Nelson Mandela es un personaje histórico conocido por su
labor política y que ha ocupado en su país cargos políticos tan importantes,
como el de Jefe de Estado. Sin embargo, si nos preguntamos a qué ideología o a
qué partido pertenecía, comprobaremos, algo desconcertados, que sus perfiles
ideológicos no están nada claros. ¿Era Mandela de derechas o de izquierdas, en
el sentido que los europeos damos a estas expresiones? Ante la dificultad que
tenemos para contestar a esta pregunta, comprobamos que el personaje, en la
conciencia colectiva, se sitúa más bien en un nivel que llamaríamos
‘pre-político’ o moral.
Mandela es un hombre que se enfrenta un gigantesco y complejo
problema social e histórico: el racismo colonial cristalizado,
institucionalizado en un sistema político, el ‘apartheid’. Evidentemente, se
trata de un conflicto político que hay que abordar y resolver de forma
política, con reformas y cambios legislativos. Sin embargo, él tiene la
intuición genial, la evidencia de que en el fondo se trata de una cuestión
moral, en la que están en juego los conceptos de igualdad y dignidad humanas, y
que sólo desde un punto de vista moral puede resolverse.
Este descubrimiento, esta actitud supone, por lo pronto, la
aceptación del ‘otro’; el otro que puede ser mi enemigo y en el que tengo que
considerar aspectos positivos y negativos; y sobre todo, con el que tengo que
convivir en un espacio común. El reconocimiento del otro no es una conducta
neutra, pasiva (la simple tolerancia), sino que supone una actitud de
generosidad, de desprendimiento, incluso de inevitable y dolorosa renuncia a
los propios intereses, a los propios impulsos naturales. Esta renuncia es
propia de aquellos que, como Mandela, han tenido la ascesis de una larga
experiencia de sufrimiento y se han labrado esa sabiduría que sólo proporciona
el dolor.
He dicho antes que esta actitud de Mandela es ‘pre-política’,
en el sentido en que se sitúa en el fundamento, en la raíz de lo político y le
da sentido. También, desde otro punto de vista, puede decirse que es un actitud
‘trascendente’, que va más allá de la relación de dominio del juego de poder
que supone la política y se coloca en un punto fundamental: el concepto de
dignidad humana, del que deriva el concepto de igualdad, largamente configurado
por el humanismo clásico y definido, de forma definitiva, por el Cristianismo.
Laico o religioso, con un sentido sobrenatural o mundano, la
vida de Mandela ha sido un continuado y permanente acto de fe. TS
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