Produce una gozosa paz en el alma saber que alguien nos espera, nos ama,
nos busca. Significa que nuestra vida tiene sentido, que somos importantes para
otro, que no vivimos simplemente por inercia, que hay una meta hermosa por la
que vale la pena nuestro esfuerzo.
Al dirigir sus palabras de felicitación en la Navidad del año 1965, el
entonces Papa Pablo VI imaginaba cómo desde la cuna de Belén se producía una
llamada universal: “¡Venid, venid todos!”. Hablaba con el calor de un padre que
se dirige a sus hijos: “¡Venid, que sois esperados! ¡Venid, que sois conocidos!
¡Venid, que hay algo maravillosamente bueno preparado para vosotros! ¡Venid!”.
Sí, todos estamos invitados a acudir ante un Niño en la cuna que nos espera,
que nos conoce, que nos necesita. Descubrimos entonces que la vida tiene un
sentido hermoso, magnífico: Dios ha puesto su tienda entre nosotros para buscar
a cada uno de sus hijos.
¿También me espera a mí si he sucumbido ante el pecado, si he dejado
crecer el egoísmo, si me he cegado por la codicia, si he pactado con los
desórdenes de la carne? Sí, también a mí, y quizá precisamente con más anhelos.
Jesús Niño es ya, entre sus movimientos infantiles, un gran médico ansioso por
curar heridas y devolver esperanzas.
En cada Navidad la llamada se repite. Han pasado años y siglos desde el
anuncio de los ángeles a los pastores: “Os ha nacido hoy, en la ciudad de
David, un salvador, que es el Cristo Señor” (Lc 2,11). Pero no ha pasado la
actualidad de esa invitación. Cada generación humana, también la nuestra,
necesita acudir a quien, de verdad, puede salvarnos del mayor de los males: el
pecado.
El mundo moderno está sumergido en prisas y en angustias. Muchos no
alcanzan a escuchar la llamada. A pesar de todo, la Voz sencilla de un Niño
sigue resonando entre nosotros. Los oídos atentos, los corazones despiertos,
alcanzan a escuchar un murmullo humilde, una invitación constante y respetuosa.
Es entonces cuando puedo descubrir que Alguien me espera con cariño. Llega
el momento de ponerme en camino hacia la gruta. En ella encontraré a un Niño
enamorado, a su Madre buena, y a tantos hombres y mujeres que han acogido la
gran noticia: Dios nos ama. Sí: ¡venid, venid todos! FP
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