Y la Palabra se hizo
carne
La Navidad encierra un secreto profundo que, desgraciadamente, se les
escapa a muchos de los que hoy celebrarán «algo», sin saber exactamente
qué.
Muchos no pueden ni siquiera sospechar que la Navidad nos ofrece la clave
para descifrar el misterio último de nuestra existencia.
Generación tras generación, los hombres han gritado angustiados sus
preguntas más hondas. ¿Por qué tenemos que sufrir, si desde lo más íntimo de
nuestro ser todo nos llama a la felicidad? ¿Por qué tanta humillación? ¿Por qué
la muerte si hemos nacido para la vida?
Los hombres preguntaban. Y preguntaban a Dios porque, de alguna manera,
cuando estamos buscando el sentido último de nuestro ser, estamos apuntando
hacia él. Pero Dios parecía guardar un silencio impenetrable.
Ahora, en la Navidad, Dios ha hablado. Tenemos ya su respuesta. Pero
Dios no nos ha hablado para decirnos palabras hermosas acerca del sufrimiento,
ni para ofrecernos disquisiciones profundas sobre nuestra existencia.
Dios no nos ofrece palabras. No. «La Palabra de Dios se ha hecho carne».
Es decir, Dios más que darnos explicaciones, ha querido sufrir en nuestra
propia carne nuestros interrogantes, sufrimientos e impotencia.
Dios no da explicaciones sobre el sufrimiento, sino que sufre con
nosotros. No responde al porqué de tanto dolor y humillación, sino que él mismo
se humilla. Dios no responde con palabras al misterio de nuestra existencia,
sino que nace para vivir él mismo nuestra aventura humana.
Ya no estamos perdidos en nuestra inmensa soledad. Ya no estamos
sumergidos en pura tiniebla. El está con nosotros. Hay una luz. «Ya no estamos
solitarios sino solidarios». (L. Boff). Dios comparte nuestra existencia.
Ahora todo cambia. Dios mismo ha entrado en nuestra vida. La creación
está salvada. Es posible vivir con esperanza. Merece la pena ser hombre. Dios
mismo comparte nuestra vida y con él podemos caminar hacia la plenitud.
Por eso, la Navidad es siempre para los creyentes una llamada a renacer.
Una invitación a renacer a la alegría, la esperanza, la solidaridad, la
fraternidad y la confianza total en el Padre.
Recordemos en esta Navidad las palabras del poeta Angelus Silesius:
«Aunque Cristo nazca mil veces en Belén, mientras no nazca en tu corazón,
estarás perdido para el más allá: habrás nacido en vano». JAP
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