Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía
para sí: «Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le
está tocando, pues es una pecadora». Jesús le respondió: «Simón, tengo algo que
decirte». Él dijo: «Di, maestro». «Un acreedor tenía dos deudores: uno debía
quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a
los dos. ¿Quién de ellos le amará más?». Respondió Simón: «Supongo que aquel a
quien perdonó más». Él le dijo: «Has juzgado bien», y volviéndose hacia la
mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua
para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha
secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado
de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies
con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque
ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra».
Y le dijo a ella: «Tus pecados quedan perdonados».
Los comensales empezaron a decirse para sí: «¿Quién es éste que hasta perdona
los pecados?». Pero Él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado. Vete en paz».
«A los pies de Jesús, comenzó a
llorar»
Comentario: Mons. José Ignacio ALEMANY Grau Obispo
Emérito de Chachapoyas, Perú
Hoy, Simón fariseo,
invita a comer a Jesús para llamar la atención de la gente. Era un acto de
vanidad, pero el trato que dio a Jesús al recibirlo, no correspondió ni
siquiera a lo más elemental.
Mientras cenan, una
pecadora pública hace un gran acto de humildad: «Poniéndose detrás, a los pies
de Jesús, comenzó a llorar y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los
cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el
perfume» (Lc 7,38).
El fariseo, en cambio,
al recibir a Jesús no le dio el beso del saludo, agua para sus pies, toalla
para secarlos, ni le ungió la cabeza con aceite. Además el fariseo piensa mal:
«Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando,
pues es una pecadora» (Lc 7,39). ¡De hecho, el que no sabía con quién trataba
era el fariseo!
El Papa Francisco ha
insistido mucho en la importancia de acercarse a los enfermos y así “tocar la
carne de Cristo”. Al canonizar a santa Guadalupe García, Francisco dijo:
«Renunciar a una vida cómoda para seguir la llamada de Jesús; amar la pobreza,
para poder amar más a los pobres, enfermos y abandonados, para servirles con
ternura y compasión: esto se llama “tocar la carne de Cristo”. Los pobres,
abandonados, enfermos y los marginados son la carne de Cristo». Jesús tocaba a
los enfermos y se dejaba tocar por ellos y los pecadores.
La pecadora del
Evangelio tocó a Jesús y Él estaba feliz viendo cómo se transformaba su
corazón. Por eso le regaló la paz recompensando su fe valiente. —Tú, amigo, ¿te
acercas con amor para tocar la carne de Cristo en tantos que pasan junto a ti y
te necesitan? Si sabes hacerlo, tu recompensa será la paz con Dios, con los
demás y contigo mismo.
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