miércoles, 28 de octubre de 2020

Zenobio, Santo

Presbítero y mártir, 29 de Octubre
Elogio: En Sidón, de Fenicia, san Zenobio, presbítero, que durante la durísima persecución bajo el emperador Diocleciano animó a otros al martirio, y finalmente también él fue coronado con la muerte.
 
Los hechos que leeremos en la narración de Eusebio de Cesarea ocurrieron en el año 304, en la ciudad de Tiro; de ellos el propio Eusebio fue testigo, y lo cuenta de primera mano. Sin embargo, esta persecución, en conjunto, duró varios años, y existen mártires vinculados a los mismos hechos desde el 304 hasta el 311.

-El primer grupo es el de los cinco mártires de Tiro, celebrados el 20 de febrero, martirio que ocurrió el 304.

-El mismo 20 de febrero, pero por entrada aparte, al corresponder a un martirio del año 311, celebramos a san Tiranión de Tiro. Tiranión había presenciado los martirios del 304 y alentado a los mártires, pero recién seis años después le tomaron preso y le condujeron, junto con san Zenobio de Tiro, a Antioquía de Siria, y tras hacerle sufrir crueles torturas, fue arrojado al río Orontes.

-A san Zenobio de Tiro, médico y sacerdote de la ciudad de Sidón, lo celebramos el 29 de octubre. Él padeció las torturas junto con Tiranión, pero murió en el potro.

-Durante el reinado de Maximino, san Silvano, obispo de Emesa de Fenicia fue devorado por las fieras en su propia ciudad, hacia el 310, y lo celebramos el 6 de febrero.

-En fecha desconocida, pero que celebramos el 4 de mayo, san Silvano, obispo de Gaza, fue condenado a trabajar en las minas de Fennes, cerca de Petra, en Arabia y más tarde fue decapitado allí, con otros treinta y nueve compañeros.

-Posiblemente pertenezcan al mismo conjunto los sacerdotes egipcios Peleo, Nilo y sus compañeros, que murieron en Palestina en el 310, y celebramos el 19 de septiembre.

Eusebio narra en los siguientes términos el martirio que presenció:

Varios cristianos egipcios que se habían establecido en Palestina y otros en Tiro, dieron pruebas de su paciencia y de su constancia en la fe. Después de haber sido golpeados innumerables veces, cosa que soportaron con gran paciencia, fueron arrojados a los leopardos, osos salvajes, jabalíes y toros. Yo estaba presente cuando esas bestias, sedientas de sangre humana, hicieron su aparición en la arena; pero, en vez de devorar o destrozar a los mártires, se mantuvieron a distancia de ellos, sin tocarles, y se volvieron en cambio contra los domadores y cuantos se hallaban cerca; sólo respetaron a los soldados de Cristo, a pesar de que éstos obedeciendo a las órdenes recibidas, agitaban los brazos para provocar a las fieras. Algunas veces, éstas se lanzaron sobre ellos con su habitual ferocidad, pero volvían siempre atrás, como movidas por una fuerza sobrenatural. El hecho se repitió varias veces, con gran admiración de los espectadores. Los verdugos reemplazaron dos veces a las fieras, pero fue en vano. Los mártires permanecían impasibles.

Entre ellos se hallaba un joven de menos de veinte años, que no se movía de su sitio y conservaba una serenidad absoluta; con los ojos elevados al cielo y los brazos en cruz, en tanto que los osos y los leopardos con las fauces abiertas amenazaban con devorarle de un momento a otro; sólo por un milagro de Dios se explica que no le tocasen. Otros mártires se hallaban expuestos a los ataques de un toro furioso, que ya había herido y golpeado a varios domadores, y dejándolos medio muertos; pero el toro no atacó a los mártires; aunque parecía que iba a lanzarse sobre ellos: sus pezuñas rascaban furiosamente el suelo y agitaba la cornamenta en todas direcciones, pero sin llegar a embestir a los mártires, a pesar de que los verdugos lo incitaban con capas rojas. Después de varios intentos inútiles con diferentes fieras, los santos fueron finalmente decapitados y sus cuerpos arrojados al mar. Otros que se negaron a ofrecer sacrificios a los dioses, murieron apaleados, quemados y también ejecutados en distintas formas».

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