Se reúnen junto a él los fariseos, así como
algunos escribas venidos de Jerusalén. Y al ver que algunos de sus discípulos
comían con manos impuras, es decir no lavadas, es que los fariseos y todos los
judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la
tradición de los antiguos, y al volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y
hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la purificación de
copas, jarros y bandejas. Por ello, los fariseos y los escribas le preguntan:
«¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados,
sino que comen con manos impuras?» Él les dijo: «Bien profetizó Isaías de
vosotros, hipócritas, según está escrito: Este pueblo me honra con los labios,
pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan
doctrinas que son preceptos de hombres. Dejando el precepto de Dios, os aferráis
a la tradición de los hombres». Llamó otra vez a la gente y les dijo: «Oídme
todos y entended. Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda
contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre.
Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas:
fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude,
libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas
perversidades salen de dentro y contaminan al hombre.
Reflexión
Los fariseos debían ser unos personajes muy poco simpáticos, según lo que sabemos de ellos por medio del Evangelio. De hecho, cada vez que intervienen en la vida de Jesús, es para hacerle algunas preguntas más o menos tontas, para ponerle trampas o recordarle la Ley del Antiguo Testamento. Fácilmente nos los imaginamos de mal genio, prepotentes, duros, hipócritas, fanáticos...
Los fariseos debían ser unos personajes muy poco simpáticos, según lo que sabemos de ellos por medio del Evangelio. De hecho, cada vez que intervienen en la vida de Jesús, es para hacerle algunas preguntas más o menos tontas, para ponerle trampas o recordarle la Ley del Antiguo Testamento. Fácilmente nos los imaginamos de mal genio, prepotentes, duros, hipócritas, fanáticos...
En el pasaje
evangélico de hoy, se escandalizan de la actitud de los discípulos que comen
con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. Los fariseos nos dan a
conocer así, indirectamente, su concepto del pecado. Según ellos, la pureza o
santidad consiste en cumplir un montón de tradiciones y costumbres.
Por eso piensan
que basta con lavarse las manos antes de comer, y cosas semejantes, para
cumplir con su religión.
En contraste a
esta mentalidad de los fariseos, tenemos que ver la actitud de Jesús. Los
cristianos de hoy, difícilmente podemos medir la fuerza de escándalo y también
de liberación de las afirmaciones de Él. Porque tanto el pagano como el judío
vivían angustiados por innumerables reglamentos y amenazas. Las cosas eran
puras o impuras, sagradas o profanas, benéficas o maléficas por razones
oscuras. Y quien violaba esas leyes, aun inconscientemente, incurría en graves
castigos.
Y Cristo, con
sus palabras y con su propio ejemplo, está derribando todas esas barreras:
Ninguna cosa, ningún ser, ningún hombre es impuro por naturaleza o por
nacimiento. Toda la pureza procede del corazón y todas las cosas son buenas, si
se utilizan para el bien. Sólo el pecado es lo que hace impuro.
Por la
encarnación de Cristo, queda abolida la distinción entre profano y sagrado,
entre puro e impuro. Jesús desacraliza todo lo que era sagrado, y sacraliza al
hombre, a todo hombre, a todo el hombre. “Vuestros cuerpos son templo del
Espíritu Santo”, nos dirá San Pablo.
Desde entonces,
lo realmente sagrado, que es Dios, se ofrece a cada uno de los hombres y
penetra en él en la medida de su consentimiento. Hay que leer, en los Hechos de
los apóstoles, el asombro de los cristianos judíos, cuando comprueban que el
Espíritu Santo había sido derramado también sobre los gentiles. Pues ellos los
oían hablar en lenguas y glorificar a Dios.
A raíz de ello,
San Pedro dijo: “¿Acaso puede alguno negar el agua del bautismo a estos que han
recibido el Espíritu Santo como nosotros?”.
Ahora, estos
recuerdos de los tiempos antiguos, ¿no tendrán también alguna enseñanza para
nosotros? ¿No hemos reconstruido muchas veces también nosotros esas barreras
que Cristo destruyó?
Por ejemplo: ¿No
compartimos la extrañeza de los judíos convertidos al ver como la santidad
florece también al margen de la Iglesia, “fuera de la cual no debería haber
salvación”? Los cristianos han creído durante mucho tiempo que tenían el
monopolio del Espíritu Santo. Pero el Espíritu de Dios “sopla donde quiere”.
Él llena todo el
universo, ilumina a todo hombre que vive en este mundo. Todos los que son de la
verdad oyen su voz. Todos los que practican la justicia han nacido de Él. Y
todo aquel que ama es hijo de Dios y conoce a Dios.
Queridos
hermanos, Dios es un Dios que se acerca y que busca a todo ser humano. Se pone
a la puerta del corazón de cada hombre y le llama, tal como indica el libro del
Apocalipsis: “Si alguien oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y
comeré con él y él conmigo”. NS
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