Celebrar la Eucaristía es revivir la última cena que Jesús
celebró con sus discípulos la víspera de su ejecución. Ninguna explicación
teológica, ninguna ordenación litúrgica, ninguna devoción interesada nos ha de
alejar de la intención original de Jesús. ¿Cómo diseñó Él aquella cena? ¿Qué es
lo que quería dejar grabado para siempre en sus discípulos? ¿Por qué y para qué
debían seguir reviviendo una vez y otra vez aquella despedida inolvidable?
Antes que nada, Jesús quería contagiarles su esperanza
indestructible en el reino de Dios. Su muerte era inminente; aquella cena era
la última. Pero un día se sentaría a la mesa con una copa en sus manos para
beber juntos un «vino nuevo». Nada ni nadie podrá impedir ese banquete final del
Padre con sus hijos e hijas. Celebrar la Eucaristía es reavivar la esperanza:
disfrutar desde ahora con esa fiesta que nos espera con Jesús junto al Padre.
Jesús quería, además, prepararlos para aquel duro golpe de su
ejecución. No han de hundirse en la tristeza. La muerte no romperá la amistad
que los une. La comunión no quedará rota. Celebrando aquella cena podrán
alimentarse de su recuerdo, su presencia y su espíritu. Celebrar la Eucaristía
es alimentar nuestra adhesión a Jesús, vivir en contacto con él, seguir unidos.
Jesús quiso que los suyos nunca olvidaran lo que había sido
su vida: una entrega total al proyecto de Dios. Se lo dijo mientras les
distribuía un trozo de pan a cada uno: «Esto es mi cuerpo; recordadme así:
entregándome por vosotros hasta el final para haceros llegar la bendición de
Dios». Celebrar la Eucaristía es comulgar con Jesús para vivir cada día de
manera más entregada, trabajando por un mundo más humano.
Jesús quería que los suyos se sintieran una comunidad. A los
discípulos les tuvo que sorprender lo que Jesús hizo al final de la cena. En
vez de beber cada uno de su copa, como era costumbre, Jesús les invitó a todos
a beber de una sola: ¡la suya! Todos compartirían la «copa de salvación»
bendecida por él. En ella veía Jesús algo nuevo: «Ésta es la nueva alianza en
mi sangre». Celebrar la Eucaristía es alimentar el vínculo que nos une entre
nosotros y con Jesús. JAP
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