Infinidad de estudios han demostrado que el
sobrepeso y la obesidad se asocian a un mayor riesgo de desarrollo de
enfermedades muy graves y potencialmente letales, caso de la diabetes, del
cáncer y, sobre todo, de las patologías cardiovasculares, primera causa de
mortalidad global con hasta 17,7 millones de decesos solo en 2015. Y es que es
bien sabido que el exceso de peso se asocia a un endurecimiento y
estrechamiento de los vasos sanguíneos. O lo que es lo mismo, a la aparición de
la aterosclerosis. Sin embargo, es posible que esta aterosclerosis sea un
efecto ‘tardío’ de la obesidad.
De hecho, y según muestra un estudio dirigido por
investigadores de la Facultad de Medicina de la Universidad de Bristol (Reino
Unido), los corazones de los adultos jóvenes con un índice de masa corporal
(IMC) elevado sufren unos cambios estructurales tan nocivos como irreversibles
mucho antes de que sus vasos sanguíneos se vean irremisiblemente dañados.
La Dra. Kaitlin H. Wade, directora de esta
investigación publicada en la revista Circulation, explica que «de
manera tradicional se ha considerado que el engrosamiento de las paredes de los
vasos sanguíneos constituye el primer signo de la aterosclerosis, enfermedad
causada por la deposición de placas de lípidos en las arterias y asociada a las
enfermedades del corazón. Sin embargo, nuestros resultados sugieren que la
obesidad provoca cambios en la estructura del corazón de los jóvenes que pueden
preceder a estos cambios en los vasos sanguíneos».
Ya en
la adolescencia
La aterosclerosis es una enfermedad causada por la
deposición e infiltración de lípidos en las paredes de los vasos sanguíneos. El
resultado es un ‘endurecimiento’ de las paredes de los vasos y la formación de
unas placas –las consabidas ‘placas de ateroma’– que, además de dificultar un
flujo adecuado de la sangre, pueden romperse y provocar un trombo –y, por ende,
un infarto agudo de miocardio o un ictus–.
De ahí la importancia de evitar el exceso de grasas
–o lo que es lo mismo, de lípidos, caso sobre todo del colesterol– en la dieta.
Ya desde la infancia, si bien los síntomas de la aterosclerosis no suelen
manifestarse hasta la mediana edad. Entonces, ¿cuándo puede considerarse que el
sistema cardiovascular se encuentra dañado? Y en este contexto, ¿el IMC tiene
algo que ver?
Para responder a esta pregunta, los autores han
desarrollado el primer estudio para evaluar si los IMC elevados provocan un
impacto negativo sobre el sistema cardiovascular ya en la adolescencia y los
primeros años de la etapa adulta. Y para ello, analizaron los datos registrados
de millares de jóvenes británicos de 17 y 21 años y completamente –o
‘aparentemente’– sanos.
Como refieren los autores, «los estudios
observacionales pueden sugerir la existencia de una asociación entre los factores
de riesgo y las enfermedades cardiovasculares, pero no pueden probar que exista
una relación de tipo ‘causa y efecto’. En nuestro trabajo hemos ‘triangulado’
los hallazgos alcanzados en tres tipos diferentes de análisis genéticos para
descubrir cómo el IMC causa diferencias específicas en los parámetros
cardiovasculares».
Los resultados mostraron que los IMC elevados
provocan un incremento de las cifras de presión arterial, tanto de la sistólica
–PAS, que indica la presión sanguínea durante la contracción del corazón–, como
de la diastólica –PAD, en la que se registra la presión cuando el corazón se
encuentra en reposo.
Es más; los IMC elevados, o lo que es lo mismo, el
sobrepeso y la obesidad, provocan un aumento –o ‘hipertrofia’– del ventrículo
izquierdo, la principal cámara de bombeo del corazón.
En definitiva, tener un IMC elevado en la juventud
aumenta la presión arterial y provoca daños en la estructura del corazón,
sentando así las ‘bases’ para la aparición de una enfermedad cardiovascular en
etapas más avanzadas de la vida.
«Nuestros resultados apoyan las intervenciones para
reducir el IMC hasta niveles normales y saludables ya en la juventud para, así,
prevenir la futura aparición de enfermedades coronarias», concluye la Dra.
Kaitlin Wade. BP
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