Texto del Evangelio (Jn 10,11-18): En
aquel tiempo, Jesús habló así: «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su
vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no
pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo
hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan nada
las ovejas. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a
mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las
ovejas.
»También
tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que
conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor. Por eso
me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la
quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para
recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre».
«Yo
soy el buen pastor»
Comentario: + Rev. D. Josep
VALL i Mundó (Barcelona, España)
Hoy, nos dice Jesús:
«Yo soy el buen pastor» (Jn 10,11).
Comentando santo Tomás de Aquino esta afirmación, escribe que «es evidente que
el título de ‘pastor’ conviene a Cristo, ya que de la misma manera que un
pastor conduce el rebaño al pasto, así también Cristo restaura a los fieles con
un alimento espiritual: su propio cuerpo y su propia sangre». Todo comenzó con
la Encarnación, y Jesús lo cumplió a lo largo de su vida, llevándolo a término
con su muerte redentora y su resurrección. Después de resucitado, confió este
pastoreo a Pedro, a los Apóstoles y a la Iglesia hasta el fin del tiempo.
A través de los
pastores, Cristo da su Palabra, reparte su gracia en los sacramentos y conduce
al rebaño hacia el Reino: Él mismo se entrega como alimento en el sacramento de
la Eucaristía, imparte la Palabra de Dios y su Magisterio, y guía con solicitud
a su Pueblo. Jesús ha procurado para su Iglesia pastores según su corazón, es
decir, hombres que, impersonándolo por el sacramento del Orden, donen su vida
por sus ovejas, con caridad pastoral, con humilde espíritu de servicio, con
clemencia, paciencia y fortaleza. San Agustín hablaba frecuentemente de esta
exigente responsabilidad del pastor: «Este honor de pastor me tiene preocupado
(...), pero allá donde me aterra el hecho de que soy para vosotros, me consuela
el hecho de que estoy entre vosotros (...). Soy obispo para vosotros, soy
cristiano con vosotros».
Y cada uno de
nosotros, cristianos, trabajamos apoyando a los pastores, rezamos por ellos,
les amamos y les obedecemos. También somos pastores para los hermanos,
enriqueciéndolos con la gracia y la doctrina que hemos recibido, compartiendo
preocupaciones y alegrías, ayudando a todo el mundo con todo el corazón. Nos
desvivimos por todos aquellos que nos rodean en el mundo familiar, social y
profesional hasta dar la vida por todos con el mismo espíritu de Cristo, que
vino al mundo «no a ser servido, sino a servir» (Mt 20,28).
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