Frutos
del don de entendimiento
“No
quiero, hermanos, que Uds. ignoren lo que se refiere a los dones
espirituales... Por eso les hago saber que nadie puede decir «Jesús es el Señor»,
sino por el Espíritu Santo” (1Co 12, 1.3).
Mediante el don del entendimiento, el Espíritu Santo, que “escruta las
profundidades de Dios” (1 Co 2, 10),
comunica al creyente una chispa de esa capacidad penetrante que le permite casi
ver los misterios de Dios.
Por la fe
creemos las verdades reveladas, sin entenderlas, pues son misterio. Reflexionando
y orando, nuestro entendimiento se adentra a las profundidades del misterio.
Cuanto más descubre el intelecto, más misteriosa se hace la verdad divina.
Cuánto más luz recibe, más se vislumbra la inmensidad del misterio. El Espíritu
de Amor responde a esta búsqueda amorosa del creyente. Aporta una penetración
diversa, un ver, una intuición, un saber, que da a la mente un conocimiento
inmediato, sereno, de la verdad sobrenatural sin que deje de ser misterio.
En la
oración, este don ayuda y perfecciona al intelecto. Mientras no actúa el Señor,
sería una temeridad querer orar sin la labor de nuestras mentes. Cuando el
Espíritu Santo viene en nuestra ayuda, captamos de un modo nuevo, claro y, por
lo general, gozoso las verdades. El alma puede prorrumpir en la respuesta de
alabanza y amor. Ya no hace falta investigar, ya se goza del conocimiento.
El don
del entendimiento en las Escrituras
Así
Isabel reconoció la maternidad divina de María: “Isabel quedó llena de Espíritu
Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito
el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí?
Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en
mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron
dichas de parte del Señor!»”. Es así nuestra experiencia cuando se nos revela
el sentido de una palabra de la Escritura. En ese momento se renueva en
nosotros la experiencia de los discípulos de Emaús tras haber reconocido al
Resucitado en la fracción del pan: “¿No ardía nuestro corazón mientras hablaba
con nosotros en el camino, explicándonos las Escrituras?” (Lc 24, 32).
Otras
veces el don del entendimiento permite al orante admirar la íntima armonía
entre diversas verdades reveladas. Puede ser que captemos en alguna de ellas un
resumen de todas. Así, por ejemplo, meditando el prólogo de San Juan, quizás
alguno descubra en la frase “El verbo se hizo carne”, todo el misterio del amor
de Dios Creador y Redentor, y sólo le queda inclinar la cabeza, como hace la
Iglesia al llegar a estas palabras en el Credo.
Cómo
pedir el don del entendimiento
¿Cómo
propiciamos este don en la oración? El evangelio nos ha dado el presupuesto:
sencillez de corazón. Jesús lleno de gozo en el Espíritu Santo dijo: «Yo te
bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas
a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal
ha sido tu beneplácito... Nadie conoce quién es el Padre sino el Hijo, y aquel
a quien el Hijo se lo quiera revelar». El orgullo del espíritu, con todas sus
manifestaciones, es contrario a la presencia de este don. Dice Santa Catalina
de Siena que la soberbia cubre el ojo de la inteligencia como una nube y le
impide ver. La humildad del corazón abre la puerta para el Espíritu.
Luego,
detenernos en la luz, según el sabio consejo de San Ignacio: “No el mucho saber
harta y satisface el alma sino el sentir y gustar internamente de las cosas de
Dios”. María aquí es el gran ejemplo: escrutaba sin cansarse el sentido
profundo de los misterios realizados en Ella por el Todopoderoso, dándoles
vueltos en su corazón, es decir, con el amor más que con el raciocinio (Lc 2, 19 y 51). Y como
siempre, pedir, pedir mucho: “Ven Espíritu Santo”. DC
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