miércoles, 20 de junio de 2018

La sordera de Dios

“Me siento engañada. Me habían dicho que Dios era bueno y protegía y amaba a los buenos, que la oración era omnipotente, que Dios concedía todo lo que se le pedía”.
“¿Por qué Dios se ha vuelto sordo a lo que le pido? ¿Por qué no me escucha? ¿Por qué permite que esté sufriendo tanto?”.
“Empiezo a pensar que detrás de ese nombre, Dios, no hay nada. Que es todo una gigantesca fábula. Que me han engañado como a una tonta desde que nací”.

Esta queja, amarga y crispada, de una mujer afligida por una serie de desgracias, corresponde a un tipo de quejas de las más antiguas que se escuchan contra Dios.
Y al hecho de ser actitudes muy poco apropiadas para la oración, se une el hecho de que, en muchos casos, lamentablemente, son las primeras palabras que esa persona dirige hacia Dios en mucho tiempo. Y si no reciben rápidamente un consuelo a su medida, tacharán a Dios de ser sordo a sus peticiones. Son ese tipo de personas -decía Martín Descalzo- que tienen a Dios como un aviador su paracaídas: para los casos de emergencia, pero esperando no tener que usarlo jamás. AA

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