“Me siento engañada. Me habían dicho que Dios era
bueno y protegía y amaba a los buenos, que la oración era omnipotente, que Dios
concedía todo lo que se le pedía”.
“¿Por qué Dios se ha vuelto sordo a lo que le
pido? ¿Por qué no me escucha? ¿Por qué permite que esté sufriendo tanto?”.
“Empiezo a pensar que detrás de ese nombre, Dios,
no hay nada. Que es todo una gigantesca fábula. Que me han engañado como a una
tonta desde que nací”.
Esta queja,
amarga y crispada, de una mujer afligida por una serie de desgracias,
corresponde a un tipo de quejas de las más antiguas que se escuchan contra
Dios.
Y al hecho de
ser actitudes muy poco apropiadas para la oración, se une el hecho de que, en
muchos casos, lamentablemente, son las primeras palabras que esa persona dirige
hacia Dios en mucho tiempo. Y si no reciben rápidamente un consuelo a su
medida, tacharán a Dios de ser sordo a sus peticiones. Son ese tipo de personas
-decía Martín Descalzo- que tienen a Dios como un aviador su paracaídas: para
los casos de emergencia, pero esperando no tener que usarlo jamás. AA
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