Para todo este grupo, la tan esperada vacuna contra COVID-19, una forma de prevención que impulsaría el regreso a la normalidad, a los trabajos, a las escuelas, puede no significar una gran noticia, ya que esta epidemia anterior al coronavirus podría obstaculizar su eficacia. No es nuevo para la ciencia que la obesidad puede afectar el porcentaje de efectividad de una vacuna. De hecho, otras vacunas desarrolladas a lo largo de la historia para prevenir males como la hepatitis, o la misma influenza, han demostrado ser menos eficaces en adultos que viven con obesidad, comparando con la población sin sobrepeso.
Científicos se preguntan, a la vez que temen, que la respuesta a la vacuna contra COVID-19 sea similar. Investigadores que estudian el metabolismo y su vínculo con el sistema inmune están advirtiendo que la obesidad también interfiere en la respuesta inmunológica del organismo.
El estado de obesidad genera inflamación, y esta irregularidad en el organismo afecta al sistema inmunológico, que, en circunstancias normales, recibe a una vacuna ‘con los brazos abiertos’. Un sistema inmunitario saludable activa y desactiva la inflamación según sea necesario, convocando a una ‘cumbre’ de glóbulos blancos y liberando proteínas para combatir las infecciones. Las vacunas aprovechan esa respuesta inflamatoria. Pero los análisis de sangre muestran que las personas obesas, con hipertensión o diabetes, experimentan un estado de inflamación leve crónica; es como si la inflamación se encendiera, pero, en vez de apagarse, permaneciera encendida. Si bien todavía se están investigando los mecanismos biológicos precisos, la inflamación crónica parece interferir con la respuesta inmune a las vacunas, posiblemente exponiendo a las personas obesas a enfermedades prevenibles incluso después de la vacunación.
La evidencia de que las personas obesas tienen una respuesta distinta a las vacunas comunes se observó por primera vez en 1985 cuando los empleados obesos de un hospital que recibieron la vacuna contra la hepatitis B mostraron una disminución significativa en la protección 11 meses después, algo que no ocurrió con los empleados que no eran obesos. El hallazgo se repitió en un estudio de seguimiento que utilizó agujas más largas para garantizar que la vacuna se inyectara en el músculo y no en la grasa, indica una historia recopilada en Kaiser Health News.
En marzo de 2020, al comienzo de la pandemia mundial, un estudio de China descubrió que los pacientes de ese país con COVID-19 que pesaban más, tenían más probabilidades de morir que los más delgados, un pronóstico peligroso para los Estados Unidos, cuya población se encuentra entre las más pesadas del mundo. Mientras las terapias intensivas en Nueva York, Nueva Jersey y otros lugares se colmaban de pacientes, los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) advirtieron que las personas obesas con un índice de masa corporal de 40 o más, conocido como obesidad mórbida o con un sobrepeso de aproximadamente 100 libras, estaban entre los grupos con mayor riesgo de enfermarse gravemente por COVID-19. A medida que pasaron las semanas y se tuvo una imagen más clara de quiénes estaban siendo internados, los funcionarios federales ampliaron su advertencia para incluir a las personas con un índice de masa corporal de 30 o más.
A pesar de que la interferencia de la obesidad con la inmunización es algo conocido, a las personas obesas muchas veces se las rechaza, o no se las convoca, a participar de ensayos clínicos de vacunas. “La obesidad es un problema global grave, y las respuestas inmunes bajas ante una vacuna observadas en la población obesa no pueden ignorarse”, dijeron miembros del Grupo de Investigación de Vacunas de la Clínica Mayo en un estudio de 2015 publicado en la revista Vaccine. El hecho de que una campaña de vacunación no funcione al ciento por ciento porque una gran parte de la población es obesa es un problema colectivo, no solo de la persona con sobrepeso.
La inmunización se vuelve más frágil y el escudo protector comunitario contra la enfermedad se debilita. Más gente vacunada de manera efectiva significa mayor protección. El virus en ese contexto puede casi dejar de circular. También se sabe que las vacunas son menos efectivas en adultos mayores, razón por la cual las personas de más de 65 años reciben una vacuna anual contra la gripe sobrealimentada que contiene muchos más antígenos del virus de la gripe para ayudar a aumentar su respuesta inmune.
Investigadores dicen que se pueden diseñar vacunas que superen esa discrepancia. Los ensayos clínicos en curso para evaluar la seguridad y la eficacia de una vacuna para el nuevo coronavirus incluyen a personas con obesidad, dijo el doctor Larry Corey, del Centro de Investigación del Cáncer Fred Hutchinson, quien supervisa los ensayos de fase 3 patrocinados por los Institutos Nacionales de Salud, en una entrevista con KHN. Y tanto Corey, como otros científicos, dicen que, aunque la inmunidad sea algo menor, todos deben vacunarse. Es como ocurre con la vacuna contra la gripe, a veces no ayuda a esquivar la infección por completo, pero si una persona vacunada desarrolla influenza, tendrá seguramente una forma más leve de la enfermedad. HD
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