Pero la ocultación de las imágenes y el silencio mediático no pueden hacernos olvidar la realidad: cada año millones de hijos son eliminados en el seno de sus madres.
Desde luego, esos abortos surgen desde situaciones muy diferentes. Unos, porque una mujer quiso librarse de un embarazo no esperado. Otros, muchos más de los imaginados, por las amenazas de hombres sin escrúpulos que buscaron con prisa hacer desaparecer a sus hijos para evitar cualquier responsabilidad. Otros, porque la familia de ella (o la de él) la obligaron a ‘arreglar’ el problema cuanto antes. Otros, porque el médico, a veces con presiones o engaños, convenció a la mujer a optar por el aborto como ‘solución’ ante un embarazo difícil o porque el hijo era defectuoso.
Desde tantas situaciones y en muchos lugares del planeta, cada día miles de embriones son eliminados, en un silencio mediático que hiela el corazón. No podemos vivir con indiferencia ante una hecatombe de tales dimensiones. Cuando hay tantas personas que arriesgan su fama o incluso su vida con acciones más o menos espectaculares para defender a algunos animales, ¿no será posible un compromiso decidido, en un contexto de justicia y de respeto hacia los seres humanos en sus derechos fundamentales, a favor de la vida de tantos hijos no nacidos?
Con un esfuerzo mayor por parte de los defensores de la justicia será posible dar pasos concretos para salvar no sólo a unos embriones o fetos pequeños e indefensos, sino a sus madres. También ellas agradecerán un día haber encontrado, en su camino, manos amigas y consejos oportunos para seguir adelante en su vocación al amor, desde la acogida a sus hijos durante los meses de embarazo y en los primeros años de su existencia terrena. FP
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