El cuarto evangelio comienza con un prólogo muy especial. Es una especie
de himno que, desde los primeros siglos, ayudó decisivamente a los cristianos a
ahondar en el misterio encerrado en Jesús. Si lo escuchamos con fe sencilla,
también hoy nos puede ayudar a creer en Jesús de manera más profunda. Solo nos
detenemos en algunas afirmaciones centrales.
«La Palabra de Dios se ha hecho carne». Dios no es mudo. No ha
permanecido callado, encerrado para siempre en su Misterio. Dios se nos ha
querido comunicar. Ha querido hablarnos, decirnos su amor, explicarnos su
proyecto. Jesús es sencillamente el Proyecto de Dios hecho carne.
Dios no se nos ha comunicado por medio de conceptos y doctrinas sublimes
que solo pueden entender los doctos. Su Palabra se ha encarnado en la vida
entrañable de Jesús, para que lo puedan entender hasta los más sencillos, los
que saben conmoverse ante la bondad, el amor y la verdad que se encierra en su
vida. Esta Palabra de Dios «ha acampado entre nosotros». Han desaparecido las
distancias. Dios se ha hecho «carne». Habita entre nosotros. Para encontrarnos
con él, no tenemos que salir fuera del mundo, sino acercarnos a Jesús. Para
conocerlo, no hay que estudiar teología, sino sintonizar con Jesús, comulgar
con él.
«A Dios nadie lo ha visto jamás». Los profetas, los sacerdotes, los
maestros de la ley hablaban mucho de Dios, pero ninguno había visto su rostro.
Lo mismo sucede hoy entre nosotros: en la Iglesia hablamos mucho de Dios, pero
nadie lo hemos visto. Solo Jesús, «el Hijo de Dios, que está en el seno del
Padre es quien lo ha dado a conocer».
No lo hemos de olvidar. Solo Jesús nos ha contado cómo es Dios. Solo él
es la fuente para acercarnos a su Misterio. ¡Cuántas ideas raquíticas y poco
humanas de Dios hemos de desaprender y olvidar para dejarnos atraer y seducir
por ese Dios que se nos revela en Jesús!
Cómo cambia todo cuando uno capta por fin que Jesús es el rostro humano
de Dios. Todo se hace más simple y más claro. Ahora sabemos cómo nos mira Dios
cuando sufrimos, cómo nos busca cuando nos perdemos, cómo nos entiende y
perdona cuando lo negamos. En él se nos revela «la gracia y la verdad» de Dios.
JAP
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