martes, 18 de septiembre de 2018

No está tan mal… porque yo lo hago

El hombre tiende a establecer una cierta barrera entre las ideas y lo que llama la “vida real”. Y quizá, por ejemplo, cuando piensa en la fe, su imaginación representa en su mente un viejo y destartalado templo donde un sacerdote antipático se dirige a unas personas grises y serias, que además cantan mal, y que a su juicio pierden lamentablemente el tiempo, lejos del mundo real en el que ellos sí están. Y probablemente concluya que la religión no tiene sentido. O que la Iglesia funciona mal, cuando quizá lo que funciona mal, sobre todo, es su conocimiento y su imagen de la fe y de la Iglesia.
Algunos se han hecho esa idea, u otra peor, sin culpa de su parte, o al menos con poca culpa. Otros, en cambio, fomentan esa imagen para tranquilizar su conciencia, que quizá les reprocha algunas cosas a las que no se atreven a llamar por su nombre.
O se vive como se piensa, o se acaba pensando cómo se vive. Es un proceso sencillo, en el que cada hecho práctico de dudosa moralidad se apuntala rápidamente con la correspondiente teoría. Y quizá entonces esa comisión ilegal deja de parecerme tan mala... porque yo estoy cobrándola. O no veo tan grave eso de engañar a mi novio o a mi novia, o a mi mujer o mi marido, o emborracharme, porque... yo lo hago de vez en cuando. “Al comienzo fueron vicios, hoy quieren llamarse costumbres”, decía Séneca. Hay personas que, cuando no han sido fieles a su mujer, reconocen su debilidad; y otras, que lo que hacen es exigir a la Iglesia que dé marcha atrás en una regla que ellos ya no pueden seguir. Les gustaría reformar la Iglesia para no tener que reformarse a sí mismos, a pesar de que parece hacerles bastante falta. AA

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