Presbítero y
Fundador, 07 de Noviembre
Martirologio Romano: En
Cremona, Italia, San Vicente Grossi, presbítero, que, dedicado al ministerio
parroquial, fundó la Congregación de Hijas del Oratorio († 1917).
Fecha de beatificación: 1 de noviembre
de 1975 durante el pontificado de S.S. Pablo VI.
Fecha de canonización: 18 de
octubre de 2015 por S.S. Francisco.
Vicente Grossi es uno de esos presbíteros que han
dado gloria a Dios y a la Iglesia con un ejemplar celo apostólico y encomiable
creatividad. Nació el 9 de marzo de 1845 en la localidad italiana de
Pizzighettone, perteneciente a Cremona, región de Lombardía. Fue uno de los
siete hijos, el penúltimo, del humilde hogar formado por Baldassarre Grossi y
Maddalena Cappellini. Nuevamente fue una figura femenina, la de su madre, como les
ha sucedido a otros santos y beatos, quien tuvo un peso capital en su vida. Ella
se ocupó de inculcarle el amor a la oración educándole en la fe cristiana,
aunque su padre, trabajador y honesto, también fue para él modelo de integridad
en la vida. Supo aprovechar el tiempo del que disponía para entregarlo a los
demás. El ambiente en el que creció le serviría después en su misión.
Era muy joven cuando se sintió llamado al
sacerdocio, pero su progenitor juzgó oportuno que difiriese su ingreso en el
seminario. En cierto modo, y aunque también pesaban necesidades familiares que
requerían su presencia, aquél quiso constatar que no se trataba de una simple
idea que bullía en la mente de su hijo, sino que estaba anclada en lo más
íntimo de su ser. Así era. El 4 de noviembre de 1864, a sus 19 años, Vicente se
convirtió en seminarista en Cremona, y fue ordenado sacerdote en la catedral de
la ciudad el 22 de mayo de 1869. Inicialmente fue vicario en distintas
parroquias hasta que en 1873 se le encomendó la de Regona. Diez años más tarde
el prelado Bonomelli puso bajo su responsabilidad la de Vicobellignano; llegó a
ella culminando 1882, y allí permaneció treinta y cuatro años hasta apurar su
vida, vida que había sido en realidad de Cristo.
Era una parroquia complicada, bastión del
protestantismo; el obispo se lo advirtió y la puso bajo su amparo con la
certeza de que haría de ella una fuente de bendiciones. Sabía que si en todas
era precisa la presencia de sacerdotes generosos y prudentes, pastores llenos
de celo apostólico y de caridad, tenía en el beato una imagen certera de una
persona que encarnaba estas virtudes. Por eso le distinguió con su confianza
diciéndole que en un margen de diez años esperaba que hubiese dado un vuelco a
la parroquia, contribuyendo a la desaparición del error. Monseñor Bonomelli no
se equivocó. Él padre Grossi se ocupaba de los feligreses que amaba
entrañablemente. Y ellos también le hacían objeto de su atención; veían en su
párroco a un hombre bueno, fiel al Santo Padre, abnegado, austero,
obediente a su obispo, con la sabiduría de Dios en sus labios forjada en su oración,
y un sentido del humor que ponía de manifiesto su gozo espiritual, con una
entrega hacia cada uno de los fieles ciertamente ejemplar. El eje que
vertebraba su vida era la santa misa; de ella extraía la fortaleza y nutría su
celo apostólico. A sus parroquianos le alentó un día, diciéndoles: «cuando
nuestro corazón está lleno de amor por Dios, no persigue otros amores,
¿entendido? Por tanto, ¡a trabajar!».
Era sencillo en su forma de vida. Baste decir que
su equipaje, sumamente ligero, podía componerse de un modesto bolso de viaje
que contenía su breviario, y un reloj. Tanto los sermones como la propia misa
eran fruto de su oración y de una intensa preparación, y eso los fieles lo
percibían. Hizo todo lo que estuvo en sus manos para llevarlos al regazo del
Padre; los soñó y los oró en Él y desde Él. Por eso, y porque sabía por propia
experiencia lo que significaba la pobreza y la carencia, no solo de los bienes
materiales sino también de los espirituales, se dejó guiar por la inspiración,
y tomó como punto de despegue para su misión la atención a los jóvenes. Eran el
futuro; siempre lo son, y el padre Grossi lo tenía presente.
En su corazón apostólico también los niños, junto a
los jóvenes, ocupaban un lugar preponderante. Vio con claridad evangélica la
importancia de contar con un núcleo de formadores en cada parroquia. Fue el
germen de su fundación: el Instituto de las Hijas del Oratorio, que inició en
1885 con la ayuda de Ledovina María Scaglioni y el objetivo de proporcionar
orientación moral y religiosa a las niñas que frecuentaban el templo. Las
religiosas se dedicaron a colaborar en la pastoral de otras parroquias
impartiendo catequesis, apoyadas por una red de jardines de infancia, centros
asistenciales y escuelas primarias que poco a poco fueron surgiendo. Las reglas
que el fundador escribió de rodillas ante el sagrario estaban inspiradas en la
espiritualidad de san Felipe Neri, el santo de la alegría espiritual. Y ese
espíritu dotó a la fundación, que tenía cincelado en su ideario: la humildad, la
caridad y el gozo en el servicio, así como el sacrificio, a imitación de
Cristo.
Este gran sacerdote que tan delicadamente tuteló la
vida espiritual, consolando y asistiendo material y humanamente a sus
feligreses, poco antes de morir indicó a la maestra de novicias: «Procuren no
quejarse nunca; buscando, por el contrario, alegrarse cuando las cosas vayan en
contra de sus deseos». El 7 de noviembre de 1917 entregó su alma a Dios a causa
de una peritonitis fulminante, diciendo: «El camino está abierto; hay que
recorrerlo». Fue beatificado por Pablo VI el 1 de noviembre de 1975. El
pontífice destacó en ese acto «la solidez de sus generosas virtudes, ocultas en
el silencio, purificadas por el sacrificio y la mortificación, refinadas por la
obediencia» afirmando que había dejado «un profundo surco en la Iglesia».
El martes 5 de mayo de 2015, S.S. Francisco firmó
el decreto referente a un milagro atribuido a la intercesión del, hasta
entonces, beato Vicente Grossi.
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