enterarse de que muchas mujeres polacas estaban siendo enviadas a Alemania a realizar trabajos forzados, ella parte libremente con ellas para poder ayudarlas espiritualmente.
En abril de 1944 la GESTAPO, que era la policía secreta política del régimen nazi, descubre su acción y la arrestó. Fue atrozmente torturada y humillada públicamente para ser luego enviada al campo de concentración de Rawensbrück. Era Viernes Santo de 1945, sus fuerzas son pocas luego de los maltratos sufridos; sin embargo, esta admirable mujer sale de su barraca y proclama un emotivo discurso sobre la Pasión y Resurrección del Señor que llena de esperanza a los creyentes. El Señor tiene un hermoso gesto de ternura hacia su hija Natalia, pues dos días después, el 31 de marzo, Domingo de Resurrección, es trasladada a la cámara de gas donde entrega su alma al Señor de la Vida.

Descubre dentro de tu corazón la mirada de Dios

Es demasiado fácil dejar pasar el tiempo sin profundizar, sin volver al corazón. Pero cuando el tiempo pasa sobre nosotros sin profundizar en la propia vocación, sin descubrir y aceptar todas sus dimensiones, estamos quedándonos sin lo que realmente importa en la existencia: el corazón (entendido como nuestra facultad espiritual en la que se manejan todas las decisiones más importantes del hombre). El corazón es el encuentro del hombre consigo mismo.
“Volved a mí de todo corazón”. Son palabras de Dios en la Escritura. No podemos regresar auténticamente a Dios si no es desde el corazón, y tampoco podemos vivir si no es desde el corazón. Dios llama en el corazón, pero, en un mundo como el nuestro, en el cual tan fácilmente nos hemos olvidado de Dios, en un mundo sin corazón, a nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, nos cuesta llegar al corazón. Dios llama al corazón del hombre, a su parte más interior, a ese yo, único e irrepetible; ahí me llama Dios.
Yo puedo estar viviendo con un corazón alejado, con un corazón distraído en el más pleno sentido de la palabra. Y cuánto nos cuesta volver. Cuánto nos cuesta ver en cada uno de los eventos que suceden, la mano de Dios. Cuánto nos cuesta ver en cada uno de los momentos de nuestra existencia la presencia reclamadora de Dios para que yo vuelva al corazón. El camino de vuelta es una ley de vida, es la lógica por la que todos pasamos. Y mientras no aprendamos a volver a la dimensión interior de nosotros mismos, no estaremos siendo las personas auténticas que debemos de ser.
Podría ser que estuviésemos a gusto en el torbellino que es la sociedad y que nuestro corazón se derramase en la vida de apariencia que es la vida social. Pero es bueno examinarse de vez en cuando para ver si realmente ya he aprendido a medir y a pesar las cosas según su dimensión interior, o si todavía el peso de la existencia está en las conveniencias o en las sonrisas plásticas.
¿Pertenezco yo a ese mundo sin corazón? ¿Pertenezco yo a ese mundo que no sabe encontrarse consigo mismo? Dios llama al corazón para que yo vuelva, para que yo aprenda a descubrir la importancia, la trascendencia que tiene en mi existencia esa dimensión interior. Estamos terminando la Cuaresma, se nos ha ido un año más de las manos, recordemos que es una ocasión especial para que el hombre se encuentre consigo mismo.
Curiosamente la Cuaresma no es muy reciente en la historia de la Iglesia, los apóstoles no la hacían. La Cuaresma viene del inicio de la vida monacal en la Iglesia, cuando los monjes empiezan a darse cuenta de que hay que prepararse para la llegada de Cristo. Todavía hoy día hay congregaciones que tienen dos Cuaresmas. Los carmelitas tienen una en Adviento, cuarenta días antes de Navidad, y tienen cuarenta días antes de Pascua, de alguna manera significando que a través de la Cuaresma el espíritu humano busca encontrarse con su Señor. Las dos Cuaresmas terminan en un particular encuentro con el Señor: la primera en el Nacimiento, en la Natividad, en la Epifanía, como dicen estrictamente hablando los griegos; y la segunda, en la Resurrección. Si en la primera manifestación vemos a Cristo según la carne; en la segunda manifestación vemos a Cristo resucitado, glorioso, en su divinidad.
De alguna manera, lo que nos está indicando este camino cuaresmal es que el hombre que quiera encontrarse con Dios tiene que encontrarse primero consigo mismo. No tiene que tener miedo a romper las caretas con las que hábilmente ha ido maquillando su existencia. El hombre tiene que aprender a descubrir dentro de su corazón la mirada de Dios.
Para este retorno es necesario crear una serie de condiciones. La primera de todas es ese aprender a ensanchar el espacio de nuestro espíritu para que pueda obrar en nuestro corazón el Espíritu Santo. Ensanchar nuestro espíritu a veces nos puede dar miedo. Ensanchar el corazón para que Dios entre en él con toda tranquilidad, no significa otra cosa sino aprender a romper todos los muros que en nosotros no dejan entrar a Dios.
¿Realmente nuestro espíritu está ensanchado? ¿Mi vida de oración realmente es vida y es oración? ¿Realmente en la oración soy una persona que se esfuerza? ¿Consigo yo que mi oración sea un momento en el que Dios llena mi alma con su presencia o a veces con su ausencia? Dios puede llenar el corazón con su presencia y hacernos sentir que estamos en el noveno cielo; pero también puede llenarlo con su ausencia, aplicando purificación y exigencia a nuestro corazón.
Cuando Dios llega con su ausencia a mi corazón, cuando me deja totalmente desbaratado, ¿qué pasa?, ¿Ensancho el corazón o lo cierro? Cuando la ausencia de Dios en mi corazón es una constante —no me refiero a la ausencia que viene del sueño, de la distracción, de la pereza, de la inconstancia, sino a la auténtica ausencia de Dios: cuando el hombre no encuentra, no sabe por dónde está Dios en su alma, no sabe por dónde está llegando Dios, no lo ve, no lo siente, no lo palpa—, ¿Abrimos el espíritu?, ¿Seguimos ensanchando el corazón sabiendo que ahí está Dios ausente, purificando mi alma? O cuando por el contrario, en la oración me encuentro lleno de gozo espiritual, ¿Me quedo en el medio, en el instrumento, o aprendo a llegar a Dios?
Cuando nuestra vida es tribulación o es alegría, cuando nuestra vida es gozo o es pena, cuando nuestra vida está llena de problemas o es de lo más sencilla, ¿Sé encontrar a Dios, sé seguirle la pista a ese Dios que va abriendo espacio en el corazón y por eso me preocupo de interiorizar en mi vida? Uno podría pensar: ¿Cuál es mi problema hoy? ¿Hasta qué punto en este problema —un hijo enfermo, una dificultad con mi pareja, algún problema de mi hijo—, he visto el plan de Dios sobre mi vida?
Tenemos que experimentar la gracia de esta convicción, hay que ensanchar el corazón abriéndolo totalmente a la acción transformadora del Señor. Sin embargo, nunca tenemos que olvidar, que contra esta acción transformadora de Dios nuestro Señor hay un enemigo: el pecado. El pecado que es lo contrario a la Santidad de Dios. Y para que nos demos cuenta de esta gravedad, San Pablo nos dice: “Dios mismo, a quien no conoció el pecado, lo hizo pecado por nosotros”. Pero, mientras no entremos en nuestro corazón, no nos daremos cuenta de lo grave que es el pecado.
Cuando yo miro un crucifijo, ¿Me inquieta el hecho de que Cristo en la cruz ha sido hecho pecado por mí, de que la mayor consecuencia del pecado es Cristo en la cruz? ¿Me ha dicho Dios: quieres ver qué es el pecado? Mira a mi Hijo clavado en la Cruz.
Cuando uno piensa en el hambre en el mundo; o cuando uno piensa que en cada equis tiempo muere un niño en el mundo por falta de alimento y por otro lado estamos viendo la cantidad de alimento que se tira, preguntémonos: ¿No es un pecado contra la humanidad nuestro despilfarro? No el vivir bien, no el tener comodidades, sino la inconsciencia con la que manejamos los bienes materiales. ¿Nos damos cuenta de lo grave que es y lo culpable que podemos llegar a ser por la muerte de estos hermanos?
¿Me doy cuenta de que cada persona que no vive en gracia de Dios es un muerto moral? ¿No nos apuran la cantidad de muertos que caminan por las calles de nuestras ciudades? Tengo que preguntarme: ¿Me preocupa la condición moral de la gente que está a mi cargo? No es cuestión de meterse en la vida de los demás, pero sí preguntarme: ¿Soy justo a nivel justicia social? ¿Me permito todavía el crimen tan grave que es la crítica? ¿Me doy cuenta de que una crítica mía puede ser motivo de un gravísimo pecado de caridad por parte de otra persona?
Siempre que pensemos en el pecado, no olvidemos que la auténtica imagen, el auténtico rostro donde se condensa toda la justicia, todo desamor, todo odio, todo rencor, toda despreocupación por el hombre, es la cruz de nuestro Señor.
El abandono que Cristo quiere sufrir, el grito del Gólgota: “¿Por qué me has abandonado?” pone ante nuestros ojos la verdadera medida del pecado. En Cristo esta medida es evidente por la desmesurada inmensidad de su amor. El grito: “¿Por qué me has abandonado?” es la expresión definitiva de esta medida. El amor con el que me ha amado, el amor que ama hasta el fin. ¿He descubierto esto y lo he hecho motivo de vida; o sólo motivo de lágrimas el Viernes Santo? ¿Lo he hecho motivo de compromiso, o sólo motivo de reflexión de un encuentro con Cristo? ¿Mi vida en el amor de Dios se encierra en ese grito: ¿“Por qué me has abandonado”?, que es el amor que ama hasta el último despojamiento que puede tener un alma?
En esta Cuaresma es necesario volver al interior, descubrir la llamada de Dios a la entrega y al compromiso, volver a la propia vocación cristiana en todas sus dimensiones. Y para lograrlo es necesario abrir primero nuestro espíritu a Dios y comprender la gravedad del pecado: del pecado de omisión, de indiferencia, de superficialidad, de ligereza. Es ineludible volver a la dimensión interior de nuestro espíritu, en definitiva, no ir caminando por la vida sin darnos cuenta que en nosotros hay un corazón que está esperando ensancharse con el amor de Dios. CS