Texto del Evangelio (Lc 2,1-14): Sucedió que por aquellos días salió un edicto de César Augusto
ordenando que se empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento tuvo
lugar siendo gobernador de Siria Quirino. Iban todos a empadronarse, cada uno a
su ciudad. Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea,
a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de
David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Y sucedió
que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento,
y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un
pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento.
Había en la misma comarca unos pastores, que
dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño. Se les
presentó el Ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se
llenaron de temor. El Ángel les dijo: «No temáis, pues os anuncio una gran
alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de
David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal:
encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». Y de pronto
se juntó con el Ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios,
diciendo: «Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en
quienes Él se complace».
«Os ha nacido hoy, en la ciudad de
David, un salvador, que es el Cristo Señor»
Comentario: Rev. D. Ramon Octavi SÁNCHEZ i
Valero (Viladecans, Barcelona, España)
Hoy, nos ha nacido el
Salvador. Ésta es la buena noticia de esta noche de Navidad. Como en cada
Navidad, Jesús vuelve a nacer en el mundo, en cada casa, en nuestro corazón.
Pero, a diferencia de
lo que celebra nuestra sociedad consumista, Jesús no nace en un ambiente de
derroche, de compras, de comodidades, de caprichos y de grandes comidas. Jesús
nace con la humildad de un portal y de un pesebre.
Y lo hace de esta
manera porque es rechazado por los hombres: nadie había querido darles
hospedaje, ni en las casas ni en las posadas. María y José, y el mismo Jesús
recién nacido, sintieron lo que significa el rechazo, la falta de generosidad y
de solidaridad.
Después, las cosas
cambiarán y, con el anuncio del Ángel —«No temáis, pues os anuncio una gran
alegría, que lo será para todo el pueblo» (Lc 2,10)— todos correrán hacia el
portal para adorar al Hijo de Dios. Un poco como nuestra sociedad que margina y
rechaza a muchas personas porque son pobres, extranjeros o sencillamente
distintos a nosotros, y después celebra la Navidad hablando de paz, solidaridad
y amor.
Hoy los cristianos
estamos llenos de alegría, y con razón. Como afirma san León Magno: «Hoy no
sienta bien que haya lugar para la tristeza en el momento en que ha nacido la
vida». Pero no podemos olvidar que este nacimiento nos pide un compromiso:
vivir la Navidad del modo más parecido posible a como lo vivió la Sagrada
Familia. Es decir, sin ostentaciones, sin gastos innecesarios, sin lanzar la
casa por la ventana. Celebrar y hacer fiesta es compatible con austeridad e,
incluso, con la pobreza.
Por otro lado, si
nosotros durante estos días no tenemos verdaderos sentimientos de solidaridad
hacia los rechazados, forasteros, sin techo, es que en el fondo somos como los
habitantes de Belén: no acogemos a nuestro Niño Jesús.
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