domingo, 3 de junio de 2018

El Don de Entendimiento

Frutos del don de entendimiento
“No quiero, hermanos, que Uds. ignoren lo que se refiere a los dones espirituales... Por eso les hago saber que nadie puede decir «Jesús es el Señor», sino por el Espíritu Santo” (1Co 12, 1.3). Mediante el don del entendimiento, el Espíritu Santo, que “escruta las profundidades de Dios” (1 Co 2, 10), comunica al creyente una chispa de esa capacidad penetrante que le permite casi ver los misterios de Dios.
Por la fe creemos las verdades reveladas, sin entenderlas, pues son misterio. Reflexionando y orando, nuestro entendimiento se adentra a las profundidades del misterio. Cuanto más descubre el intelecto, más misteriosa se hace la verdad divina. Cuánto más luz recibe, más se vislumbra la inmensidad del misterio. El Espíritu de Amor responde a esta búsqueda amorosa del creyente. Aporta una penetración diversa, un ver, una intuición, un saber, que da a la mente un conocimiento inmediato, sereno, de la verdad sobrenatural sin que deje de ser misterio.
En la oración, este don ayuda y perfecciona al intelecto. Mientras no actúa el Señor, sería una temeridad querer orar sin la labor de nuestras mentes. Cuando el Espíritu Santo viene en nuestra ayuda, captamos de un modo nuevo, claro y, por lo general, gozoso las verdades. El alma puede prorrumpir en la respuesta de alabanza y amor. Ya no hace falta investigar, ya se goza del conocimiento.
El don del entendimiento en las Escrituras
Así Isabel reconoció la maternidad divina de María: “Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!»”. Es así nuestra experiencia cuando se nos revela el sentido de una palabra de la Escritura. En ese momento se renueva en nosotros la experiencia de los discípulos de Emaús tras haber reconocido al Resucitado en la fracción del pan: “¿No ardía nuestro corazón mientras hablaba con nosotros en el camino, explicándonos las Escrituras?” (Lc 24, 32).
Otras veces el don del entendimiento permite al orante admirar la íntima armonía entre diversas verdades reveladas. Puede ser que captemos en alguna de ellas un resumen de todas. Así, por ejemplo, meditando el prólogo de San Juan, quizás alguno descubra en la frase “El verbo se hizo carne”, todo el misterio del amor de Dios Creador y Redentor, y sólo le queda inclinar la cabeza, como hace la Iglesia al llegar a estas palabras en el Credo.
Cómo pedir el don del entendimiento
¿Cómo propiciamos este don en la oración? El evangelio nos ha dado el presupuesto: sencillez de corazón. Jesús lleno de gozo en el Espíritu Santo dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito... Nadie conoce quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». El orgullo del espíritu, con todas sus manifestaciones, es contrario a la presencia de este don. Dice Santa Catalina de Siena que la soberbia cubre el ojo de la inteligencia como una nube y le impide ver. La humildad del corazón abre la puerta para el Espíritu.
Luego, detenernos en la luz, según el sabio consejo de San Ignacio: “No el mucho saber harta y satisface el alma sino el sentir y gustar internamente de las cosas de Dios”. María aquí es el gran ejemplo: escrutaba sin cansarse el sentido profundo de los misterios realizados en Ella por el Todopoderoso, dándoles vueltos en su corazón, es decir, con el amor más que con el raciocinio (Lc 2, 19 y 51). Y como siempre, pedir, pedir mucho: “Ven Espíritu Santo”. DC

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