Fiesta
litúrgica, 22 de Septiembre
Martirologio Romano: En
Saronno, en la Lombardía, Italia, beato Luis María Monti, religioso, quien, a
pesar de mantener su condición laical, instituyó los Hijos de María Inmaculada,
congregación que dirigió con espíritu de caridad hacia los pobres y los
necesitados, ocupándose especialmente de los enfermos y huérfanos, y trabajando
en favor de la formación de los jóvenes (†
1900).
Etimología: Luis = aquel que es
famoso en el combate, viene del germánico
Fecha de beatificación: Fue beatificado por S.S. Juan Pablo II el 9
de noviembre de 2003.
Corría el siglo XIX y el agnosticismo cundía entre las gentes. Fue entonces cuando el Espíritu Santo inspiró a varios hombres y mujeres excepcionales, enriquecidos con el carisma de la “asistencia” y de la “acogida”, para que el amor al prójimo convenciese al hombre escéptico y positivista a creer en Dios-amor.
El Padre Luigi Monti, beato de la caridad, pasó a
engrosar las filas de fieles sumidos en el Espíritu Santo. Dio fe del amor al
prójimo bajo la insignia de la Inmaculada: la Mujer que no conoció el pecado, símbolo
de la liberación de todos los males.
Luigi Monti, religioso laico, a quien sus
discípulos veneraban llamándole “padre” debido a su irrebatible paternidad
espiritual, nació en Bovisio, el 24 de julio de 1825, el octavo de una familia
con once hijos. Huérfano de padre a los 12 años, se hizo carpintero para ayudar
a su madre y a sus hermanos pequeños. Joven apasionado, reunió en su taller a
muchos artesanos de su edad así como a campesinos para dar vida a un oratorio
vespertino. El grupo se denominó la Compañía del Sagrado Corazón de Jesús, pero
el pueblo de Bovisio no tardó en apodarlo “La Compañía de los Hermanos”.
Dicha compañía se caracterizaba por la austeridad
de vida, la dedicación al enfermo y al pobre, por el tesón para evangelizar a
los que se hallaban alejados del camino. Luigi capitaneaba el grupo. En 1846, a
los 21 años de edad, se consagró a Dios y emitió votos de castidad y obediencia
en manos de su padre espiritual. Fue un fiel laico consagrado a la Iglesia de
Dios, sin convento y sin hábito. Sin embargo, no todo el mundo supo acoger el
don que el Espíritu había infundido en él. De hecho, algunas personas del
pueblo junto al párroco, se opusieron de forma rastrera e implacable, lo cual
desembocó en una denuncia calumniosa en la que se le acusaba de conspiración política
contra la autoridad austríaca de ocupación. En 1851, Luigi Monti y sus
compañeros fueron encarcelados en Desio (Milán) y fueron puestos en libertad
gracias a un proceso verbal que, sin embargo, no se celebró hasta pasados 72
días de cárcel.
Dócil con su padre espiritual, el sacerdote Luigi
Dossi, entró con él en la congregación de los “Hijos de María Inmaculada” que
el beato Ludovico Pavoni había fundado hacía cinco años. Se quedó seis años de
novicio. Este tiempo supuso para Luigi Monti un periodo de transición, en el
que se enamoró de las constituciones de Pavoni, se ejercitó como educador y
aprendió la teoría y la práctica de la profesión de enfermero que puso al
servicio de la comunidad y de los afectados por el cólera durante la epidemia
de 1885, encerrándose voluntariamente en la leprosería local.
A los 32 años, Luigi Monti todavía estaba buscando
la realización concreta de su vocación. En una carta con fecha de 1896, cuatro
años antes de fallecer, evocó la noche del espíritu, vivida en este periodo:
“Transcurría horas ante Jesús Sacramentado. Y, sin
embargo, eran horas sin pizca de rocío celestial. Mi corazón permanecía árido,
frío, insensible.
Estaba a punto de abandonarlo todo cuando, de
repente mientras me hallaba en mi celda, y sentí una voz en mi fuero interno,
clara y comprensible, que me decía: “Luigi, dirígete al sagrario de la iglesia
y exponle tus tribulaciones de nuevo a Jesús Sacramentado”.
Así que haciendo caso de la inspiración, me voy
para allá, me arrodillo y al cabo de poco ¡maravilla! veo a dos personajes con
forma humana. Los conozco. Son Jesús y su Madre Santísima. Se me acercan y me
dicen en voz alta: “Luigi, te queda mucho que sufrir todavía, te quedan luchas
mayores que librar. Sé fuerte. Saldrás vencedor de todo. Nuestra ayuda poderosa
no te faltará nunca. Sigue el camino que empezaste”. Sí, dieron, y
desaparecieron.
Inspirado en el testimonio de caridad de la santa
Crocifissa Di Rosa, el sacerdote Luigi Dossi planteó a Monti la idea de crear
una “Congregación para el servicio de los enfermos” en Roma. Luigi Monti aceptó
y sugirió llamarla “Congregación de los Hijos de la Inmaculada Concepción”.
Varios amigos suyos de la época de la “Compañía” compartieron dicha idea y,
además, se sumó un joven enfermero experto y muy apasionado, llamado Cipriano
Pezzini.
Una fundación en la Roma de Pío IX no era cosa
sencilla y menos todavía en uno de los hospitales más famosos de Europa, el
hospital de Santo Spirito. Mientras tanto, los capellanes capuchinos, en el seno
de dicho hospital iniciaron una asociación de terceros de San Francisco para la
asistencia corporal a los enfermos.
Cuando Luigi Monti llegó a Roma, en 1858, halló una
realidad distinta a la que se imaginaban tanto él como su amigo Pezzini, quien
le precedió para entablar las negociaciones que eran menester con el
Comendador, máxima autoridad del hospital.
Comprendió que Dios, en ese momento, lo quería
sencillamente como el “Hermano Luigi de Milán”, enfermero del hospital Santo
Spirito. De manera que solicitó humildemente formar parte del grupo organizado
de los PP. Capuchinos. Al principio, se encargó de todos los servicios
reservados en la actualidad al personal sanitario asistente, y posteriormente
la tarea de flebotomiano, tal y como consta en el diploma que le concedió la
Università La Sapienza di Roma.
En 1877, por designación unánime de sus
congregantes, Pío IX le encomendó capitanear “su propia” Congregación y así
siguió hasta su muerte.
Pío IX prefirió desde un primer momento la
Congregación de los Hijos de la Inmaculada Concepción tanto por su gran anhelo
de ver bien asistidos a los enfermos de los hospitales romanos como por el
hecho de que llevaba el nombre de la Inmaculada.
Convertido en Superior general, Luigi Monti preparó
para la Congregación un código de vida que reflejaba las experiencias para las
que el Espíritu de Dios le había conducido. Y la comunidad de Santo Spirito,
gracias al ánimo que infundió, vivió la “apostólica vivendi forma” de los Hijos
de la Inmaculada Concepción. Los Hermanos nutriéndose con la Eucaristía y la
meditación del privilegio de la “Completamente Pura”, se dedicaron a la
asistencia de forma heroica. En los hospicios en masa por epidemias de malaria,
de tifus o tras episodios bélicos, los Hermanos no dudaban en prestar su propio
colchón. Se declaraban todos ellos dispuestos a asistir a los enfermos de todas
las formas de enfermedad, se les enviase a donde se les enviase. Luigi Monti
constituyó otras pequeñas comunidades en la zona norte de la región del Lacio,
en donde él mismo había trabajado anteriormente brindando servicios médicos de
todo tipo y en calidad de enfermero itinerante por los caseríos desperdigados
en el campo de Orte, en la provincia de Viterbo.
En 1882, recibió en Santo Spirito la visita de un
monje cartujo que declaró haber recibido de la Virgen Inmaculada la inspiración
para presentarse ante él. Venía de Desio. El cartujo le presentó un caso
límite: se trataba de cuatro sobrinillos suyos, huérfanos de padre y madre. Era
una señal del Espíritu de Dios y Luigi Monti amplió su obra asistencial a los
menores totalmente huérfanos. Para ellos inauguró una casa de acogida en
Saronno. Su principio pedagógico básico se basaba en la paternidad del
educador. La comunidad de los religiosos acoge al huérfano como en familia,
para “vivir juntos el día”, para crear juntos las perspectivas de inserción en
la sociedad con una formación humana y cristiana que sea la base para todas las
vocaciones: a la vida civil, a la familia y al estado de consagración especial.
Luigi Monti, laico consagrado, concibió la
comunidad de los “Hermanos” no sacerdotes y sacerdotes con igualdad de derechos
y de deberes, en la que se elegía como superior al hermano más idóneo. La
muerte le halló en Saronno, exánime, casi ciego, con 75 años de edad en 1900.
Su proyecto no había recibido todavía la aprobación eclesiástica. La obtuvo en
1904 de Pío X quién aprobó el nuevo modelo de comunidad previsto por el
fundador, concediendo el sacerdocio ministerial como complemento esencial para
desempeñar una misión apostólica dirigida a todos los hombres, tanto en el
servicio de los enfermos como en la acogida de la juventud marginada.
En 1941, el beato Ildefonso Schuster, arzobispo de
Milán, inauguró el proceso informativo que se prolongó hasta 1951.
En el año 2001, la Congregación para las Causas de
los Santos promulgó el decreto sobre el heroísmo de las virtudes, y en el año
2003 se redactó el decreto que define milagrosa la curación acontecida en 1961
en Bosa (Cerdeña) del campesino Giovanni Luigi Iecle.
Hoy en día, la Congregación de los Hijos de la
Inmaculada Concepción, esparcida por todo el mundo, sigue plasmando en las
obras de caridad el carisma de acogida paternal y de asistencia llevada a cabo
con profesionalidad y entrega total por su fundador, Luigi Monti.
El 1 de octubre recordamos su ingreso al reino del
Señor; S.S. Juan Pablo II decretó que la fiesta litúrgica se celebrara el 22 de
septiembre.
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