La dimensión interior del hombre debe ser buscada insistentemente en
nuestra vida. En esta reflexión veremos algunos de los efectos que debe tener
esta dimensión interior en nosotros. No olvidemos que todo viene de un esfuerzo
de conversión; todo nace de nuestro esfuerzo personal por convertir el alma a
Dios, por dirigir la mente y el corazón a nuestro Señor.
¿Qué consecuencias tiene esta conversión en nosotros? En una catequesis
el Papa hablaba de tres dimensiones que tiene que tener la conversión: la
conversión a la verdad, la conversión a la santidad y la conversión a la
reconciliación.
¿Qué significa convertirme a la
verdad? Evidentemente que a la primera verdad a la que tengo que
convertirme es a la verdad de mí mismo; es decir, ¿quién soy yo?, ¿para qué
estoy en este mundo? Pero, al mismo tiempo, la conversión a la verdad es
también una apertura a esa verdad que es Dios nuestro Señor, a la verdad de
Cristo.
Convertirme a Cristo no es solamente convertirme a una ideología o a una
doctrina; la conversión cristiana tiene que pasar primero por la experiencia de
Cristo. A veces podemos hacer del cristianismo una teoría más o menos
convincente de forma de vida, y entonces se escuchan expresiones como: “el
concepto cristiano”, “la doctrina cristiana”, “el programa cristiano”, “la
ideología cristiana”, como si eso fuese realmente lo más importante, y como si
todo eso no estuviese al servicio de algo mucho más profundo, que es la
experiencia que cada hombre y cada mujer tienen que hacer de Cristo.
Lo fundamental del cristianismo es la experiencia que el hombre y la
mujer hacen de Jesucristo, el Hijo de Dios. ¿Qué experiencia tengo yo de
Jesucristo? A lo mejor podría decir que ninguna, y qué tremendo sería que me
supiese todo el catecismo pero que no tuviese experiencia de Jesucristo.
Estrictamente hablando no existe una ideología cristiana, es como si dijésemos
que existe una ideología de cada uno de nosotros. Existe la persona con sus
ideas, pero no existe una ideología de una persona. Lo más que se puede hacer
de cada uno de nosotros es una experiencia que, evidentemente como personas
humanas, conlleva unas exigencias de tipo moral y humano que nacen de la
experiencia. Si yo no parto de la reflexión sobre mi experiencia de una persona,
es muy difícil que yo sea capaz de aplicar teorías sobre esa persona.
¿Es Cristo para mí una doctrina o es alguien vivo? ¿Es alguien vivo que
me exige, o es simplemente una serie de preguntas de catecismo? La importancia
que tiene para el hombre y la mujer la persona de Cristo no tiene límites.
Cuando uno tuvo una experiencia con una persona, se da cuenta, de que
constantemente se abren nuevos campos, nuevos terrenos que antes nadie había
pisado, y cuando llega la muerte y dejamos de tener la experiencia cotidiana
con esa persona, nos damos cuenta de que su presencia era lo que más llenaba mi
vida.
Convertirme a Cristo significa hacer a Cristo alguien presente en mi
existencia. Esa experiencia es algo muy importante, y tenemos que preguntarnos:
¿Está Cristo realmente presente en toda mi vida? ¿O Cristo está simplemente en
algunas partes de mi vida? Cuando esto sucede, qué importante es que nos demos
cuenta de que quizá yo no estoy siendo todo lo cristiano que debería ser.
Convertirme a la verdad, convertirme a Cristo significa llevarle y hacerle
presente en cada minuto.
Hay una segunda dimensión de esta conversión: la conversión a la santidad. Dice el Papa, “Toda la vida debe estar
dedicada al perfeccionamiento espiritual. En Cuaresma, sin embargo, es más notable
la exigencia de pasar de una situación de indiferencia y lejanía a una práctica
religiosa más convencida; de una situación de mediocridad y tibieza a un fervor
más sentido y profundo; de una manifestación tímida de la fe al testimonio
abierto y valiente del propio credo”. ¡Qué interesante descripción del Santo
Padre! En la primera frase habla a todos los cristianos, no a monjes ni a
sacerdotes. ¿Soy realmente una persona que tiende hacia la perfección
espiritual? ¿Cuál es mi intención hacia la visión cristiana de la virtud de la
humildad, de la caridad, de la sencillez de corazón, o en la lucha contra la
pereza y vanidad?
El Papa pinta unos trazos de lo que es un santo, dice: “El santo no es
ni el indiferente, ni el lejano, ni el mediocre, ni el tibio, ni el tímido”. Si
no eres indiferente, lejano, mediocre, tímido o tibio, entonces tienes que ser
santo. Elige: o eres esos adjetivos, o eres santo. Y no olvidemos que el santo
es el hombre completo, la mujer completa; el hombre o la mujer que es
convencido, profundo, abierto y valiente.
Evidentemente la dimensión fundamental es poner mi vida delante de Dios
para ser convencido delante de Dios, para ser profundo delante de Dios, para
ser abierto y valiente delante de Dios.
Podría ser que en mi vida este esfuerzo por la santidad no fuese un
esfuerzo real, y esto sucede cuando queremos ser veleidosamente santos. Una
persona veleidosa es aquella que tiene un grandísimo defecto de voluntad. El
veleidoso es aquella persona que, queriendo el bien y viéndolo, no pone los
medios. Veo el bien y me digo: ¡qué hermoso es ser santo!, pero como para ser
santo hay que ser convencido, profundo, abierto y valiente, pues nos quedamos
con los sueños, y como los sueños..., sueños son.
¿Realmente quiero ser santo, y por eso mi vida cristiana es una vida
convencida, y por lo mismo procuro formarme para convencerme en mi formación
cristiana a nivel moral, a nivel doctrinal? ¡Cuántas veces nuestra formación
cristiana es una formación ciega, no formada, no convencida! ¿Nos damos cuenta
de que muchos de los problemas que tenemos son por ignorancia? ¿Es mi
cristianismo profundo, abierto y valiente en el testimonio?
Hay una tercera dimensión de esta conversión: la dimensión de la reconciliación. De aquí brota y se empapa la
tercera conversión a la que nos invita la Cuaresma. El Papa dice que todos
somos conscientes de la urgencia de esta invitación a considerar los
acontecimientos dolorosos que está sufriendo la humanidad: “Reconciliarse con
Dios es un compromiso que se impone a todos, porque constituye la condición
necesaria para recuperar la serenidad personal, el gozo interior, el
entendimiento fraterno con los demás y por consiguiente, la paz en la familia,
en la sociedad y en el mundo. Queremos la paz, reconciliémonos con Dios”.
La primera injusticia que se comete no es la injusticia del hombre para
con el hombre, sino la injusticia del hombre para con Dios. ¿Cuál es la primera
injusticia que aparece en la Biblia? El pecado original. ¿Y del pecado de Adán
y Eva qué pecado nace? El segundo pecado, el pecado de Caín contra Abel. Del
pecado del hombre contra Dios nace el pecado del hombre contra el hombre. No
existe ningún pecado del hombre contra el hombre que no provenga del pecado
primero del hombre contra Dios. No hay ningún pecado de un hombre contra otro
que no nazca de un corazón del cual Dios ya se ha ido hace tiempo. Si queremos
transformar la sociedad, lo primero que tenemos que hacer es reconciliar
nuestro corazón con Dios. Si queremos recristianizar al mundo, cambiar a la
humanidad, lo primero que tenemos que hacer es transformar y recristianizar
nuestro corazón. ¿Mis criterios son del Evangelio? ¿Mis comportamientos son del
Evangelio? ¿Mi vida familiar, conyugal, social y apostólica se apega al
Evangelio?
Ésta es la verdadera santidad, que sólo la consiguen las personas que
realmente han hecho en su existencia la experiencia de Cristo. Personas que
buscan y anhelan la experiencia de Cristo, y que no ponen excusas para no
hacerla. No es excusa para no hacer la experiencia de Cristo el propio
carácter, ni las propias obligaciones, ni la propia salud, porque si en estos
aspectos de mi vida no sé hacer la experiencia de Cristo, no estoy siendo
cristiano.
Cuaresma es convertirse a la verdad, a la santidad y a la
reconciliación. En definitiva, Cuaresma es comprometerse. Convertirse es
comprometerse con Cristo con mi santidad, con mi dimensión social de
evangelización. ¿Tengo esto? ¿Lo quiero tener? ¿Pongo los medios para tenerlo?
Si es así, estoy bien; si no es así, estoy mal. Porque una persona que se llame
a sí misma cristiana y que no esté auténticamente comprometida con Cristo en su
santidad para evangelizar, no es cristiana.
Reflexionen sobre esto, saquen compromisos y busquen ardientemente esa
experiencia, esa santidad y ese compromiso apostólico; nunca digan no a Cristo
en su vida, nunca se pongan a sí mismos por encima de lo que Cristo les pide,
porque el día en que lo hagan, estarán siendo personas lejanas, indiferentes,
tibias, mediocres, tímidas. En definitiva no estarán siendo seres humanos
auténticos, porque no estarán siendo cristianos. CS
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