Presbítero y
Mártir, 17 de Septiembre
Martirologio Romano: En Zaragoza, Aragón, España, san Pedro
Arbués, presbítero y mártir, canónigo regular de la Orden de San Agustín, que
dedicado en dicho reino a combatir supersticiones y herejías, fue asesinado
ante el altar de la iglesia catedral a manos de algunos afectados por su oficio
de inquisidor (1485).
Fecha de beatificación: 20 de abril de 1664 por el Papa Alejandro
VII.
Fecha de canonización: 29 de junio de 1867 por el Papa Pío IX.
Uno de los grandes problemas para la Iglesia y para
el Estado en la España de la Edad Media, era el trato que debía darse a los
judíos y mahometanos que habitaban en gran número aquel país. El problema se
complicaba por el odio que manifestaba el pueblo contra ellos, un odio violento
que no compartían las gentes del clero, ni las autoridades civiles, que tenían
interés material en el bienestar y la tranquilidad de los «herejes».
Particularmente durante el siglo catorce, los
judíos habían conquistado una gran influencia en las finanzas,
clandestinamente, y en forma abierta, sobre los puestos y cargos seculares y
aun en los eclesiásticos. Para que un judío pudiese llegar a ejercer su
influencia en un cargo eclesiástico, era necesario que profesara el cristianismo
y, en la gran mayoría de los casos, aquella profesión era falsa; la rarísima
vez que era auténtica, resultaba débil, superficial e indigna de confianza.
En aquel conflicto había dos grupos que causaban
los mayores trastornos y que eran considerados como particularmente peligrosos:
los que el pueblo llamaba «marranos» y los «moriscos», es decir los judíos y
los moros, respectivamente que, por interés o por otra razón cualquiera, se
habían convertido al cristianismo y habían recibido el bautismo para renegar
después de la fe, abiertamente o en secreto.
En el año de 1478, como respuesta a los reiterados
pedidos de los reyes católicos Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, el Papa
Sixto IV emitió una bula en la que daba poderes a los monarcas para constituir
un tribunal que se las entendiera con los judíos y otros apóstatas y con los
falsos convertidos. Así quedó establecida la institución que la historia conoce
como la Inquisición de España. Debemos hacer notar de paso que, si bien aquel
tribunal era esencialmente eclesiástico, actuaba de manera independiente y aun
en contradicción con la Santa Sede; también cabe advertir que, si bien recurría
a métodos duros, crueles y a veces brutales, su base y la teoría de su
constitución no eran condenables. Aquel tribunal no se ocupaba de los judíos o
mahometanos de buena fe, y a todos los que confesaban voluntariamente su
apostasía y prometieran enmendarse, se les absolvía de culpa y cargo con una
leve penitencia.
Pocos años antes del establecimiento de la Inquisición,
había profesado entre los canónigos regulares de Zaragoza un hombre llamado
Pedro de Arbués. Había nacido en la ciudad aragonesa de Expila alrededor del
año 1440, y había obtenido una brillante graduación en teología y leyes
canónicas en el Colegio Español de Bolonia. Sus virtudes y su entusiasmo le
habían inclinado a la vida religiosa, pero la fama de su celo y de su sabiduría
fue causa de que se insistiera en llamarle, hasta que le sacaron del claustro
pocos años después de haber hecho su profesión. El naciente tribunal de la
Inquisición se hallaba por entonces en manos del fraile dominico Tomás de
Torquemada, quien buscaba afanosamente un inquisidor provincial para el reino
de Aragón y no descansó hasta que Pedro de Arbués se hizo cargo del puesto, en
el año de 1484.
Durante los pocos meses en que ocupó el puesto, san
Pedro predicó y trabajó incansablemente en contra de los falsos cristianos, de
los apóstatas y de sus vicios característicos que eran el perjurio, la usura y
la inmoralidad sexual. Debido al extraordinario celo que puso en el desempeño
de su tarea, se conquistó numerosos enemigos y fueron éstos los que fraguaron
una campaña de calumnias y difamaciones contra el inquisidor y difundieron la
leyenda de su crueldad, una fábula que conocen y repiten muchos de los que
desconocen al verdadero Pedro de Arbués y que, tal vez, no hayan tenido otro
dato sobre él, más que el retrato hecho por Wilhelm von Kaulbach (pintor
alemán), en el que, el canónigo de cuarenta y cuatro años, aparece como un
viejo sádico y tirano.
A pesar de que en los tiempos de san Pedro de Arbués
la Inquisición de España se hallaba más o menos bajo el dominio del espíritu
humanitario de las autoridades eclesiásticas de Roma, no se tiene conocimiento
ni registro de que el santo haya pronunciado una sentencia de muerte o de
tortura durante el desempeño de su tarea.
Sin embargo, los judíos habían decidido deshacerse
de él. San Pedro estaba al tanto de lo que se tramaba en contra suya, pero no
quiso tomar precaución alguna, ni siquiera después de que se frustró un intento
para quitarle la vida. Durante la noche entre el 14 y 15 de septiembre de 1485,
tres hombres entraron sigilosamente a la catedral de San Salvador, en Zaragoza,
y apuñalaron al santo canónigo que oraba arrodillado. Dos días más tarde, murió
a consecuencia de las heridas y, sin tardanza, fue aclamado como un mártir en
toda España. Como tal fue canonizado en 1867.
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