“Jesucristo, nos dice el Evangelio, no es capturado porque todavía no
había llegado su hora”. Es éste uno de los temas que más recurren en San Juan:
la hora de Cristo como el momento de la redención, como el momento en el cual
Él va a librarnos a todos de nuestros pecados. La hora de Cristo es una hora
que no es suya, no está impuesta por Él, sino que es la hora que el Padre le ha
impuesto, y mientras no llegue ese momento, Jesucristo va a vivir, por así decir,
libre de sus enemigos; pero en el momento que esa hora llegue, Jesucristo va a
ser entregado a sus enemigos.
Esto nos podría parecer una especie de determinismo o de falta de
libertad, cuando realmente es un sumergirse en la orientación de nuestra libertad
a la adhesión total a Dios. En el caso de Cristo, el hecho de tener que
obedecer a Dios va a significar, en ese momento concreto, escaparse de sus
enemigos: “Todavía no había llegado su hora”. Sin embargo, sabremos que
después, cuando llegue su hora, Jesucristo será entregado. Es lo que Jesús dice
a los soldados que van a aprenderlo en el Huerto de los Olivos: “Ésta es
vuestra hora y la del Príncipe de las Tinieblas”.
Es una disposición interior que nosotros tenemos que llegar a tomar: la
disposición interior de llegar a aceptar la hora de Dios sobre nuestra vida. Es
decir, aceptar plenamente el camino, el designio de Dios sobre nuestra vida, lo
cual requiere nuestra capacidad de purificar nuestra voluntad, nuestra
capacidad de decir a nuestra voluntad que no es ella la que tiene que mandar,
sino que es Dios nuestro Señor quien lo tiene que hacer.
Podríamos decir que es la vida la que nos va guiando, porque aunque
nosotros podemos planear unas cosas u otras, a la hora de la hora, es la vida
la que nos va diciendo por dónde tenemos que ir. Nosotros podríamos tener
planes, pero cuántas veces esos planes se rompen, se quebrantan precisamente
cuando nosotros pensaríamos que más falta nos hace que no se quebrantasen. Este
aspecto de nuestra vida requiere que nosotros aprendamos a encontrar y aceptar,
en nuestra voluntad, lo que Dios nos pide, y no como quien se resigna, sino
como quien libremente se ofrece a Dios. La libertad y la voluntad son elementos
que tienen que conectarnos con Dios.
El libro de la Sabiduría habla de “lo que los malvados dicen entre sí y
discurren equivocadamente”. Nos dice todos los planes que tienen contra el
hombre justo, cómo están dispuestos a atacarlo, cómo están dispuestos a
romperlo, cómo están dispuestos a matarlo: “Condenémoslo a muerte ignominiosa,
porque dice que hay quien mire por él”. Y termina diciendo: “Así discurren los
malvados, pero se engañan; su malicia los ciega. No conocen los ocultos
designios de Dios, no esperan el premio de la virtud, ni creen en la recompensa
de una vida intachable”.
No nos dice nada de que al justo se le vaya a librar de todos esos
planes de los malvados, simplemente nos dice que estos hombres no conocen lo
que Dios espera oír de ellos.
Nos podríamos preguntar: ¿Y el justo que tiene que enfrentarse con esa
injusticia de parte de los malvados? ¿Y el justo que tiene que sufrir todo lo
que ellos dicen? Este aspecto llama a nuestra voluntad a hacerse una pregunta:
¿Realmente mi voluntad está puesta en Dios, independientemente del
«entrecruzarse» de las libertades humanas, de los ambientes, de las situaciones
que nos acaecen? ¿Nuestra libertad, cada vez que se da cuenta de que Dios llega
a la vida, ha aprendido a abrirse de tal manera al Señor que, en todo momento,
acepte y se abrace libremente a ese misterio que es la presencia de Dios en
nuestras vidas?
Quizá ése es el punto más difícil de llegar a entender. Podemos entender
el abrazarnos a determinadas situaciones positivas, incluso algunas negativas,
pero es difícil cuando el alma siente la impotencia, cuando sentimos que el
alma se nos rompe o que nuestra voluntad no termina de obedecernos, no termina
de ubicarnos y orientarnos hacia donde tendríamos nosotros que ir.
Es precisamente este designio el que tendríamos que controlar, y para
lograrlo es necesario ver en qué lugar nuestra voluntad no está plenamente
orientada hacia Dios.
Sabemos que no es fácil orientar en todo momento la voluntad hacia Dios,
porque basta que algo no salga como nosotros querríamos y de nuevo volvemos a
ser retados, y de nuevo nuestra voluntad vuelve a ser puesta en cuestionamiento
para ver qué vamos a hacer con ella.
El camino de purificación de nuestra voluntad y de nuestra libertad es
la constante sumisión libre a Dios; el constante abrazarnos al modo concreto en
el cual Dios se nos va presentando en nuestra vida. ”Salva el Señor la vida de
sus siervos; no morirán quienes en él esperan”.
En el fondo, la purificación de nuestra voluntad tiene este objetivo:
esperar en Dios, aunque pueda parecer que alrededor están las cosas muy difíciles;
aunque pueda parecer que todo alrededor es obscuridad, es dificultad. “Muchas
tribulaciones para el justo, pero de todas ellas Dios lo libra”.
Hay veces que nuestra inteligencia no ve más arriba, no sabe por dónde
llevarnos y puede arrastrar a nuestra voluntad y alejarla de Dios. Nuestra
voluntad, aun en medio de las dificultades, de las tribulaciones y de las
pruebas, tiene que ser capaz de entender que solamente quien se abraza a Dios
puede llegar a estar cerca de Él. “El Señor no está lejos de sus fieles”. La
fidelidad es obra de nuestra voluntad purificada, puesta totalmente en manos de
Dios nuestro Señor.
Que en este camino de Cuaresma aprendamos a descubrir esta purificación
de nuestra voluntad. Cada uno en su ambiente, en su lugar, con sus
circunstancias. Una purificación de la voluntad que supone el constante
exigirse y llamarse a sí mismo al orden, para ver si en todo momento estamos
viviendo según la hora de Dios o estamos viviendo según nuestra hora; según la
voluntad de Dios o según nuestra voluntad.
Dejemos que el Señor santifique nuestra voluntad, de tal manera que
podamos adherirnos a Él, que podamos ponernos totalmente en Él en este camino
de conversión que es la Cuaresma, que reclama no solamente una serie de obras
de penitencia interior, sino que reclama, sobre todo, la reestructuración y la
reeducación de nuestra vida hacia Dios. CS
No hay comentarios.:
Publicar un comentario