—¿Y no sería mejor que la Iglesia cediera un poco
en cuanto de esos detalles que a la gente le cuesta más asumir?
La Iglesia no
puede ceder en cuestiones de fe. Además, no resolvería nada: ahí está, como
prueba, la experiencia de algunas iglesias protestantes, que tomaron hace ya
tiempo una opción muy condescendiente en todas las cuestiones morales más
debatidas, y el resultado ha hecho evidente que sus problemas no se han
resuelto, ni han disminuido, por aceptar esas prácticas que la Iglesia católica
no admite. Esas “soluciones” no han hecho más atractivo el Evangelio, ni han
hecho más fácil ser cristiano, ni les han mantenido más unidos. Tener claro
esto es importante para no equivocar el diagnóstico de lo que sucede.
Por eso es una
lástima que en muchos ambientes (a veces, por desgracia, también en algunos
círculos eclesiásticos), se centre el análisis y el debate siempre en el
intento de cesiones en esos mismos puntos: el celibato opcional, la ordenación
de mujeres, el matrimonio de los divorciados, el uso de preservativos, etc. Y
es una pena que se orillen en cambio muchas otras cuestiones de mayor
preocupación para la Iglesia y que apenas suelen tomar en consideración: por
ejemplo, qué podríamos hacer, como cristianos, para explicar nuestra fe al
ochenta por ciento de la humanidad que espera aún el anuncio del Evangelio; qué
podríamos hacer para contribuir más a resolver los grandes retos morales que
tiene la sociedad de hoy; o qué podríamos hacer para aliviar el sufrimiento que
produce en tantos hombres su alejamiento de Dios y de la verdad.
La solución no
está en ese catolicismo débil que adopta una cobarde estrategia de repliegue,
de capitulación constante hasta en lo que más atañe a sus convicciones, de
miedo a expresar su fe con voz alta y clara. Es triste escuchar sus
declaraciones sinuosas, elusivas, vergonzantes, cuando se les inquiere sobre
sus certezas religiosas; o asistir a la declinación de esas certezas si la
conveniencia así lo exige; o ver su actitud acoquinada, achantada, resignada a
aceptar cualquier veredicto supuestamente mayoritario. No puede fundamentarse
la fe sobre cimientos tan medrosos y claudicantes.
Siempre y en
todas partes, el Evangelio será un desafío para la debilidad humana, y en ese
desafío está toda su fuerza. A pesar de todas las flaquezas de los hombres, la
Iglesia debe continuar incansable en su tarea. AA
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