¡Qué difícil es dialogar cuando se tienen posturas irreductibles! Todos
los argumentos son nada frente a la obstinación y ceguera. Jesús discute con
los fariseos porque le dan un sentido errado a lo anunciado en la escritura.
El Mesías que ellos esperan es un rey a la manera de David guerrero,
capaz de formar un ejército para liberarse de la dominación romana,
y hacer de Israel una gran nación. Jesús les
dice que el Mesías no es sólo un
hombre descendiente de David, les recuerda que en la escritura David se refiere
al Mesías llamándole ‘mi Señor’ (en el lenguaje del pueblo
judío esto equivale a llamarle mi Dios), de esta forma el
Mesías es mucho más que un hombre descendiente de un Rey, es Dios mismo que se
encarna en la humanidad. Pero el pueblo judío con el respeto
enorme que le tienen al nombre de Dios, no se atreven ni siquiera a nombrar a
Dios, por eso no es raro que la postura de Jesús les sorprenda y entonces se
produzca el gran escándalo: Jesús con sus palabras se está autoproclamando
Señor, Dios.
Lo contemplan, conocen sus obras, escuchan sus palabras, pero para ellos
es imposible concebirlo, no pueden aceptar que Él es el Mesías. Ésta al final será la causa de su condena a muerte. También hoy tenemos
posturas encontradas y para muchos es imposible aceptar que Dios no cae del
cielo, sino que habita al ser humano, con toda la riqueza, toda la limitación y
finitud que eso conlleva. Dios da a la mujer y al hombre una dimensión superior
al resto de la creación, es entonces un Dios con nosotros y un Dios en
nosotros.
El Mesías se ha hecho cercano, como uno de nosotros, comparte nuestra
humanidad, pero nos da una dimensión de cielo, de infinito y de eternidad. No queda atrapado en la mezquindad del hombre, sino que nos eleva al
cielo partiendo de la misma tierra. ¿Nosotros aceptamos a Cristo como nuestro
Mesías y Nuestro Señor, sin recórtalo a nuestro capricho? Aceptémoslo y
descubramos la gran verdad que hoy nos proclama. ED
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