Cuando hablamos de longevidad y de
añadir años a nuestra vida y también de añadir vida a los años, siempre merodea
por nuestra mente ese miedo a envejecer que no es otra cosa que el miedo a la
muerte.
Si nos paramos a pensar, el miedo
a la muerte es un poco absurdo, porque en realidad todos los días nos estamos
muriendo a trocitos. Ninguna de las células que forman nuestro cuerpo hoy
estará viva dentro de unos pocos años, de hecho millones de células se nos
mueren cada día y otras nuevas nacen.
Lo malo no es morirse, lo malo es
lo que muere dentro de nosotros mientras estamos vivos y ahora no me refiero a
las células, sino a los sueños que dejamos morir, a los proyectos que un día
hicimos con ilusión y dejamos que languidezcan y mueran, el amor que nos hizo
vibrar y dejamos que muera. Estas formas de suicidarnos de puntillas es lo que
deberíamos evitar.
Una brillante escritora y
periodista brasileña Martha Medeiros nos lo recuerda de una manera brillante en
uno de sus poemas que reproduzco parcialmente (por cierto, algunas personas se
lo atribuyen equivocadamente a Pablo Neruda).
·
Muere lentamente quien se
transforma en esclavo del hábito, repitiendo todos los días los mismos
trayectos, quien no cambia de marca, no arriesga vestir un color nuevo.
·
Muere lentamente quien hace de la
televisión su gurú.
·
Muere lentamente quien evita una
pasión.
·
Muere lentamente quien no arriesga
lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño, quien no se permite por
lo menos una vez en la vida, huir de los consejos sensatos.
·
Muere lentamente quien no viaja,
quien no lee, quien no oye música.
·
Muere lentamente, quien pasa los
días quejándose de su mala suerte o de la lluvia incesante.
·
Muere lentamente, quien abandona
un proyecto antes de iniciarlo.
·
Evitemos la muerte en suaves
cuotas. FJG
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