Jesucristo nuestro Señor no quiere dejarnos solos. Quiere ser Él el que
nos acompañe, quiere ser Él el que camina junto a nosotros: “Escuchen mi voz y
yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo; caminen siempre por el camino que yo
les mostraré para que les vaya bien”. Éstas son las palabras con las que
nuestro Señor exhorta al pueblo, a través del profeta, a escuchar y a seguir el
camino de Dios
Cristo, en el Evangelio, nos narra la parábola del hombre fuerte que
tiene sus tesoros custodiados, hasta que llega alguien más fuerte que él y lo
vence. Quién sabe si nuestra alma es así: como un hombre fuerte bien armado,
dispuesto a defenderse, dispuesto a no permitir que nadie toque ciertos
tesoros. Sin embargo, Dios nuestro Señor —más fuerte sin duda—, quizá logre
entrar en el castillo y logre arrebatarnos aquello que nosotros le tenemos
todavía prohibido, le tenemos todavía vedado. Cristo es más fuerte que
nosotros. Y no es más fuerte porque nos violente, sino que es más fuerte porque
nos ama más.
Es el amor de Jesucristo el que llega a nuestra alma y el que viene a
arrebatar en nuestro interior. Es al amor de Jesucristo el que no se conforma
con un compromiso mediocre, con una vida cristiana tibia, con una vida
espiritual vacía. Y Cristo quiere todo, según nuestro estado de vida: quiere
todo en nuestra vida conyugal, quiere todo en nuestra vida familiar, quiere
todo en nuestra vida social.
“Escuchen mi voz”. Estas palabras tienen que
resonar constantemente en nosotros a lo largo del tiempo cuaresmal. Si Dios
nuestro Señor ha inquietado nuestra alma, si Dios nuestro Señor no ha dejado
tranquilo nuestro corazón, si nos ha buscado, si nos ha asediado, si nos ha
tomado, si nos ha conquistado, no es ahora para dejarnos solitarios por la
vida, sino porque el primero que se compromete a llevar adelante nuestra
vocación cristiana es Él, y va a estar con nosotros. La pregunta que nosotros
tenemos que hacernos es: ¿Estamos dispuestos a seguir a Cristo o estamos
dispuestos a abandonarlo?
Al final de la lectura del profeta Jeremías, aparece una frase muy
triste: “De este pueblo dirá: Éste es el pueblo que no escuchó la voz del
Señor, ni aceptó la corrección; ya no existe fidelidad en Israel; ha
desaparecido de su misma boca”.
Está en nuestras manos dar fruto. Está en nuestras manos perseverar.
Está en nuestras manos el continuar adelante con nuestro compromiso de
cristianos en la sociedad. De nosotros depende y a nosotros nos toca que
Jesucristo pueda seguir caminando con nosotros, yendo a nuestro lado. El Señor
vuelve a buscarnos hoy, el Señor vuelve a estar con nosotros, ¿cuál va a ser
nuestra respuesta? ¿Cuál va a ser nuestro comportamiento si nuestro Señor viene
a nuestro corazón?
Jesús, al final del Evangelio, nos lanza un reto: “El que no está
conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama”. Un reto que
es una responsabilidad: o estamos con Él y recogemos con Él; o estamos contra
Él, desparramando. No nos deja alternativas. O tomamos nuestra vida y la
ponemos junto con Él, la recogemos con Él, la hacemos fructificar, la hacemos
vivir, la hacemos llenarse, la hacemos ser testigos cristianos de los hombres,
o simplemente nos vamos a desparramar.
¿Quién de nosotros aceptaría ver su vida desparramada? ¿Quién de
nosotros toleraría que su existencia simplemente corriese? ¿No nos interesa
tenerla verdaderamente rica, no nos interesa tenerla verdaderamente
comprometida junto a Jesucristo nuestro Señor? Esto no se puede quedar en
palabras, tenemos necesidad de llevarlo a los demás. Esto es obra de todos los
días, es un compromiso cotidiano que está en nuestras manos.
Vamos a pedirle a Jesucristo que nos guíe para comprometernos con
nuestra fe, para comprometernos con la Iglesia Católica, Apostólica y Romana.
La Iglesia que se nos ha entregado, viniendo desde muchas generaciones. La
Iglesia de los mártires, la Iglesia de los apóstoles, la Iglesia de los
confesores. La Iglesia que ha llegado a nosotros a través de dos mil años por
medio de la sangre de muchos que creyeron en lo mismo que creemos nosotros. La
Iglesia que es para nosotros el camino de santificación, y que es la Iglesia
que nosotros tenemos que transmitir a las siguientes generaciones con la misma
fidelidad, con la misma ilusión, con el mismo vigor con que a nosotros llegó.
Pidámosle al Señor que la podamos transmitir íntegra a las generaciones
que vienen detrás y la podamos extender a las generaciones que conviven con
nosotros y que todavía no conocen a Cristo.
Este compromiso no es un compromiso hacia dentro, sino que es un
compromiso hacia afuera. Un compromiso que nace de un corazón decidido, pero
que tiene que transformarse en acción eficaz, en evangelización para el bien de
los hombres.
Vamos a pedirle a Jesucristo que nos conceda la gracia de recoger con
Él, la gracia de estar siempre a favor de Él, de escuchar su voz y de caminar
por el camino que Él nos muestra, para ser entre los hombres, una luz
encendida, un camino de salvación, una respuesta a los interrogantes que hay en
tantos corazones, y que sólo nuestro Señor Jesucristo puede llegar a responder.
CS
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