El evangelio de los viñadores homicidas es punzante. Los flojos le caen
mal a Dios; los zánganos que chupan y no producen son execrables. El árbol que
no da fruto termina en el fuego convertido en leña.
¡Tú tienes que dar fruto! Te matas a ti mismo cuando, día a día, un
omnipotente egoísmo prevalece como rey de tu vida. ¡Cuántos de los que escuchan
son pámpanos y nada de uva! Prepárense para el hacha, y luego para el fuego. Lástima de vidas jóvenes que a sí mismas se condenan a la hoguera.
Tarde, demasiado tarde, lamentarán el haber convertido la primavera de la vida
en gélido invierno.
No todos son así. Felicito a los que no se resignan a ser del montón,
basura junto al camino; felicito a los que luchan por ser diferentes, los que
van aferrados a un alto ideal. Hay muchos aquí, y no serán cortados, porque
están destinados a producir abundante fruto. Les podará el buen jardinero para
que produzcan más.
Ojalá que todos quisieran ser así, a través, quizás, de una inyección de
vigor, de entusiasmo por vivir en plenitud. Cristo quiere injertar en tus estériles ramas nueva savia de vida;
déjate cortar las ramas estériles; déjate podar para dar fruto. MdeB
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