María y
el don de consejo
Se
celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue
invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y, como faltara vino,
porque se había acabado el vino de la boda, su madre le dice a Jesús: «No
tienen vino». Jesús le responde: «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha
llegado mi hora». Dice su madre a los sirvientes: «Hagan lo que él os diga. (Jn 2, 1-5).
Parecería
un diálogo falto de lógica. Pero María ha comprendido lo que la lógica humana
no ve y ha acertado en su indicación a los criados. Intuimos la presencia en su
mente de otra luz, propia del don de consejo. Con este don la persona, bajo la
inspiración del Espíritu Santo, juzga rectamente lo que conviene hacer, incluso
en los casos más difíciles. “No faltan nunca problemas que a veces parecen
insolubles. Pero el Espíritu Santo socorre en las dificultades e ilumina...
Puede decirse que posee una inventiva infinita, propia de la mente divina, que
provee a desatar los nudos de los sucesos humanos, incluso los más complejos e
impenetrables” (Juan Pablo II, 24 de abril de 1991).
El don
del consejo y la virtud de la prudencia
El don
del consejo perfecciona a la virtud de la prudencia. Por la prudencia
discurrimos e investigamos cuidadosamente los medios más a propósito para
alcanzar el fin inmediato a la luz del fin último. Con el don de consejo el
Espíritu Santo nos habla al corazón, y nos da a entender de modo directo lo que
debemos hacer. Así cuando llegó a la primitiva comunidad cristiana de Jerusalén
la noticia de la conversión de muchos griegos en Antioquía, enviaron allí a
Bernabé, “hombre lleno de fe y del Espíritu Santo”, para ver qué ocurre. Él por
su parte toma la feliz decisión de ir a Tarso para buscar la ayuda de Saulo, y
así da inicio al ministerio apostólico de Pablo (Hech. 1, 22-26). Sin duda, fue una decisión iluminada por el
Espíritu Santo. Y cuando finalmente la Iglesia afronta la cuestión de la
observación o no de la ley mosaica, la conclusión reza: “nos ha parecido a
nosotros y al Espíritu Santo”.
Frutos y
petición del consejo
¿Cómo
ayuda el don del consejo a la oración? Nuestra oración está llamada a influir
en la vida: «No todo el que me diga: “Señor, Señor”, entrará en el Reino de los
Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial... Todo el que oiga
estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que
edificó su casa sobre roca» (Mt 7, 21.
24). Si el “hombre prudente” pone por obra la palabra escuchada en la
oración, el don de consejo ayuda poderosamente a aclarar cuál es esta palabra
concreta y su aplicación vital.
Para
disponernos al don, necesitamos en primer lugar la humildad convertida en
súplica: “Enséñame Señor a hacer tu voluntad porque tú eres mi Dios. Señor,
muéstrame tus caminos, enséñame tus senderos” (Sal 143, 10; 25, 4). A veces Dios ilumina de pronto, sin previa
reflexión; otras veces es una iluminación superior que guía nuestro razonar,
pues el don perfecciona la virtud, no la elimina.
Luego,
cultivemos el silencio del alma para dar espacio a la escucha del Espíritu. Callar
sobre todo las preocupaciones, pasiones, apegos, todo lo que es ruido de la
criatura. Y del yo. Cuando escuchamos mucho ruido interior, podemos sospechar
que allí no habla el Espíritu Santo.
Importa
también la prontitud para poner por obra lo que le agrada al Divino Huésped. La
persona ordinariamente dócil a sus inspiraciones, se hace cada vez más
connatural con Él: “En el momento en el que lo acogemos y lo albergamos en
nuestro corazón, el Espíritu Santo comienza a hacernos sensibles a su voz y a
orientar nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestras intenciones
según el corazón de Dios... De este modo madura en nosotros una sintonía
profunda, casi connatural en el Espíritu” (Papa Francisco, 7 de mayo de 2014). Pidamos
a María, Madre del Buen Consejo, que nos alcance la gracia de este don. DC
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