Presbítero,
19 de Septiembre
Martirologio Romano: En Madrid, España, san
Alonso de Orozco, presbítero de la Orden de Ermitaños de San Agustín, que,
encargado de la predicación en el palacio del rey, siempre se mostró austero y
humilde († 1591).
Fecha de canonización: 19 de mayo de 2002 por S.S. Juan Pablo II.
Alonso de Orozco nació el 17 de octubre de 1500 en Oropesa, provincia de Toledo (España), donde su padre era gobernador del castillo local. Cursó los primeros estudios en la vecina Talavera de la Reina y durante tres años actuó como niño cantor en la catedral de Toledo, en la que aprendió música con notable provecho. A la edad de 14 años fue enviado por sus padres a la Universidad de Salamanca, donde ya estudiaba uno de sus hermanos.
Los sermones de la cuaresma de 1520 predicados en
la catedral por el profesor agustino Tomás de Villanueva sobre el salmo “In
exitu Israel de GYPTO” maduraron su vocación a la vida consagrada y, poco más
tarde, atraído por el ambiente de santidad del convento de San Agustín, entró
en él, emitiendo en 1523 la profesión religiosa en manos de Santo Tomás de
Villanueva.
Una vez ordenado sacerdote en 1527, los superiores
vieron en Alonso tan profunda espiritualidad y tal capacidad para anunciar la
Palabra de Dios que muy pronto lo destinaron al ministerio de la predicación.
Ya desde los 30 años ocupó también diversos cargos, pero a pesar de su
austeridad de vida, en el modo de gobernar se mostró lleno de comprensión.
Impulsado por el deseo del martirio, en 1549 se embarcó para México como
misionero, pero durante la travesía hacia las Islas Canarias padeció un grave
ataque de artritis y los médicos, temiendo por su vida, le impidieron la
prosecución del viaje.
En 1554, siendo prior del convento de Valladolid,
ciudad desde decenios atrás, residencia de la Corte, fue nombrado predicador
real por el emperador Carlos V y, al trasladarse la Corte a Madrid en 1561,
también él tuvo que pasar a la nueva capital del Reino, fijando su residencia
en el convento de San Felipe el Real.
No obstante a ejercer un cargo que estaba exento de
la jurisdicción directa de sus superiores religiosos, y dotado de renta,
renunciando a privilegios, quiso vivir como un fraile más, en pobreza y bajo la
inmediata obediencia de sus superiores. Solamente hacía una comida, dormía a lo
sumo tres horas, porque decía que le bastaban para emprender el nuevo día, y en
una tabla por cama, con sarmientos por colchón. En su celda no había más que
una silla, un candil, una escoba y unos libros. La eligió cerca de la puerta
para atender mejor a los pobres que hasta allí se acercaban a suplicarle ayuda.
Sin que la cotidiana asistencia al coro le resultara de obstáculo, además de
cumplir con sus obligaciones como predicador regio, visitaba los enfermos en
los hospitales, a los encarcelados en las prisiones y a los pobres en las
calles y en sus casas. El resto del tiempo lo pasaba en oración, en la
composición de sus libros, y preparando sus sermones. Predicaba con gran
sinceridad de palabras, pero con mucha hondura espiritual, fervor y afecto, a
veces, con lágrimas en los ojos, expresando la ternura de Dios hasta en el tono
de la voz, igual en el palacio ante el Rey y la Corte que en las iglesias a las
que era llamado.
Gozó de gran popularidad entre los más diversos
ambientes sociales. Personajes de la sociedad y de la cultura testificaron en
su proceso de canonización, tales como la infanta Isabel Clara Eugenia, los
duques de Alba y de Lerma, los literatos Lope de Vega, Francisco de Quevedo y
Gil González Dávila. El trato con las clases elevadas no le desvió de su
sencillo estilo de vida. Su fama se extendió por toda Madrid. El pueblo que le
llamaba, muy a pesar suyo, “el santo de San Felipe”, lo amó apreciando en él su
exquisita sensibilidad en el acercarse a todos sin distinción.
Compuso numerosas obras tanto en latín como en
castellano. La simplicidad de los títulos indican la intención pastoral del
autor: Regla de vida cristiana (1542), Vergel de oración y monte de
contemplación (1544), Memorial de amor santo (1545), Desposorio espiritual
(1551), Bonum certamen (1562), Arte de amar a Dios y al prójimo (1567), Libro
de la suavidad de Dios (1576), Tratado de la corona de Nuestra Señora (1588),
Guarda de la lengua (1590). Como su acción, los escritos nacieron de su
espíritu contemplativo y de la lectura de la Sagrada Escritura. Devoto de
María, estaba convencido de escribir por mandato suyo.
Cultivó también un ferviente amor a su propia
Orden, componiendo obras sobre su historia y su espiritualidad con ánimo de
mover a la imitación de sus hombres mejores. En esta misma línea, inducido por
un deseo de reforma interior, que luego convergería con el movimiento de
recolección en la misma Orden, llevó a término varias fundaciones de conventos
tanto de religiosos agustinos como de agustinas de vida contemplativa.
En agosto de 1591 cayó enfermo con fiebre, sin
faltar por eso ningún día a la celebración de la Misa, puesto que nunca, ni
siquiera en el transcurso de sus diversas enfermedades, había dejado de
celebrar el santo sacrificio, ya que repetía con cierto gracejo que “Dios no
hace mal a nadie”. Durante su enfermedad, fue visitado por el rey Felipe II, el
príncipe heredero Felipe con la infanta Isabel, y el cardenal arzobispo de
Toledo, Gaspar de Quiroga, quien le dio de comer de su mano y le pidió la
bendición.
La noticia de la muerte, acaecida el 19 de
septiembre de 1591 en el Colegio de la Encarnación que había fundado dos años
antes —actualmente sede del Senado español— conmocionó la ciudad. Por la
capilla ardiente pasó el pueblo de Madrid, que, como refiere Quevedo, se agolpó
ante la iglesia del Colegio hasta derribar las puertas, pues todos deseaban
hacerse con reliquias, astillas de la cama, fragmentos de sus ropas, zapatos y
cilicios. El Cardenal Arzobispo se reservó para sí la cruz de madera que
durante largos años “el santo de San Felipe” había llevado consigo. Fue
beatificado por León XIII el 15 de enero de 1882. Vicisitudes históricas
hicieron que sus restos fueran trasladados a distintos lugares. Actualmente
reposan en la iglesia madrileña de las agustinas.
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