Martirologio Romano: En diversos lugares de la diócesis de Lleida (Lérida), España,
Beatos Mariano Alcalá Pérez y 18 compañeros de la Orden de la Bienaventurada
Virgen de las Mercedes, asesinados por odio a la fe. († 1936-37)
Fecha de beatificación: 13 de octubre de 2013, durante el
pontificado de S.S. Francisco.
Nació en Lorca, Murcia, el 24 de mayo de 1899, de
Hilario y Teresa. El 28 inmediato fue bautizado con los nombres de Lorenzo,
Manuel, Ángel y Torcuato del Sagrado Corazón de Jesús. Era un niño angelical,
de carácter suave, humildísimo. Y muy caritativo, no pudiendo sufrir que algún
pobre se fuera de su casa sin algo. El dinero que le regalaban lo destinaba a
la adquisición de imagencitas, convirtiendo su habitación en pequeña capilla;
en la que, por las tardes, convocaba, a toque de campanilla, a sus familiares y
las bordadoras del taller de una tía para rezar el rosario y algunas
devociones; si alguna bordadora se abstenía, la corregía con gran celo.
Organizaba procesiones domésticas. Se pasaba las horas muertas en las iglesias,
sobre todo en su parroquia del Carmen. Decía y repetía que ansiaba ser
religioso.
A los doce años, igualmente bueno y angelical, por
consejo del maestro, tuvo que dejar la escuela para ayudar a su madre viuda,
primero de aprendiz en un comercio, luego en la estación del ferrocarril; de
todos era querido, a pesar de que frecuentemente llegara tarde al trabajo, pues
cuando entraba en una iglesia, no encontraba el momento de salir. Sobre todo en
las Semanas santas, no podíamos arrancarlo de la iglesia, dirá su cuñada
Carmen. El cielo le deparó la suerte de ingresar de sacristán en las
Mercedarias de Lorca; tenía encantadas a las monjas, pero viendo su clara
vocación, la hermana Pilar le preparó el ingreso en la Orden. Ya era un hombre
maduro, tan delicado que no toleraba frivolidades y niñerías. Un hermano suyo
le regaló cincuenta pesetas para que fuera a los toros, mas él se compró una
imagen, se lo tomó a mal el donante y, cogiendo la imagen, hizo ademán de
estrellarla; el bueno de Lorenzo cayó desmayado, y al recobrar el sentido se
puso a gritar: ¡Mi virgen, mi virgen! Jamás había ocasionado el menor disgusto
a su madre, se le acomodaba en todo y se conformaba con muy poco en su vestir y
comer.
El mismo día que recibió la admisión, el 15 de
octubre de 1917, dejaba Lorca para viajar a Poyo, Pontevedra. Las amistades le
proveyeron de ropas y viático; su madre, aunque resignada desde antiguo a su
vocación, a última hora, llorando le pidió que no se fuera, mas él replicó: que
Dios lo llamaba y no podía dejar de seguirle. En Poyo vistió el hábito el 31 de
agosto de 1919 de manos del padre Enrique Saco y emitió los votos el 23 de septiembre
de 1920. Cursó con notas muy dispares tres años de latín y dos de filosofía. Y
en 1923 fue destinado a la viceprovincia de Valencia, recién restaurada.
Su recuerdo en Poyo quedó inolvidable. Como bien lo
reviviría el padre Gumersindo Placer, que lo vio llegar joven, guapo, vistiendo
galanamente una rica capa española y cubierto con sombrero flexible. Se mostró
único por la tenacidad ante las dificultades, por su mimo en cuidar y adornar
la capilla del postulantado, por su contagioso fervor mariano, por su
conversación viva, por su carácter excelente, severo consigo y bondadoso para
los demás. Era poeta, un poeta fácil, íntimo, de expresiones cordiales en que
vaciaba sus más profundos sentimientos. Tenía a punto su inspiración para las
fiestas, las onomásticas. Gustaba de describir las semanas santas murcianas y
lorquinas. Gozaba con las lecturas espirituales, las historias de la Orden.
Cuando partió para la vicaría de Valencia, hubo duelo y pesar en el
estudiantado de Poyo, dejando una estela de cariño que no se borró con los
años. Supo vivir días llenos, mientras los demás nos mirábamos en él. Sufría
por el estado en que dejó a su madre y, con deseo de consolarla, le escribió
una carta con sangre de sus venas expresándole lo feliz que era en la vida
religiosa.
En El Puig hizo la profesión solemne, sin saberse
la fecha. En Orihuela fue ordenado presbítero el 18 de diciembre de 1926 por el
obispo Francisco Javier Irastorza. Residió en el Colegio del Puig, encargado de
los internos, muy querido por ellos pues jugaba con ellos y se comportaba
sencilla y suavemente, sin perder nunca la calma. Pasó cinco años en el
reformatorio de Menores de Godella, teniendo con los muchachos una gran empatía
como buen pedagogo, amigo, sencillo, amado, respetado más por su bondad que por
su autoridad. Se mantuvo siempre dócil, muy espiritual, mariano, humilde,
casto, amable, paciente, bondadoso, sin maldad. Un místico en su compostura y
recogimiento. Muy normal, pues en el convento era querido por todos, dirá su
hermano José.
La República sacó a los Mercedarios del
reformatorio de Godella, sin valorar el trabajo de rehabilitación de los
delincuentes menores. Y fue enviado a Mallorca, llegando el 2 de mayo de 1931.
El 29 de ese mismo julio se hizo examen, control conventual, de derecho, dogma
y moral. El 9 de agosto salió para Barcelona. Mas el 21 de febrero de 1934
tornó, proveniente de Barcelona, predicaría los sermones del jueves santo y de
la Soledad y cantaría el Exultet, el 8 de julio iba para Lorca. El 6 de marzo
de 1935 fue a pasar tres meses con su madre, en Lorca. El 20 de mayo de 1936 el
obispo de Cartagena Miguel de Santos prorrogaba para seis meses el permiso de
residencia en la diócesis. Ayudaba como vicario primero en la parroquia de San
Patricio y capellán del hospital y de las Hermanas de la Caridad,
distinguiéndose, decía su párroco por su puntualidad, celo y fervor. Pero su
anhelo era regresar al claustro. Le gustaba predicar, y los treinta y ocho
sermones conservados, nos dicen de su estilo excesivamente florido y
fuertemente afectivo, más adecuados a fomentar la moción de los corazones, que
a prestar razones a la mente.
Carmelo Navarro nos recogió los recuerdos de
aquellos días. Cómo se reunían cuatro amigos en una farmacia y se edificaban
con la palabra del padre Lorenzo, sobre todo de su Orden, cuyo convento añoraba
entrañablemente, y la Virgen de la Merced, a la que manifestaba un afecto
tierno. Repugnaba hablar de política, y no quería decir si había votado, pues
no quería que la gente dijese que los frailes interveníamos en política, que
Dios sabía muy bien lo que convenía. Navarro agrega que enemigos personales no
podía tener, pues era toda bondad y dulzura, sólo se le podía acusar de ser sacerdote.
Estallando el 18 de julio, se ocultó entre la
familia sin perder la serenidad y celebrando en privado la Eucaristía. Los
rojos lo tenían localizado, pero por el momento no lo molestaban. Se atrevió a
visitar a un mandamás, antiguo amigo, que no lo recibió bien, y le espetó: -lo
que tienes que hacer es asociarte al partido y ponerte a trabajar aunque sea en
las calles. -Trabajar no me importa –dijo el Fraile- pero asociarme jamás lo
haré, porque está el comunismo prohibido por la Iglesia.
Se apercibió que era cuestión de días, pero no se
escondió aunque se lo propusiera la familia. Con gran resignación y paciencia,
como los mártires, dirá su hermana Antonia. Su estado de ánimo era tal que
hacía todo por Dios y vivía sólo para Dios, no se le notó jamás debilidad ni
miedo de morir, se dejó llevar como un manso cordero sin ofrecer resistencia añadirá
su sobrino Hilario. Sí lamentaba los trastornos que ocasionaba a la familia.
Rezaba el breviario y, con los suyos, el rosario. El sacerdote Emilio García
asegura que al principio de la revolución tenía gran valor, después viendo que
no lo martirizaban se achicó, mas llegada la hora, recuperó un valor
extraordinario; asegura que no había honor más grande que el de ser mártir. Una
señora, rica y buena, por mediación de Jacinto Monteverde le ofreció su casa en
el campo como escondite, lo consultó con la familia, y decidió no aceptar para
no dar motivo de habladurías estando solo en casa con una señora. Aquella misma
noche, del 3 al 4 de noviembre de 1936, se presentaron en la casa materna
cuatro hombres, acababa de acostarse cuando oyó aporrear la puerta de la casa y
abrirla violentamente. Los milicianos vienen por ti, hijo de mi corazón, dijo
la madre. Presionado por los suyos tenía ya el pie en una ventana para huir,
pero se contuvo y se entregó. Empezaron los interrogatorios: -Por qué no te has
escondido, le dijeron. –Porque no creo haber cometido ningún delito y porque
acordaron los del comité no meterse conmigo, replicó él. Al verlo marchar, su
madre se desmayó, quiso volver él, pero no le dejaron. Lo llevaron a pie hasta
el cuartel de los milicianos, donde le preguntaron por la custodia de San
Mateo, dijo no saber nada y lo soltaron.
Regresaba a su casa, al volver una esquina cayeron
sobre él, lo detuvieron. El cabecilla Avelino Navarro le ordenó subir a un
automóvil, como a manso cordero, lo llevaron Avelino, Jesús Chuecos (alias El
Rondín), José Ayala (El Che) y Miguel Cánovas (El Tempranillo). Partieron hacia
la carretera de Caravaca. Llegados al llamado Coto minero, le hicieron bajar,
y, para hacerle blasfemar, con ferocidad, le cortaron las orejas, lo
acuchillaron, le arrancaron trozos de carne, le machacaron el cerebro a
culetazos, le hicieron sentar en el brocal del pozo y realizaron varias
descargas de fusil y de pistola sobre él, y, aún vivo, lo arrojaron en el pozo
de azufre, siguieron disparando y, cuando se fueron seguían oyéndose los
lamentos del ejecutado. Su última palabra fue: ¡viva Cristo rey! Era la noche
del 3 al 4 de noviembre. Antes de la masacre había bendecido y perdonado a sus
carniceros, contará el chofer, que pondera su serenidad. Hilario anduvo
investigando, sin conseguir información pero al día siguiente los rumores le
llevaron al Coto minero, allí encontró huellas de asesinato, su boina,
acribillada por los disparos, con parte de la masa encefálica y el breviario
ensangrentado, que no pensó en recoger.
En aquel mismo lugar fueron asesinados otros cinco
hermanos de La Salle y el párroco de San Jaime. Luego de la Guerra se hizo todo
lo posible para encontrar los restos de los cinco mártires, pero no se
consiguió porque el pozo estaba inundado de agua y de gas.
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