miércoles, 7 de marzo de 2018

El problema al centro de las leyes abortistas

Los numerosos debates sobre el aborto no pueden dejar de lado la pregunta más importante: ¿qué valor tiene la vida del hijo en el seno materno?
Porque si ese hijo no tiene un valor durante los meses del embarazo, desde que inicia a existir hasta el momento del parto, entonces el aborto contaría a su favor con un argumento formidable.
Pero si ese hijo vale por sí mismo, lo amen o no lo amen quienes tienen alguna relación con él (empezando por su misma madre, y sin olvidar al padre), entonces el aborto supone siempre un ataque directo a su dignidad.
Por eso, todas las discusiones sobre el aborto no pueden dejar de lado este punto central: ¿tiene o no tiene dignidad un embrión humano, un feto mientras se encuentra en el seno materno?
La respuesta determinará el resto del debate. Porque si el embrión es digno en cuanto hijo, en cuanto ser humano, nunca podrá ser visto como derecho el acto destructivo que termina con su existencia.
Alguno preguntará: ¿y cómo llegar a saber si es o no es digno? Ya desde hace mucho tiempo se pensó un argumento convincente, que podemos reelaborar de la siguiente manera: si todo ser humano es sujeto de derechos simplemente en cuanto ser humano, y si uno empieza a existir como ser humano desde la concepción, entonces todo embrión y feto es sujeto de derechos durante su vida intrauterina.
Negarlo significaría llegar a la situación anómala, en la cual un ser vivo (no podemos negar que el embrión es un ser vivo) carecería de derechos en una etapa de su desarrollo, y luego empezaría a adquirirlos con el paso del tiempo, mientras crece y es aceptado por otros individuos. Admitir este tipo de razonamientos lleva a la gran paradoja de hacer depender los derechos a circunstancias (como el paso del tiempo, el tamaño, las opiniones ajenas), cuando en realidad los derechos son propios de un individuo siempre.
El problema al centro de las leyes abortistas radica precisamente en negar el derecho a la vida de los hijos mientras son más pequeños y tienen menos semanas de vida, y en admitir tal derecho a partir de un plazo de tiempo que varía según los distintos países. Y varía precisamente porque toda ley del aborto que suponga “plazos” (hasta tal semana uno puede ser eliminado, después ya no) se construye sobre presupuestos arbitrarios y cambiantes.
El mundo moderno necesita abrir los ojos ante este tema y dar un paso valiente que lleve al reconocimiento y tutela de los derechos de los más pequeños entre los seres humanos: los hijos durante los meses del embarazo, sin olvidar la situación dramática de miles y miles de hijos que empiezan a existir, de un modo anómalo y lleno de insidias, en los numerosos centros que practican la fecundación en vitro. FP

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