“Unos discípulos de los
fariseos preguntaron a Jesús: ¿Es lícito pagar impuesto al César o no?” San
Mateo, cap. 22.
Las religiones antiguas dividieron el mundo en dos porciones: Una de
ellas pertenecía a los dioses buenos. La otra era botín de las divinidades
malas. Pero Dios reveló a Abraham que no existe sino un solo Dios. Sin embargo,
la filosofía continuó dividiendo el universo entre lo sagrado y lo profano. Y
muchas teologías posteriores canonizaron lo primero, satanizando además lo
segundo, con dolorosos consecuencias.
El Concilio Vaticano II nos enseña que todas las criaturas reflejan la
impronta de Dios, aunque algunas de ellas con más claridad. Otras en cambio
conforman el orden temporal, que a su vez conserva su propia autonomía.
La pregunta de aquellos mensajeros al Maestro, sobre la licitud para un
judío de entonces de pagar tributo al César o no, puso el dedo en la llaga. El
descontento hacia los invasores romanos era endémico en tiempos de Jesús. Mucho
más porque la presencia extranjera se financiaba con odiosos impuestos. Frente
tal situación se daban tres actitudes entre el pueblo: Los celotes se negaban a
tributar, buscando además toda ocasión para alzarse en revuelta. Los
partidarios de Herodes, un rey de fantasía, aceptaban la dominación romana, de
la cual sacaban provecho. Los fariseos estaban de acuerdo con los celotes, pero
se negaban a empuñar las armas.
En esta página de san Mateo vemos a los fariseos fatigados de acosar al
Señor, después de varias derrotas. Envían entonces una comisión de discípulos,
acompañados de algunos herodianos. Tal vez no deseaban una solución práctica,
sino poner nuevamente en problemas al Maestro: Con los representantes del
imperio, si Jesús desautorizaba el impuesto, o ante el pueblo si ordenaba
pagarlo.
La respuesta del Señor tampoco ilumina una conducta concreta. Se queda
en lo teórico:
“Mostradme la moneda del impuesto”, les dice. “¿De quién son esta imagen
y esta inscripción?”
Ellos le ofrecen un denario. Una pieza de cinco gramos en plata, con el
nombre del César y su efigie. Jesús responde: “Dad
a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”.
Como quien dice: Ustedes ya aceptan el dominio extranjero al emplear
estas monedas. Además mis discípulos vivirán en muy diversas estructuras
políticas.
Pero más allá, el Maestro nos dice que el estado tiene propios derechos,
mientras Dios a su vez tiene los suyos.
El establecimiento civil y la comunidad creyente son dos áreas que nunca
deben confundirse, para no regresar al estado teocrático, o a la nación atea y
beligerante de otros tiempos. La patria y la Iglesia son dos entidades
distintas y ninguna debe absorber a su compañera. Pero estando las dos al
servicio del hombre, si bien desde planos diferentes, han de trabajar en armonía.
Ningún estado puede atentar contra el hombre porque él es sagrado. Ni
contra sus fundamentales derechos como la vida, la dignidad personal, la
libertad de conciencia.
Cierta abejita vivía muy preocupada, al no saber cuál sería su razón de
existir: Si gozar de los rayos del sol, o trabajar duramente para su meliflua
república. Pero un día comprendió que las dos cosas son indispensables y
complementarias. Y de ahí en adelante su tarea fue más fructífera y amable. GB
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