Cuando Jesús habla de los contrastes tan profundos que hay entre el modo
de entender la fe por parte de sus contemporáneos, y la fe que Él les está
proponiendo, no lo hace simplemente para que nosotros digamos: ¿Cómo es posible
que esta gente teniendo tan claro no entendiesen nada? Jesús viene a fomentar
en todos nosotros un dinamismo interior que nos permita cambiar de
comportamiento y hacer que nuestro corazón se dirija hacia Dios nuestro Señor
con plenitud, con vitalidad, sin juegos intermedios, sin andar mercadeando con
Él.
La mentalidad de los fariseos, que también puede ser la nuestra, se
expresa así: “Yo soy el pueblo elegido, por lo tanto yo tengo unos privilegios
que recibir y que respetar”. Sin embargo, Jesús dice: “No; el único dinamismo
que va a permitir encontrarse con la salvación no es el de un privilegio, sino
el de nuestro corazón totalmente abierto a Dios”. Éste es el dinamismo interior
de transformarme: orientándome hacia Dios nuestro Señor, según sus planes,
según sus designios. Esto tiene que hacer surgir en mi interior, no el dinamismo del
privilegio, sino el dinamismo de humildad; no el dinamismo de engreimiento
personal, sino el dinamismo de ser capaz de aceptar a Dios como Él quiere.
Una conversión que acepte el camino por el cual Dios nuestro Señor va
llevando mi vida. No es un camino a través del cual yo manipule a Dios, sino un
camino a través del cual Dios es el que me marca a mí el ritmo. Lo que Jesús nos viene a decir es que revisemos a ver si nuestro corazón
está realmente puesto en Dios o está puesto en nuestros criterios humanos, a
ver si nosotros hemos sido capaces de ir cambiando el corazón o todavía tenemos
muchas estructuras en las cuales nosotros encajonamos el actuar de Dios nuestro
Señor.
Más aún, podría ser que cuando Dios no actúa según lo que nuestra
inteligencia piensa que debe ser el modo de actuar, igual que los
contemporáneos de Jesús, que “se llenan de ira, y levantándose lo sacan de la
ciudad”, o cuando nuestro corazón no convertido encuentra que el Señor le mueve
la jugada, podríamos enojarnos, porque tenemos un nombramiento, porque nosotros
tenemos ante el Señor una serie de puntos que el Él tiene que respetar. Si
pretendemos que se hagan las cosas sólo como yo digo, como yo quiero, ¿acaso no
estamos haciendo que el Señor se aleje de nosotros?
Cuando nosotros queremos manejar, encajonar o mover a Dios, cuando no
convertimos nuestro corazón hacia Él, poniendo por nuestra parte una gran
docilidad hacia sus enseñanzas para que sea Él el que nos va llevando como
Maestro interior, ¿por qué nos extraña que el Señor se quiera marchar? Él no va
a aceptar que lo encajonen. Puede ser que nos quede una especie de cáscara
religiosa, unos ritos, unas formas de ser, pero por dentro quizá esto nos deje
vacíos, por dentro quizá no tenemos la sustancia que realmente nos hace decir:
“Jesús está conmigo, Dios está conmigo”.
¿Realmente estoy sediento de este Dios que es capaz de llenar mi
corazón? O quizá, tristemente, yo ando jugando con Dios; quizá, tristemente, yo
me he fabricado un dios superficial que, por lo tanto, es simplemente un dios
de corteza, un dios vacío y no es un dios que llena. Es un dios que cuando lo
quiero yo tener en mis manos, me doy cuenta de que no me deja nada.
Debemos convertir nuestro corazón a Dios, amoldando plenamente nuestro
interior al modo en el cual Él nos quiere llevar en nuestra vida. Y también
tenemos que darnos cuenta de que las circunstancias a través de las cuales Dios
nuestro Señor va moviendo las fichas de nuestra vida, no son negociables.
Nuestra tarea es entender cómo llega Dios a nuestra existencia, no cómo me
hubiera gustado a mí que llegase.
Si nuestra vida no es capaz de leer, en todo lo que es el cotidiano
existir, lo que el Señor nos va enseñando; si nuestra vida se empeña en
encajonar a Dios, y si no es capaz de romper en su interior con esa corteza de
un dios hecho a mi imagen y semejanza, «un dios de juguete», Dios va a seguir
escapándose, Dios va a continuar yéndose de mi existencia.
Muchas veces nos preguntamos: ¿Por qué no tengo progreso espiritual? Sin
embargo, ¡qué progreso puede venir, qué alimento puede tener un alma que en su
interior tiene un dios de corteza!
Insistamos en que nuestro corazón se convierta a Dios. Pero para esto es
necesario tener que ser un corazón que se deja llevar plenamente por el Señor,
un corazón que es capaz de abrirse al modo en el cual Dios le va enseñando, un
corazón que es capaz de leer las circunstancias de su vida para poder ver por
dónde le quiere llevar el Señor.
Dios no nos garantiza triunfos, no nos garantiza quitar las dificultades
de la vida; los problemas de la existencia van a seguir uno detrás de otro. Lo
que Dios me garantiza es que en los problemas yo tenga un sentido trascendente. Que el Señor se convierta en mi guía, que Él sea quien me marque el
camino. Es Dios quien manda, es Dios quien señala, es Dios quien ilumina.
Recordemos que cuando nosotros nos empeñamos una y otra vez en nuestros
criterios, Él se va a alejar de mí, porque habré perdido la dimensión de quién
es Él, y de quién soy yo.
Que esta Cuaresma nos ayude a recuperar esta dimensión, por la cual es
Dios el que marca, y yo el que leo su luz; es Dios quien guía en lo concreto de
mi existencia, y soy yo quien crece espiritualmente dejándome llevar por Él. CS
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