Durante toda la Cuaresma la Iglesia nos ha ido preparando para
encontrarnos con el misterio de la Pascua, que es el juicio que Dios hace del
mundo, el juicio con el cual Dios señala el bien y el mal del mundo. La Pascua
no es solamente el final de la pasión; la Pascua es la proclamación de Cristo
como juez del universo. Un juez que, por ser juez del universo, pone a sus pies
a todos: sus amigos, que pueden ser los que le han servido; y a sus enemigos,
que pueden ser los que no le han servido.
El juicio que Dios hace del hombre dependerá de cómo el hombre se ha
comportado con Cristo. Ser conscientes de esto es, al mismo tiempo, dejar
entrar en nuestro corazón la pregunta de cuál es la opción fundamental de
nuestras vidas.
Escuchábamos en la narración del Libro de Daniel, que los tres jóvenes
son salvados del horno del fuego ardiente por el ángel del Señor. Yo creo que
lo fundamental de esta narración es la reflexión final: “Bendito sea el Dios de
Sadrak, Mesak y Abed Negó, que ha enviado a su ángel para librar a sus siervos
que, confiando en él, desobedecieron la orden del rey y expusieron su vida
antes que servir y a adorar a un dios extraño”.
Éste es el punto más importante: el ser capaz de juzgar nuestra vida de
tal forma que nuestros actos se vean discriminados según nuestra opción por
Dios. O sea, Dios como criterio primero, y no al revés. Que nuestra forma de
afrontar la vida, nuestra forma de pensar, de juzgar a las personas, de
entender los acontecimientos, no se vean discriminadas por «lo que a mí me
parecería», es decir, por un criterio subjetivo.
Esta situación debe ser para todos nosotros punto de examen de
conciencia, sobre todo de cara a la Pascua del Señor, para ver si efectivamente
nuestra vida está decidida por Dios. La cruz se convierte así, para cada uno de
nosotros, en el punto de juicio, el punto al cual todos tenemos que llegar para
ver si mi vida está o no decidida por Cristo nuestro Señor.
Cristo en la cruz apuesta todo por nosotros. Cristo en la cruz pone todo
por nosotros. Cristo en la cruz se entrega totalmente a nosotros. La cruz de
Cristo se convierte en punto de juicio para nosotros: Si Él nos ha dado tanto,
¿nosotros qué damos? Si Él ha sido tanto para nosotros, ¿nosotros qué somos
para Él? Si Él ha vivido de esa manera con nosotros y para nosotros, ¿nosotros
cómo vivimos para Él?
Jesús, en el Evangelio, pide a los judíos que le escuchaban que examinen
quién es su Padre. Ellos le dicen: “Nosotros tenemos por padre a Dios”. Pero
Jesús les contesta que no es verdad, porque les dice: “Si Dios fuera vuestro
Padre, me amaríais a mí, porque yo he salido y vengo de Dios; no he venido por
mi cuenta, sino que él me ha enviado”.
Cuando nuestra vida choca con la cruz, cuando nuestra vida choca con los
criterios cristianos, tenemos que preguntarnos: ¿Quién es mi padre?; no ¿cuál
es mi título?; no ¿cuál es la etiqueta que yo traigo puesta en mi vida? ¿Cuál
es el fruto que da en mi vida la opción por Cristo? ¿Qué es lo que realmente
brota en mi vida de mi opción por Cristo? Porque ése es verdaderamente el
origen de mi existencia.
Jesús dice a los de su época que ellos no son los hijos de Abraham;
porque el fruto de Abraham sería una opción definitiva por Dios, hasta el punto
de ser capaz de arriesgar el propio interior, el propio juicio para seguir a
Dios. Recordemos que Abraham puso, incluso lo ilógico de la orden de Dios de
matar a su propio hijo, para obedecer a Dios.
Cristo y su cruz se convierten en un reclamo para cada uno de nosotros:
¿quién eres Tú? El misterio Pascual es para todos nosotros una llamada. No me
puedo quedar nada más en los ritos exteriores. ¿Cuál es la obra que me está
diciendo a mí si opto por Cristo o no? Mi comportamiento cristiano, mi
compromiso cristiano, mi opción definitiva por Jesucristo es donde puedo ver
quién es verdaderamente mi Padre, allí es donde sé quién es auténticamente el
Señor de mi vida.
Cuando los judíos le responden a Jesús: “Nosotros no somos hijos de
prostitución, no tenemos más padre que Dios”, están tocando un tema muy típico
de toda la Escritura: la relación con Dios. El pueblo de Dios como un pueblo
amado, un pueblo fiel, un pueblo esposo de Dios. Por eso dicen: “no somos hijos
de prostitución, no somos hijos de adulterio, somos hijos genuinos de Dios”.
Pero Cristo les responde: “Si Dios fuera su Padre me amarían a mí [...]”.
Si realmente fuesen un pueblo esposo de Dios, me amarían a mí. Si realmente
fuesen un pueblo fiel a Dios, un pueblo que nace del amor esponsal a Dios,
amarían a Cristo.
Podría ser que en nuestra alma hubiese algunos campos en los que todavía
Cristo nuestro Señor no es el vencedor victorioso, no es el esposo fiel. ¿No
podría haber campos en nuestra vida, rasgos en nuestra alma, en los que por
egoísmo, por falta de generosidad, por pereza, por frialdad, nuestra alma
todavía no corriese al ritmo de Dios, no estuviese alimentándose de la vida de
Dios, no estuviese nutriéndose de la opción fundamental, definitiva, única,
exclusiva por Dios nuestro Señor?
La Semana Santa es un período de reflexión muy importante. Un período
que nos va a mostrar a un Cristo que se ofrece a nosotros; un Cristo que se
hace obediente por nosotros; un Cristo que es la garantía del amor esponsal de
Dios por su pueblo. Un Cristo que reclama de cada uno de nosotros el amor fiel,
el amor de don total del corazón hecho obras, manifestado en un comportamiento
realmente cristiano. El misterio pascual es la raya que define si soy alguien
que vive de Dios, o soy alguien que vive de sí mismo.
Jesucristo, en la Eucaristía, viene a redimirnos de esto. Jesucristo
quiere darnos la Eucaristía para que de nuevo en esa unión íntima del Creador,
del Señor, del Redentor con el alma cristiana, se produzca la opción fuerte,
definitiva, amorosa por Dios.
Pidámosle que esta opción llegue a iluminar todos los campos de nuestra
vida. Que ilumine nuestro interior, que ilumine nuestra alma, que ilumine
también nuestra vida social, nuestra vida familiar, y, sobre todo, que ilumine
nuestra libertad para que optemos definitivamente, sin ninguna cadena, por
aquello que únicamente nos hace libres: el amor de Dios. CS
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