Podemos preguntarnos: ¿es correcto hablar de terrorismo religioso? ¿Existen ideas en las propias creencias religiosas que impulsan a las personas a cometer crímenes sobre seres humanos inocentes y desarmados?
La respuesta puede encontrarse desde una doble perspectiva. La primera, teorética (o de contenidos): si las religiones, en su esencia profunda, son caminos a través de los cuales los hombres buscan la verdad sobre Dios y sobre sí mismos, resulta sumamente contradictorio hablar de terrorismo religioso. La segunda, desde una perspectiva ‘sociológica’: parecería posible que algunas personas concretas usen (manipulen, deformen) sus creencias religiosas para usarlas ‘motivaciones’ o excusas para el crimen.
El acercamiento de los hombres al mundo de Dios implica un esfuerzo por acoger verdades que enaltecen y que orientan la propia vida. Ser religioso significa reconocer la existencia de una realidad superior, un Ser divino, que da valor y sentido a la vida humana en el tiempo y en lo eterno, y que exige un comportamiento acorde con las propias convicciones religiosas.
Existe, ciertamente, un pluralismo religioso que hace que el acercamiento a Dios no sea fácil. ¿Cuál de las religiones sería la verdadera? La pregunta resulta fundamental, pues la aceptación de unas o de otras creencias no puede apoyarse simplemente en emociones personales, en tradiciones de grupo, en miedos irracionales o en prejuicios injustificados.
Por desgracia, pueden darse formas de perversión individuales o de grupo, también a nivel teórico, que lleven a pensar que la muerte de otros seres humanos inocentes sea parte de la propia vida religiosa. Estos tipos de perversión, sin embargo, muestran una de las más dramáticas paradojas del ser humano: llegar a confundir lo malo con lo bueno, hasta el punto de creer que un crimen horrendo sea agradable a Dios.
Junto a esas formas de perversión de algunas religiones, es posible que entre los creyentes de las distintas religiones se den actitudes de violencia que culminen en la creación de grupos terroristas. En esos casos, hablar de terrorismo religioso resultaría impropio si el uso de palabras e ideas religiosas por parte de los terroristas no reflejase las convicciones auténticas de la religión a la que dicen pertenecer.
En ese sentido, terroristas que matan y usan palabras o versos del Corán antes de sus atentados están en abierta contradicción con la fe que dicen profesar. Como también lo están quienes usan fórmulas de otros libros religiosos (de la Biblia, por ejemplo) para justificar matanzas y crímenes de inocentes.
Para referirnos a esos casos, según una perspectiva sociológica, es posible hablar de terrorismo religioso. Estamos ante personas que piensan pertenecer a tal o cual religión y que cometen atentados terroristas desde el abuso de algunas ideas que suponen propias de su mundo religioso.
Hay que aclarar, sin embargo, que el creerse parte de una religión concreta, no significa que esas personas representen verdaderamente lo que piensan representar. Aunque uno diga que es cristiano, o budista, o hinduista, o musulmán, sus actos concretos no reflejarán sus creencias religiosas si cae en actitudes de violencia y de abuso condenadas abiertamente por la religión a la que se dice pertenecer.
Podemos recordar, por ejemplo, lo que escribía Juan Pablo II en el Mensaje para la XXXV Jornada mundial de la paz (1 de enero de 2002), n. 7: “Por tanto, ningún responsable de las religiones puede ser indulgente con el terrorismo y, menos aún, predicarlo. Es una profanación de la religión proclamarse terroristas en nombre de Dios, hacer en su nombre violencia al hombre. La violencia terrorista es contraria a la fe en Dios Creador del hombre; en Dios que lo cuida y lo ama”.
En definitiva, hablar de terrorismo religioso es como hablar de una sal dulce: la verdadera religión es incompatible con cualquier forma de violencia gratuita sobre inocentes. Vale la pena recordarlo, a la hora de juzgar si ciertas creencias sean o no sean realmente religiosas, y para denunciar cualquier uso manipulado de la religión como aval para cometer crímenes que ofenden a Dios y a los hombres. FP
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