“Prevenir es mejor que curar” es una frase que goza
de gran popularidad. Es que en el ámbito de la salud, la prevención es la mejor
medida para luchar contra las enfermedades. De hecho, para muchas que todavía
no tienen tratamiento específico representa la única opción.
Las vacunas son sinónimo de prevención. Al
protegernos de muchas de las enfermedades infecciosas que circulan, no sólo
previenen millones de muertes todos los años, sino que también evitan
complicaciones y discapacidades.
Después del agua potable, las vacunas son la intervención
que más ha disminuido la mortalidad en el mundo. Erradicaron del planeta una
enfermedad terrible como la viruela y disminuyeron drásticamente el impacto de
la poliomielitis, el sarampión, la tos convulsa, la meningitis, el tétanos, la
difteria y muchas más. Para lograr esto, no alcanza sólo con que existan
las vacunas, es necesario que todos aquellos que tienen que recibirlas,
efectivamente lo hagan. Porque cuando nos vacunamos, estamos haciendo mucho más
que protegernos a nosotros mismos: también estamos protegiendo a otros.
Las personas vacunadas, al bloquear la diseminación
de la enfermedad en su comunidad, además de cuidarse están indirectamente
cuidando a aquellas personas no vacunadas. Crean un escudo protector que evita
que otros entren en contacto con la enfermedad. Este efecto indirecto de
protección de las personas no vacunadas en una comunidad por el sólo hecho de
estar rodeadas de personas vacunadas se llama inmunidad colectiva.
Muchas personas a nuestro alrededor dependen casi
exclusivamente de esta inmunidad colectiva para protegerse de las enfermedades,
ya sea porque no pueden recibir vacunas (son todavía muy chicos para recibir
sus primeras dosis, tienen alguna determinada alergia, están recibiendo algún
tratamiento que le baja las defensas, entre otras), porque no acceden a las
mismas, o porque aun habiéndola recibido la vacuna no generó las defensas
esperadas en ella.
Para generar el escudo de inmunidad colectiva, se
necesita que un gran porcentaje de la comunidad esté vacunado. Este porcentaje
depende de muchísimos factores y varía para cada vacuna, pero todas tienen algo
en común y es que si la proporción de gente vacunada en la comunidad está por
debajo de este número mínimo el germen encuentra grietas en el escudo para enfermar
a las personas susceptibles. Así, se empieza a diseminar y puede generar un
brote.
Hay enfermedades que, gracias a la vacunación, ya
no circulan en algunos países pero aún existen en otros. Vivimos en un mundo
globalizado, estamos a un avión de distancia de otro continente y los virus y
bacterias viajan con nosotros sin reconocer fronteras ni nacionalidades. Por
eso es tan importante no sólo estar adecuadamente vacunados al viajar, sino
también asegurarnos que los niveles de cobertura de vacunación sean altos en
nuestra comunidad para frenar cualquier enfermedad que quiera volver a entrar.
Las vacunas han sido tan exitosas en su tarea y hoy
son víctimas de su propio éxito, dicen los expertos. Al disminuir la
mortalidad, la gravedad e incluso la circulación de muchas enfermedades
devastadoras (como la polio, el sarampión o la meningitis en muchos países en
el mundo), éstas son desconocidas para las generaciones más jóvenes que no han
visto su virulencia y por ende no las perciben como un riesgo real. Pero,
lamentablemente, muchas de esas enfermedades siguen circulando en otros lugares
del planeta y con solo bajar la guardia podrían volver a colarse entre
nosotros.
Vacunarse es un derecho pero también una
responsabilidad. Las vacunas salvan vidas y protegen comunidades enteras.
Cuando te vacunas, no solo te estás protegiendo a vos, estás cuidando a todos. BP
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