Texto del Evangelio (Lc 9,28-36): En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, Juan
y Santiago, y subió al monte a orar. Y sucedió que, mientras oraba, el aspecto
de su rostro se mudó, y sus vestidos eran de una blancura fulgurante, y he aquí
que conversaban con Él dos hombres, que eran Moisés y Elías; los cuales
aparecían en gloria, y hablaban de su partida, que iba a cumplir en Jerusalén.
Pedro y sus
compañeros estaban cargados de sueño, pero permanecían despiertos, y vieron su
gloria y a los dos hombres que estaban con Él. Y sucedió que, al separarse
ellos de Él, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos a
hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías», sin saber
lo que decía. Estaba diciendo estas cosas cuando se formó una nube y los cubrió
con su sombra; y al entrar en la nube, se llenaron de temor. Y vino una voz
desde la nube, que decía: «Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle». Y cuando
la voz hubo sonado, se encontró Jesús solo. Ellos callaron y, por aquellos
días, no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.
«Maestro, bueno es
estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas (…)»
Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i
Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
Hoy, meditando la
Transfiguración, intuimos la situación del hombre en el Cielo. Lo que más nos
interesa es contemplar la espontánea reacción de los ‘interlocutores
terrenales’ de esa escena. Una vez más, es Simón Pedro quien toma la palabra:
«Maestro, bueno es estarnos aquí» (Lc
9,33). Es maravilloso comprobar que, sólo con ver el Cuerpo de Cristo en
estado glorioso, Pedro se siente plenamente feliz: no echa en falta nada más.
«Vamos a hacer tres tiendas,
una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». La reacción de Pedro muestra
el dinamismo más auténtico del amor: él ya no piensa en su propia comodidad; él
quiere retener aquella situación de profunda felicidad, procurando el bien de
los otros (en este caso, interpretado de una manera muy humana: ¡unas
tiendas!). Es la manifestación más clara del verdadero amor: soy feliz porque
te hago feliz; soy feliz entregándome a tu felicidad.
Además, es muy revelador el
hecho de que Simón reconozca intuitivamente a Moisés y Elías. Pedro,
lógicamente, tenía noticia de ellos, pero nunca los había visto (¡habían vivido
siglos antes!) y, en cambio, los reconoce inmediatamente (como si los hubiese
conocido desde siempre). He ahí una muestra del elevado grado de conocimiento
del hombre en el Cielo: al contemplar a Dios ‘cara a cara’, experimentará una
inimaginable ampliación de su saber (una participación mucho más profunda en la
Verdad). En fin, «la ‘divinización’ en el otro mundo aportará al espíritu
humano una tal ‘gama de experiencias’ de la verdad y del amor, que el hombre
nunca habría podido alcanzar en la vida terrena» (San Juan Pablo II).
Finalmente, Simón, sólo con ver
a Moisés y a Elías, no solamente los conoce al instante, sino que también los
ama inmediatamente (piensa en hacer una tienda para cada uno de ellos). San
Pedro, Papa (el primero de la Iglesia), pero pescador, expresa este amor de una
manera sencilla; santa Teresa, monja, pero Doctora (de la Iglesia) expresó la
lógica del amor de manera profunda: «El contento de contentar al otro excede a
mi contento»
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