El eterno debate de si las leches
maternizadas o artificiales son igual de beneficiosas para la salud que la
leche materna se suma ahora un nuevo estudio que se publica en Nature
Medicine cuya conclusión es que, si bien ambas estimulan el
crecimiento de tipos similares de bacterias en el tracto digestivo de los
bebés, las bacterias funcionan de manera diferente. Las implicaciones para la
salud de estas diferencias se ignoran.
Las leches maternizadas imitan a
la leche materna humana no solo en la cantidad y el tipo de nutrientes, sino
también al nutrir un conjunto similar de microbios en el tracto digestivo.
Dichos microbios son indispensables para nuestra salud al hacer frente a las
bacterias que causan enfermedades, influyen en nuestro metabolismo y sintetizan
muchas vitaminas y aminoácidos, los componentes básicos de las proteínas.
Este tipo de alimentación infantil
se ha ido mejorando a lo largo de los años. Actualmente, explica Gautam Dantas,
de la Escuela de Medicina de la Universidad de Washington en San Luis (EEUU),
los fabricantes han tenido mucho éxito en la obtención de la mezcla correcta de
bacterias. Pero el problema, aduce, es que «casi todos los estudios hasta la
fecha han analizado la identidad de las bacterias, no lo que están haciendo. Lo
que nosotros hemos visto es que a pesar de que las bacterias pueden tener el
mismo aspecto, no están haciendo lo mismo».
En el estudio, los investigadores
han analizado el ADN completo de bacterias de 60 bebés para identificar a los
miembros del microbioma intestinal de cada niño, es decir, la comunidad de
bacterias que viven en el tracto digestivo. También determinaron qué
aminoácidos y otras biomoléculas eran capaces de sintetizar y descomponer las
bacterias intestinales.
Además, analizaron muestras
fecales recogidas previamente desde 2009 hasta 2011 a través del Proyecto de
Microbioma Intestinal Neonatal de St. Louis, estudiaron 402 muestras de heces
recolectadas mensualmente desde el nacimiento hasta los 8 meses de edad de 30
parejas de gemelos nacidos en el área de St. Louis y recopilaron información
sobre cómo se alimentaba a los bebés, incluidas las marcas específicas de
fórmulas infantiles compradas.
Se sabe que la leche materna es
rica en proteínas durante los primeros días después del nacimiento, aunque
luego estos niveles disminuyen. Los investigadores descubrieron que el
microbioma de los bebés amamantados compensaba los bajos niveles de ciertos
aminoácidos al aumentar los niveles de bacterias equipadas con el software
genético para sintetizar esos aminoácidos, en particular metionina, isoleucina,
leucina, valina, cisteína, serina, treonina y arginina.
Sin embargo, los bebés alimentados
con leches de fórmula albergaban bacterias capaces de producir un conjunto muy
diferente de aminoácidos. Sus bacterias intestinales estaban equipadas para
producir menos metionina y cisteína, aminoácidos que son más abundantes en la
fórmula que en la leche materna, y más histidina y triptófano, que son más
escasos en la fórmula que en la leche materna.
«El objetivo de todas las fórmulas
es parecerse a la leche materna, y parece que no lo están logrando -afirma
Dantas-. Sí lo son en el tipo de bacterias presentes, pero no las funciones que
hacen». No obstante, advierte, «diferente no significa malo, pero sí distinto,
y tenemos que entender cuáles son las consecuencias para la salud».
Las investigadoras están ahora
considerando vías para determinar qué niños podrían beneficiarse de afinar su
microbiota intestinal y cómo hacerlo. «La infancia temprana es un periodo
crítico para el desarrollo neurológico y el desarrollo fisiológico».
La Organización Mundial de la
Salud (OMS) recomienda alimentar exclusivamente a los bebés con leche materna
durante los primeros 6 meses de vida y aconseja mantenerla como complemento a
la alimentación sólida hasta los 2 años de vida. BP
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