Texto del Evangelio (Lc 5,1-11): En aquel tiempo, estaba Jesús a la orilla del lago Genesaret y la
gente se agolpaba sobre él para oír la Palabra de Dios, cuando vio dos barcas
que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas, y
lavaban las redes. Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que
se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a la
muchedumbre.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Boga mar adentro,
y echad vuestras redes para pescar». Simón le respondió: «Maestro, hemos estado
bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las
redes». Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las
redes amenazaban romperse. Hicieron señas a los compañeros de la otra barca
para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas
que casi se hundían. Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús,
diciendo: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador». Pues el asombro se
había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que
habían pescado. Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran
compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: «No temas. Desde ahora serás pescador
de hombres». Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron.
«Boga mar adentro»
Comentario: Rev. D. Pedro IGLESIAS
Martínez (Rubí, Barcelona, España)
Hoy día todavía nos
resulta sorprendente comprobar cómo aquellos pescadores fueron capaces de dejar
su trabajo, sus familias, y seguir a Jesús («Dejándolo todo, le siguieron»: Lc
5,11), precisamente cuando Éste se manifiesta ante ellos como un colaborador
excepcional para el negocio que les proporciona el sustento. Si Jesús de Nazaret
nos hiciera la propuesta a nosotros, en nuestro siglo XXI..., ¿tendríamos el
coraje de aquellos hombres?; ¿seríamos capaces de intuir cuál es la verdadera
ganancia?
Los cristianos creemos
que Cristo es eterno presente; por lo tanto, ese Cristo que está resucitado nos
pide, no ya a Pedro, a Juan o a Santiago, sino a Jordi, a José Manuel, a Paula,
a todos y cada uno de quienes le confesamos como el Señor, repito, nos pide
desde el texto de Lucas que le acojamos en la barca de nuestra vida, porque
quiere descansar junto a nosotros; nos pide que le dejemos servirse de
nosotros, que le permitamos mostrar hacia dónde orientar nuestra existencia
para ser fecundos en medio de una sociedad cada vez más alejada y necesitada de
la Buena Nueva. La propuesta es atrayente, sólo nos hace falta saber y querer
despojarnos de nuestros miedos, de nuestros “qué dirán” y poner rumbo a aguas
más profundas, o lo que es lo mismo, a horizontes más lejanos de aquellos que
constriñen nuestra mediocre cotidianeidad de zozobras y desánimos. «Quien
tropieza en el camino, por poco que avance, algo se acerca al término; quien
corre fuera de él, cuanto más corra más se aleja del término» (Santo Tomás de
Aquino).
«Duc in altum»; «Boga
mar adentro» (Lc 5,4): ¡no nos quedemos en las costas de un mundo que vive
mirándose el ombligo! Nuestra navegación por los mares de la vida nos ha de
conducir hasta atracar en la tierra prometida, fin de nuestra singladura en ese
Cielo esperado, que es regalo del Padre, pero indivisiblemente, también trabajo
del hombre —tuyo, mío— al servicio de los demás en la barca de la Iglesia.
Cristo conoce bien los caladeros, de nosotros depende: o en el puerto de
nuestro egoísmo, o hacia sus horizontes.
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