En qué
consiste el don de la sabiduría
Con los
diversos dones, el Espíritu Santo vivifica nuestra oración. Nos lleva a
descubrir la presencia de Dios en la creación, a amarle filialmente, a
reverenciar su santidad, a penetrar las verdades de la fe, a perseverar en las
dificultades y atinar en las aplicaciones. El mayor de sus dones es la
sabiduría, que es la gracia de poder ver cada cosa con los ojos de Dios. Es luz
que se recibe de lo alto, una participación especial en ese conocimiento
misterioso y sumo, que es propio de Dios. El don de la sabiduría perfecciona la
virtud teologal de la caridad, produciendo un conocimiento nuevo, impregnado
por el amor.
Ya en el
orden natural, el amor agudiza la capacidad de penetrar el interior de otro. El
conocimiento mutuo entre dos esposos que se aman, entre unos amigos cercanos, o
el conocimiento de una mamá para con sus hijos, goza de una intuición muy allá
de los factores intelectuales: el corazón vive lo que la razón no sabe. Ahora
bien, en el orden sobrenatural “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado” (Rom 5, 5). Cuando el Espíritu Santo nos comunica el don de la
sabiduría, especialmente en los momentos de oración, nos lleva a mirar y
saborear a Dios y la creación a través del amor divino.
Ejemplos
de sabiduría
Conocemos
grandes ejemplos de este don. Pablo VI decía de Santa Catalina de Siena, mujer
analfabeta quien vivió apenas 33 años: “Lo que más impresiona en esta santa es
la sabiduría infusa, es decir, la lúcida, profunda y arrebatadora asimilación
de las verdades divinas y de los misterios de la fe, debida a un carisma de
sabiduría del Espíritu Santo” (4 de octubre de 1970). Y Juan Pablo II,
declarando doctora de la Iglesia a Santa Teresa del Niño Jesús, recalcó que el
centro de su doctrina es “la ciencia del amor divino. Se la puede considerar un
carisma particular de sabiduría evangélica que Teresa, como otros santos y
maestros de la fe, recibió en la oración (cf. Ms C 36 r)” (19 de octubre de
1997).
Son casos
excepcionales, y sin embargo, todos podemos aspirar a que este don enriquezca
nuestra oración. Hay, sí, una condición previa, la humildad de corazón, pues
Dios se resiste a los soberbios. “La ciencia del amor divino, que el Padre de
las misericordias derrama por Jesucristo en el Espíritu Santo, es un don,
concedido a los pequeños y a los humildes, para que conozcan y proclamen los
secretos del Reino, ocultos a los sabios e inteligentes (cf. Mt 11, 25-26)”.
Podemos
además disponernos y colaborar al don orientando nuestra oración hacia el amor.
Cualquiera que sea la materia de nuestra oración – un texto de la Sagrada
Escritura, una lectura, una escena evangélica, un icono... – hay que pasar
desde la consideración del intelecto, también necesaria, a verla con amor, más
aún, desde el amor de Dios. Dios es amor, y no poseemos una verdad plenamente
mientras no es amada.
María y
el don de sabiduría
La
Santísima Virgen María, Trono de la Sabiduría, es también aquí madre y maestra.
El Magníficat es la primera oración del Nuevo Testamento. Nos enseña como el
don de la sabiduría configura la oración cristiana. María daba vueltas a los
acontecimientos y revelaciones “en su corazón”, es decir desde el amor. “No
mira sólo lo que Dios ha obrado en ella, convirtiéndola en Madre del Señor,
sino también lo que ha realizado y realiza continuamente en la historia” (cfr.
Benedicto XVI, 14 de marzo de 2012). Es la visión de la sabiduría, que ve todo
desde Dios. En su cántico, prorrumpe en una oración de alabanza y de alegría,
de celebración de la gracia divina. Pidamos su intercesión: “María, Madre de la
oración cristiana, ruega por nosotros”. Y pidamos el don de la sabiduría para
nuestra oración: “Ven, Espíritu de amor”. DC
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