El tiempo cuaresmal es un camino de conversión que no es simplemente
arrepentirnos de nuestros pecados o dejar de hacer obras malas. El camino de
conversión no es otra cosa sino el esfuerzo constante, por parte nuestra, de
volver a tener la imagen, la visión que Dios nuestro Señor tenía de nosotros
desde el principio. El camino de conversión es un camino de reconstrucción de
la imagen de Dios en nuestra alma.
La liturgia del día de hoy nos presenta dos actitudes muy diferentes
ante lo que Dios propone al hombre. En la primera lectura, Dios le cambia el
nombre a Abram. Y de llamarse Abram, le llama Abraham. Este cambio de nombre no
es simplemente algo exterior o superficial. Esto requiere de Dios la
disponibilidad a cambiar también el interior, a hacer de este hombre un hombre
nuevo.
Pero, al mismo tiempo, requiere de Abraham la
disponibilidad para acoger el nombre nuevo que Dios le quiere dar.
Por otro lado, en el Evangelio vemos cómo Jesús se enfrenta una vez más
a los judíos, haciéndoles ver que aunque se llamen Hijos de Abraham, no saben
quién es el Dios de Abraham.
Son las dos formas en las cuales nosotros podemos enfrentarnos con Dios:
la forma exterior; totalmente superficial, que respeta y vive según una serie
de ritos y costumbres; una forma que incluso nos cataloga como hijos de Abraham
o hijos de Dios. Y por otro lado, el camino interior; es decir, ser
verdaderamente hijos de Abraham, ser verdaderamente hijos de Dios.
Lo primero es muy fácil, porque basta con ponerse una etiqueta, realizar
determinadas costumbres, seguir determinadas tradiciones. Y podríamos pensar
que eso nos hace cristianos, que eso nos hace ser católicos; pero estaríamos
muy equivocados. Porque todo el exterior es simplemente un nombre, y como un nombre,
es algo que resuena, es una palabra que se escucha y el viento se lleva; es tan
vacía como cualquier palabra puede ser. Es en el interior de nosotros donde
tienen que producirse los auténticos cambios; de donde tiene que brotar hacia
el exterior la verdadera transformación, la forma distinta de ser, el modo
diferente de comportarse.
No son las formas exteriores las que configuran nuestra persona. Son
importantes porque manifiestan nuestra persona, pero si las formas exteriores
fuesen simplemente toda nuestra estructura, toda nuestra manera de ser,
estaríamos huecos, vacíos. Entonces también Jesús a nosotros podría decirnos:
“Sería tan mentiroso como ustedes”. También Jesús nos podría llamar mentirosos,
es decir, los que vacían la verdad, los que manifiestan al exterior una forma
como si fuese verdad, pero que realmente es mentira.
Qué difícil y exigente es este camino de conversión que Dios nos pide,
porque va reclamando de nosotros no solamente una «partecita», sino que acaba
reclamando todo lo que somos: toda nuestra vida, todo nuestro ser. El camino de
conversión acaba exigiendo la transformación de nuestras más íntimas
convicciones, de nuestras raíces más profundas para llegar a cristianizarlas.
Para los judíos solamente Dios estaba por encima de Abraham, por eso,
cuando Cristo les dice: “Antes de que Abraham existiese, Yo soy”, ellos
entendieron perfectamente que Cristo estaba yendo derecho a la raíz de su
religión; les estaba diciendo que Él era Dios, el mismo Dios de Abraham, de
Isaac y de Jacob. Y es por eso que agarran piedras para intentar apedrearlo,
por eso buscan matarlo. No es simplemente una cuestión dialéctica; ellos han entendido que
Cristo no se conforma con cambiar ciertos ritos del templo. Cristo llega al
fondo de todas las cosas y al fondo de todas las personas, y mientras Él no
llegue ahí, va a estar insistiendo, va a estar buscando, va a estar
perseverando hasta conseguir llegar al fondo de nuestro corazón, hasta
conseguir recristianizar lo más profundo de nosotros mismos.
El hecho de que Dios le cambie el nombre a Abram, además de significar
el querer llegar al fondo, está también significando que solamente quien es
dueño de otro le puede cambiar el nombre. (Según la mentalidad judía, solamente
quien era patrón de otro podía cambiarle el nombre). Algo semejante a lo que
hicieron con nosotros el día de nuestro Bautismo cuando el sacerdote, antes de
derramar sobre nuestra cabeza el agua, nos impuso la marca del aceite que nos
hacia propiedad de Dios.
¿Realmente somos conscientes de que somos propiedad de Dios? Dios es tan
consciente de que somos propiedad suya, que no deja de reclamarnos, que no deja
de buscarnos, que no deja de inquietarnos. Como a quien le han quitado algo que
es suyo y cada vez que ve a quien se lo quitó, le dice: ¡Acuérdate de que lo
que tú tienes es mío! Así es Dios con nosotros. Llega a nuestra alma y nos
dice: Acuérdate de que tú eres mío, de que lo que tú tienes es mío: tu vida, tu
tiempo, tu historia, tu familia, tus cualidades. Todo lo que tú tienes es mío;
eres mi propiedad.
Esto que para nosotros pudiera ser una especie como de fardo pesadísimo,
se convierte, gracias a Dios, en una gran certeza y una gran esperanza de que
Dios jamás vaya a desistir de reclamar lo que es suyo. Así estemos muy alejados
de Él, sumamente hundidos en la más tremenda de las obscuridades o estemos en
el más triste de los pecados, Dios no va a dejar de reclamar lo que es suyo.
Sabemos que, estemos donde estemos, Dios siempre va a ir a buscarnos; que
hayamos caído donde hayamos caído, Dios nos va a encontrar, porque Él no va a
dejar de reclamar lo que es suyo.
Éste es el Dios que nos busca, y lo único que requiere de nosotros es la
capacidad y la apertura interior para que, cuando Él llegue, nosotros lo
podamos reconocer. “El que es fiel a mis palabras no morirá para siempre”. No
habrá nada que nos pueda encadenar, porque el que es fiel a las palabras de
Cristo, será buscado por Él, que es la Resurrección y la Vida. Ojalá que nosotros aprendamos que tenemos un Dios que nos persigue y que
busca llegar hasta el fondo de nosotros mismos, y que nos va hacer bajar hasta
el fondo de nosotros para que nos podamos, libremente, dar a Él.
¿De qué otra manera más grande puede Dios hacer esto, que a través de la
Eucaristía? ¿Qué otro camino sigue Dios sino el de la misma presencia
Eucarística? ¿Acaso alguien en la tierra puede bajar tan a lo hondo de nosotros
mismos como Cristo Eucaristía? Cristo es el único que, amándonos, puede
penetrar hasta el alma de nuestra alma, hasta el espíritu de nuestro espíritu,
para decirnos que nos ama.
Permitamos que el Señor, en esta Semana Santa que se avecina, pueda
llegar hasta nosotros. Permitámosle hacer la experiencia de estar con nosotros.
Y nosotros, a la vez, busquemos la experiencia de estar con Él. Un Dios que no
simplemente caminó por nuestra tierra, habló nuestras palabras y vio nuestros
paisajes. Un Dios que no simplemente murió derramando hasta la última gota de
sangre; un Dios que no solamente resucitó rompiendo las ataduras de la muerte.
Un Dios que, además, ha querido hacerse Eucaristía para poder estar en lo más
profundo de nuestras vidas y poder encontrarnos, si es necesario, en lo más
profundo de nosotros mismos. CS
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