¿Qué tal si te montas en un avión que no tiene plan de vuelo? imagínate la
escena: después de una larga espera, finalmente llega el día del viaje. Tienes
meses esperando ese día, por mucho tiempo lo planificaste, vas a un sitio con
el que sueñas desde pequeño, echaste mano de los ahorros y compraste un pasaje
directo a ese lugar especial (a ver un familiar, visitar a un grupo de amigos, conocer
una ciudad especial…) cuando ya estás en el avión, cinturones abrochados, todo
listo para despegar, se escucha en la bocina la voz del capitán “señores
pasajeros, bienvenidos a bordo, el día de hoy no tenemos plan de vuelo, no
sabemos a qué altura vamos a volar, tampoco sabemos qué tal está el clima allá
arriba, y la verdad es que no tenemos muy claro si nos están esperando en
nuestro destino, mejor dicho, no tenemos ni idea de cuál es nuestro destino
claramente, pero no se preocupen, vamos a pasarla bien, hay vino y whiskey de
sobra, relájense, todo va a estar bien…”
A veces en la vida espiritual te puede pasar lo
mismo, aunque tienes un destino claramente definido: el cielo, la felicidad
eterna, encontrarte con Dios; el plan de vuelo no ha sido previamente definido,
y nos pasa lo mismo que al piloto que arruinó nuestro viaje… solo nos preocupamos por ‘pasarlo bien’ y a veces sin querer nos
alejamos del destino final al que queremos llegar al final de nuestra vida.
Es imposible conseguir una meta real sin un plan
previamente establecido. En el mundo empresarial, por
ejemplo, las grandes empresas siguen un plan establecido por la directiva,
cuánto vamos a invertir, qué tipo de operaciones llevaremos a cabo, cuanto
gastaremos en publicidad, dónde concentraremos nuestros esfuerzos… Y cuando los
empleados se salen del plan, difícilmente se alcanzan las metas planteadas.
Nos pasa a nosotros mismos, siempre queremos un
plan, el plan del fin de semana, el plan de estudio, el plan de trabajo, el
plan de negocios, el plan de ejercicio, el plan de las vacaciones, el plan
familiar, el plan profesional. Tratamos de seguirlos y no nos sentimos
esclavizados, al contrario, sabemos que para alcanzar el éxito en el corto,
mediano y largo plazo debemos tener y seguir el plan.
Te pongo un ejemplo personal. Aunque siempre me ha
gustado correr, empecé a participar en carreras oficiales a partir del 2015 y
aunque lograba terminar sin parar en ningún punto del trayecto, mi desempeño no
era el que esperaba. Mi hermana y yo nos animamos a participar en la media
maratón más famosa del país y me dije a mi mismo, “ok, esta sí que me la voy a
tomar en serio”. Bajé de una reconocida página de internet
(www.soymaratonista.com) un plan especial para correr la media maratón. El plan
duró 13 semanas y cada día tenía su rutina, seguí el plan al pie de la letra y
el resultado fue inmejorable, nunca había alcanzado tan buen tiempo corriendo.
Una meta concreta
En nuestra vida espiritual, también tenemos que tener un plan. Aunque todos
estamos de acuerdo en que la gran meta es el cielo, creo que podemos aterrizar
mejor la meta y hacerla más cercana.
¿Qué tal si te planteo que la meta
de tu plan de vida espiritual sea tener una amistad con Dios? Una amistad
tan natural como la que tienes con tu mejor amigo o amiga, se llaman y se
cuentan las cosas casi sin proponérselo, hemos de buscar que Dios entre en
nuestro día a día.
Los ingredientes del plan
Entonces, si mi meta es tener una amistad con Dios, ¿qué ingredientes debe
tener tu plan de vida espiritual? Puedes empezar por preguntarle directamente a
Jesús, ¿qué tengo que hacer para que tú y yo seamos más amigos? Déjame que te
de una pista, empecemos por lo básico, ¿hace cuánto que no frecuentas los
sacramentos (confesión y comunión)? Los sacramentos no son otra cosa que unos
medios para crecer en amistad con Dios.
¿Hace cuánto que no tienes un rato de conversación exclusiva con Dios? La
amistad humana, también la sobrenatural, solo puede crecer con el roce
personal, con la conversación, a la amistad hay que dedicarle tiempo,
conversaciones, en la amistad compartimos risas, éxitos, fracasos, miedos…
Empecemos entonces dedicándole unos minutos a una
conversación a solas con Dios, cuéntale que tu destino es tener una verdadera
amistad con Él, pregúntale qué cosas debes hacer en tu día a día, una y otra
vez, para acercarte más a ese destino.
Después de esa conversación, escribe tu plan
en un papel, comienza a ponerlo en práctica, verás como Jesús poco a poco se
convertirá en tu mejor Amigo. AA
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