sábado, 31 de marzo de 2018

Viernes Santo – Los Padres de la Iglesia nos iluminan

Hemos completado la travesía del ayuno y, por gracia de Dios, hemos llegado a buen puerto. Porque efectivamente, lo que es el puerto para quienes capitanean un barco, la recompensa para los corredores, la medalla para los atletas, lo es esta semana para nosotros, es el más grande y sumo bien, y en ella combatimos con la finalidad de obtener el premio. Por eso mismo la llamamos [Semana Santa], Semana Grande. Y no porque sus jornadas sean más prolongadas que las demás, ya que hay jornadas más largas en otras semanas; tampoco porque tenga más días que las demás, ya que [en eso] todas las semanas son iguales; sino porque durante esta semana el Señor ha hecho grandes cosas.
En el transcurso de esta semana, que llamamos Grande, la prolongada tiranía del diablo llegó a su término, la muerte se extinguió, el Fuerte fue vencido, sus bienes dispersados, el pecado fue rechazado, abolida la maldición, el paraíso está nuevamente abierto, y el acceso al cielo libre y expedito, los seres humanos han entrado en comunicación con los ángeles, el muro de separación ha sido derribado, el velo rasgado y el Dios de la paz nos ha traído la paz a cielo y tierra. Esas son las razones por las que denominamos Grande a esta semana.
Es comprensible que durante esta semana la multitud de los cristianos intensifique sus esfuerzos, algunos multiplican sus ayunos, otros sus vigilias santas, otros sus limosnas. Esta es una manera de atestiguar, a través del celo por las buenas obras, todo el bien que nos ha hecho el Señor. Cuando el Señor resucitó a Lázaro, la ciudad toda de Jerusalén atestiguaba de que había resucitado a un muerto a través de la multitud que salía al encuentro de Cristo, ya que el fervor de aquellos que salían a recibirlo atestiguaba la magnitud del milagro  realizado; del mismo modo, nuestro fervor en celebrar la Semana Grande prueba y atestigua la magnitud de las grandes obras realizadas antaño [a favor nuestro]. Porque nosotros, los que partimos actualmente al encuentro de Cristo, no salimos de una sola ciudad, únicamente de Jerusalén, sino que en el mundo entero las Iglesias, a millares, parten al encuentro de Jesús; no salen a recibirlo agitando ramos de palmera, sino que ofrecen a Cristo el Señor la limosna, el amor al prójimo, la virtud, el ayuno, las lágrimas, la oración, las vigilias y toda suerte de virtudes. JAP

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