Sacerdote y
Mártir, 03 de Agosto
Martirologio Romano: En San Justo, Oviedo, España, Beato Andrés Avelino Gutiérrez Morales
de la Congregación de la Misión; asesinado por odio a la fe (1936)
Fecha de beatificación: 13 de octubre de 2013, durante el
pontificado de S.S. Francisco.
Salazar de Amaya es una aldea burgalesa asentada a
la sombra de la Peña Amaya, testigo del nacimiento de Castilla, era 894. En
ella nació el P. Gutiérrez el 11 de noviembre de 1886. Sus padres se llamaron
Juan y Vicenta.
De temperamento muy en consonancia con el paisaje
bravío que le vio nacer, desde chico fue de famosos hechos, y no santos. Para
muestra, todo un señor botón.
Cuando él tenía diez años, cierta mujer del pueblo sorprendió
a Andrés Avelino y a otro guaja haciendo una travesura gorda y los reprendió
severamente y aun dizque les insultó más de la cuenta. Con buena gentecilla se
metió la pobre. La molieron a golpes; tanto, que, creyéndola muerta, la tiraron
a un arroyo, y gracias a que en el hilillo de agua que por él corría halló la
infeliz su resurrección.
Pero el cachorrillo se dejaba domar y aun gobernar
por la mansedumbre de una corderilla, su hermana, algo mayor de edad. A ella
debió —es confesión propia— que su Primera Comunión fuera ejemplarísima; a
ella, el haberse aprendido, como nadie, el Catecismo; a ella, la vocación
religiosa.
Porque, sí, señor; con asombro inaudito de todos
los vecinos de Salazar, un día corrió por el pueblo este clamor: “¡Andrés se
ha ido fraile!”
Y para fraile se metió a estudiar en la Escuela
Apostólica de Tardajos.
A punto estuvo de darles la razón a sus paisanos,
que decían: “¡Ese, fraile! No tardará en volver ¡Es imposible que persevere
tan buena pieza!” Y el caso fue que “le picó la mosca”, sin que le
aprovecharan, ni poco ni mucho, los consejos sabios de los respetables y
reverendos Padres, sus profesores; mas Dios, que cuando quiere aprovecha
incluso con el veneno, se sirvió de un apostoliquillo para reducir al rebelde,
cuando mismo, maleta en mano, se disponía a abandonar el Colegio.
Terminados felizmente sus estudios de humanidades,
ingresó en el noviciado de la Congregación de la Misión, el año 1903.
Pronunciados a su debido tiempo los santos votos, estudiada la Filosofía en
Hortaleza y la Teología en Madrid, aun sin recibir las sagradas Órdenes, fue
destinado como profesor al Colegio de Limpias. Sobre su conducta durante el estudiantado
nada de especial es de advertir, si no son algunos borbotones de su carácter
violento, sobre los que hay que echar mi velo de indulgencia. Nada tiene de
extraño, que la fierecilla se revolviera y mordiera las cadenas con que su fuerza
de voluntad la aprisionaba. Y no disimulamos —nótese bien—en nuestros
biografiados sus defectos, precisamente para destacar más el efecto de la
gracia divina, que sale boyante entre el mar furioso de pasiones que en el
hombre o la mujer nacen como las espinas en la tierra.
Al año de su estancia en Limpias se ordenó. Su
actuación como profesor fue brillantísima y eficacísima. Su sola mirada llamaba
al orden a los colegiales. Alguien dijo entonces que tres como el P. Gutiérrez
bastaban para regir mi ejército de colegiales.
Desde 1917 a 1930 estuvo de residencia en Tardajos,
con destino a las Misiones en la provincia de Burgos, en los últimos años como
Director. Para la predicación misionera se disponía concienzudamente: nunca se
repetía, afirma un testigo. Su talento, extraordinario, y su erudición,
abundante, exquisita, no le dispensaba, en su recto juicio, del estudio
constante. No manojo, sino maraña de nervios, era exageradísimo en los gestos,
aunque con los años se fue moderando. Sudaba entre témpanos de nieve y gritaba
con desafuero: en una Novena-Misión que predicó en, el Santuario de los
Milagros, decía la gente: “Pensa, pensa, que con berrar está todo feito”. Decía
mal su bravura con la melosidad gallega. Él era trompeta y aun trombón que
sonaba demasiado fuerte en la terriña de las gaitas. En Burgos se le llamaba
“El Padre Tareas”.
Desde 1930 a 1933 estuvo destinado en la ciudad de
Orense, dedicado al servicio de la iglesia encargada a la Comunidad; pero más
a la predicación de los Preceptos y otros sermones sueltos en los pueblos de la
provincia.
Mediando el año 1933 fue trasladado a Gijón. Aquí
le esperaba la Providencia divina —serutans corda et renes Deus para
otorgarle el singular privilegio del martirio. ¿Cómo fue? Terrible. Apuntemos
los datos conocidos. Uno de sus asesinos fue detenido en Valencia, a poco de
terminada la guerra, y se le obligó a recomponer la escena.
El motivo ocasional de su detención lo refiere así
el Padre Lozano: “… El P. Gutiérrez fue
un día llamado por teléfono. ¿Fue una penitenta? Así le dijeron, y él se lo
creyó cumplidamente. Quienquiera que fuese, comenzó por preguntarle si estaba
en el puerto el crucero Cervera. El barco en cuestión era entonces el terror
de Gijón. Sin darse cuenta de ello y de que los teléfonos todos estaban
intervenidos, el Sr. Gutiérrez contestó al interlocutor dando toda suerte de
detalles sobre la presencia del barco y algunas de sus características
técnicas. Media hora después, los ridículos milicianos, que tantos días les
habían visitado, se presentaban en casa preguntando por él y se lo llevaban
para no volver. Por la noche, ya se comentaba que había estado en complicidad
con el Cervera.”
3 de agosto. Invención del cuerpo del Protomártir San
Esteban. Esta es la fecha.
Y el monte de San Justo, a poca distancia
relativamente de Villaviciosa, trasunto del Calvario. A su falda se paró el coche
fatal. Largo había sido el paseo.
Las fieras, al ver en su cubil a la víctima, ¡cómo
gozan! ¡Y se regodean! Despiértanse instintos de trogloditas. Hay detalles
canibalescos.
Con gran rapidez se apearon los milicianos, la
gavilla de esbirros, y a empujones le hicieron bajar al P. Gutiérrez.
La subida al monte, penosa y triste, pero piadosa.
“Iba hablando solo”, decía el asesino Fraisón. Por lo visto, rezaba. Llegaron
más arriba de “La Venta de la Rana”. Y el león hecho cordero, camino de su
inmolación, tenía presente la imagen del Inmaculado. ¡Tantos años aprendiendo
la lección de mansedumbre que Él tanto ponderó poniéndose como Maestro de
teoría y práctica! Su geniazo, reprimido muchas veces, mas nunca debilitado,
que con tanta frecuencia había servido de ejercicio de paciencia a los
hermanos, se había embotado al fin. Genio y figura, dicen, hasta la sepultura.
Se equivocó el refrán por esta vez. En aquellos meses en que se veía a las
bestias revolucionarias tejer con febril empeño los últimos plintos de la
urdimbre maldita, el P. Gutiérrez dio un cambiazo. Su pasión dominante cayó
hecha una piltrafa. Había logrado, en fiera lid, total victoria.
Por eso, ante el Comité de El Llano guardó silencio
y no desmenuzó entre sus uñas al desgraciado presidente, Campanal, que Dios
haya perdonado.
Por eso, no rechinaron ya sus dientes cuando le
insultaban, o le cacheaban desvergonzados, o le maltrataban.
Por eso, cuando ellos blasfemaban, él rezaba. Y por
lo bajo, sin afán de reto, sin alarde corajudo.
Por eso, tranquilamente, santamente,
cristianamente, subía y subía por la senda que él trabajosamente abría entre la
maleza del monte de San Justo.
Antes que él se cansó el tropel de bárbaros.Y sonó
la descarga cerrada. Era la rabia del infierno convertida en pólvora. Resonaron
los tiros en los cercanos “casines”. ¡Ay! De ninguno de ellos surgió una
Verónica. Pero han guardado una frase de incalificable fiereza: —”No hay tiro
de gracia; que sufra y se…” Era un lunes, por la mañana. El sadismo de aquellos
tigres se satisfizo largo rato, viéndole padecer, entre cuchufletas, sarcasmos
y burlas. Al fin, se fueron los criminales. Y las horas de espantosa agonía
continuaron. A voces pedía auxilio. Sus alaridos repercutían a lo lejos; mas
sólo las montañas los recibían compasivas. Los humanos de los contornos, que
los oían, eran menos impresionables que las piedras. Dizque temían a los rojos
emboscados. Pero, no; que para robarle el reloj ya tuvieron ánimo. ¿No sería
consigna infernal no rematarle para que se desesperase? Mas el Ángel
Consolador estaría a su lado, como hizo en el Huerto de Getsemaní, cuando el
Divino Agonizante quiso con el sudor de su sangre regar la tierra. De las ramas
de los arbustos entre los cuales cayó el P. Gutiérrez cuelgan rubíes, que son
las gotas de su sangre, y con ellas empurpura también el suelo. ¡Trágica
estampa la que ofrecía el pobre malherido: incorporándose y volviendo a caer,
siendo inútiles todos sus esfuerzos por levantarse y echar a andar! Todavía,
al cabo de tres años, se notaba el hoyo que su pie hiciera, al servir en vano
de palanca para la erección. Expiró.
De Villaviciosa vino el carro de recoger las
basuras de la calle, para transportar el cadáver.
Abochorna el decirlo, pero es menester; que se
entienda de qué indignidades somos capaces los civilizados, si Dios nos deja de
su mano. Y es que el carretero, al conducirlo, pegaba palos al cadáver,
diciendo “¡Me c… en tu alma!”…
El lugar del espantoso crimen y del triunfo
admirable está hoy acotado: una reja lo circunda y en su centro se levanta
airosa la Cruz redentora.
En el Cementerio Ceares, de Gijón, descansan los
restos gloriosos del invicto Mártir. Fueron a él trasladados al terminar la
guerra en Asturias. En el Cielo está su alma. Porque sufrió la prueba, ha recibido
la corona de la vida, prometida por Dios a los que le aman.
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