sábado, 3 de noviembre de 2018

¿Se puede vivir hoy el Reino de Dios?

En el mundo tecnológico e individualista de hoy, ¿es posible meter la nariz en el Reino de Dios? Parecería que era más fácil en aquel mundo de aquella Galilea que caminó Jesús.
A Jesús no le importaba lo que el pagano de su tiempo pensaba de ÉL, si le importaba saber lo que pensaban los que le seguían. Sus palabras sembraban admiración en los que lo seguían y también odios en los que no creían. ¿No ocurre lo mismo en el día de hoy?
¿No será, que igual que en aquellos tiempos, hay demasiados licenciados que solamente creen viable su saber y lo que se puede tocar o paladear?
Ya que hablamos de cantidad, bueno será recordar que fueron doce los que cambiaron la historia de la humanidad. Hoy en el mundo son casi dos mil millones los cristianos, ¿cómo es posible que no se pueda cambiar el mundo de hoy? ¿No será que hemos complicado el vivir el Reino de Dios?
En aquellos tiempos la vivencia era lo que desparramó la fe. Aquellos doce vivían lo que creían, los que veían lo que vivían, creían también y esto explicaría en donde está la diferencia. Un puñado de personas en pocos decenios fue capaz de transformar el mundo conocido.
Recordemos que los cristianos de hoy seguimos alimentándonos de la alegría de aquellos cristianos que morían cantando mientras un león se les zampaba una pierna. Hoy no hay leones como aquellos, pero sigue habiendo cristianos que mueren cantando en países del medio oriente, en África ayudando a enfrentar el Ébola. Son los leones de hoy, son diferentes, pero sigue habiendo leones.
No podemos pretender que todos tengan esta sublime entrega por lo que creen, pero para estar en el Reino de Dios hay muchos caminos. Cada uno de nosotros puede descubrir en qué nivel estás, ¿en qué peldaño de tu fe estás? Todos pueden ser testigos de lo que creen.
Si un cristiano, vive en cristiano, su luz ilumina a todos, incluso a aquellos que no conocen la gramática para hablar con Dios. Ayudando, participando, estando, es un hablarles de Dios, sin decir una sola palabra. Viviendo haciendo el bien es una manera de llenar el alma. No hay nada que pese tanto como un cuerpo con el alma vacía.
¿Qué les decía Jesús cuando les explicaba que el Reino de Dios, ya había llegado? El Reino de Dios es todo aquello que tú hagas por el otro. Por eso les decía que ya había llegado el Reino. Todos podían ser parte del Reino.
¡Cómo cambiaría el mundo si solamente una parte de los casi dos mil millones de creyentes, estuvieran dispuestos a estar en el Reino de Dios! Hay que imitar al Papa Francisco en su humildad y sencillez y volver a las fuentes del nacimiento del cristianismo: hay que meter la nariz en el Reino de Dios, hay que querer estar. ¿Cómo? Mirando a tu alrededor. No es necesario irse lejos. Tu barrio también te necesita.
Es muy buen negocio prestar atención a lo que necesita ayuda:
Las últimas investigaciones en la Universidad de Harvard están demostrando que la mejor y única manera de obtener la felicidad, es buscar la felicidad de los otros, en lugar de la propia.
Los románticos se equivocaron en casi todo. Fue un error su instinto por buscar en la soledad la inspiración de todas las cosas importantes, en lugar de buscar la innovación resultante del contacto con los otros. (Eduardo Punset autor de “Viaje al amor”).
Y sigue lo bueno de esta actitud: Para estar alegre no hay nada mejor que ayudar a otros, nos dice Javier Iriondo ex pelotero vasco que desde las cenizas de su existencia, renació a la vida. ¿Tu vida está llena de tristeza? Sigue el consejo de Iriondo.
Su actitud encaja a la perfección con aquellas palabras del Pobre de Asís: es dando que uno recibe.
Seguro que encontrarás algún dolor que aliviar, alguna situación que podrás contribuir a moderarla, un consejo que dar, un apoyo que ofrecer, una presencia que reconfortará. El Reino de Dios es tan amplio y abrazante que todos tienen cabida. Cada uno debe encontrar el cómo, con quién, cuándo y dónde. Y si quieres hacerlo más sencillo y no quieres mirar alrededor tuyo, limítate a decirle al Señor, que simplemente te atreverás a decirle “si” y el mismo Dios pondrá delante de tu nariz el donde y con quién.
Dios no manda cosas imposibles, sino que, al mandar lo que manda, te invita a hacer lo que puedas, pedir lo que quieras y te ayudará para que puedas (San Agustín).
Y cuando esto suceda y siempre sucede, piensa que si Dios te lo pone por delante, es que puedes y que donde tú no llegues, Dios siempre termina arreglándolo a su manera, que para eso es Dios.
Y no me vengas a salir con alguno de los tantos “peros” frecuentes que usan múltiples creyentes: pero yo no sirvo, pero yo nunca lo hice, pero yo no sé, pero yo no tengo tiempo, pero yo no podré. El mundo está lleno de cristianos del “pero”.
Las virtudes de cualquier persona suelen nacer de su misma esencia. Es evidente que el transcurrir del tiempo y la asimilación de experiencias sea lo que marquen aún más la manera de ser.
Es lo que podríamos llamar el acercamiento a la madurez. La construcción máxima de nuestra manera de ser, acaba siendo la evolución de la esencia a través de nuevas experiencias. Es la suma de un conocimiento interior junto a un aprendizaje exterior que se acaba interiorizándose en nosotros. Por lo tanto, parece evidente que es muy importante conocer qué es aquello del exterior que merece cobrar protagonismo en nuestra vida porque reflexionándolo acaba enriqueciendo la esencia.
Y ahí residen seguramente las decisiones más cruciales de cada uno de nosotros, porque habremos optado en incorporarlas a nuestra manera de ser.
Si uno acaba optando por la desconfianza, la maledicencia y el negativismo, uno acaba alejándose de todo el potencial de bien que hay en cada uno. En cambio si uno es capaz de convivir con sus experiencias positivas acaba convirtiéndose en un sabio (Joan Galobart).
Cuando uno se acerca a su madurez espiritual es cuando desde la esencia de cada uno está maduro para entrar y entender el Reino de Dios. La madurez es el arte de vivir en paz con lo que es imposible cambiar. Cuando envejecemos la belleza se convierte en cualidad interior. (Ralph W. Emerson). Para el profano, la tercera edad es el invierno. Para el sabio, es la estación de la cosecha, que la reparte desde la palabra y desde actitudes de vida. Es cuando la comprensión ocupa el primer lugar de su ser. No es un viejo. Podrá tener años encima de sus huesos, pero es un viejo joven.
A esta altura de la reflexión, que mi hermano en la fe y amigo Miguel me sugirió que la hiciera, quizás más de uno pensará, ¿este que escribe siempre fue así? No, Salvador no era así, no pensaba así. ¿Qué pasó entonces? Hay un refrán que dice: “No hay mal que por bien no venga”. ¡Qué sabios que son los refranes, cuánta sabiduría hay en ellos!
A la mitad de mi vida un cáncer casi me saca de este mundo. Aquellos meses, quizás un año de vida que el médico me dio, se han convertido en más de 40 años de poderlo contar.
Mentiría si dijera que viví de cerca la muerte. No, nunca la tuve cerca. Sabía que podía recibir su visita, pero nunca sentí su cercanía.
Cada mañana afeitaba mi escuálida cara y empezó a rebotar en mí rostro una frase que muchas veces había oído, pero nunca la había escuchado, nunca le había prestado atención: “busca el Reino de Dios; lo demás se te dará por añadidura”. Un día decidí que no me quería morir sin saber si la frase era cierta. Tomé mi agenda de trabajo y la partí con una línea. La parte de arriba sería lo prioritario en mi vida, es decir el Reino de Dios. La parte de abajo mi trabajo cotidiano para seguir comiendo en este mundo.
¿Y qué pasó? Pasó que las dos partes se llenaron por igual. Ni siquiera me tenía que preocupar en buscar. Solamente tenía que decir si a lo que se iba presentando. ¡La de cosas que viví! ¡Qué gran aventura es tener a Dios de socio! Eso sí, hay que atreverse. No siempre eran cómodas. No siempre era fácil ensamblarlas. ¡La de situaciones diversas que uno llega a vivir! Gracias a ellas uno siempre termina creciendo en el creer.
Creo que si actuamos haciendo el bien, podremos estar en la lista de espera si el Cielo existe. Y si no existe, habremos tenido nuestro propio Cielo aquí en la Tierra (Felipe Cubillos).
¡Atrévete a ser parte del Reino de Dios! Eso sí, recuerda que tu primer otro, es aquel que duerme contigo. SC

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