Hemos
completado la travesía del ayuno y, por gracia de Dios, hemos llegado a buen
puerto. Porque efectivamente, lo que es el puerto para quienes capitanean un
barco, la recompensa para los corredores, la medalla para los atletas, lo es
esta semana para nosotros, es el más grande y sumo bien, y en ella combatimos
con la finalidad de obtener el premio. Por eso mismo la llamamos [Semana
Santa], Semana Grande. Y no porque sus jornadas sean más prolongadas que las
demás, ya que hay jornadas más largas en otras semanas; tampoco porque tenga
más días que las demás, ya que [en eso] todas las semanas son iguales; sino
porque durante esta semana el Señor ha hecho grandes cosas.
En
el transcurso de esta semana, que llamamos Grande, la prolongada tiranía del
diablo llegó a su término, la muerte se extinguió, el Fuerte fue vencido, sus
bienes dispersados, el pecado fue rechazado, abolida la maldición, el paraíso
está nuevamente abierto, y el acceso al cielo libre y expedito, los seres
humanos han entrado en comunicación con los ángeles, el muro de separación ha
sido derribado, el velo rasgado y el Dios de la paz nos ha traído la paz a
cielo y tierra. Esas son las razones por las que denominamos Grande a esta
semana.
Es
comprensible que durante esta semana la multitud de los cristianos intensifique
sus esfuerzos, algunos multiplican sus ayunos, otros sus vigilias santas, otros
sus limosnas. Esta es una manera de atestiguar, a través del celo por las
buenas obras, todo el bien que nos ha hecho el Señor. Cuando el Señor resucitó
a Lázaro, la ciudad toda de Jerusalén atestiguaba de que había resucitado a un
muerto a través de la multitud que salía al encuentro de Cristo, ya que el
fervor de aquellos que salían a recibirlo atestiguaba la magnitud del
milagro realizado; del mismo modo, nuestro fervor en celebrar la
Semana Grande prueba y atestigua la magnitud de las grandes obras realizadas
antaño [a favor nuestro]. Porque nosotros, los que partimos actualmente al encuentro
de Cristo, no salimos de una sola ciudad, únicamente de Jerusalén, sino que en
el mundo entero las Iglesias, a millares, parten al encuentro de Jesús; no
salen a recibirlo agitando ramos de palmera, sino que ofrecen a Cristo el Señor
la limosna, el amor al prójimo, la virtud, el ayuno, las lágrimas, la oración,
las vigilias y toda suerte de virtudes. JAP
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